viernes, 20 de junio de 2008

Una noche con la poesía parte III

PRIMERA PARTE
SEGUNDA PARTE

-¿Por qué escogiste ser escritor, wil?
-Porque me encanta laliteratura, y encuentro un gozo el esscribir.
-¿En verdad crees que tienes algo de talento?
-La verdad, la verdad, no.
-Pues entonces cometiste un error.
Y era evidente, pues pequé de una sobredosis de humildad, convirtiendo lo humilde en mentira
.

—Muchas gracias, Juan Carlos—le dije mientras inspeccionaba el relleno del sándwich. Mi primo se quedó viendo lo que hacía, con una cara que expresaba lo mañoso que soy.

—Sí, mi Juan. Te luciste—y tomó dos cervezas de las que trajo. Le dio las botellitas que se había acabado, y destapó una nueva, mientras que la otra la asentó en la pseudo arena—bueno, pues me decías de la “Comedia”, Wil—y se tomó un buen sorbo de las, ahora latas.

—Pues, creo que existen hermosos pasajes de esa grandeza creada por Dante. Creo que cada quién tiene uno o más partes preferidas al terminar de leerlo.

—Estoy de acuerdo—y nos quedamos en silencio por unos segundos. Mi primo nos veía a los dos, como si fuera un espectador en una charla literaria. Eso me incomodó, pues quería que entrara, y que no creyera que lo estábamos marginando.

—oye, Juanito, le estaba platicando a Fran sobre un libro que lo haya cambiado, y me contó sobre el Ulysses. ¿Cuál es el tuyo?

—Pues me gustó mucho 20000 leguas de viaje submarino.

—¡Julio Verne!—exclamé—muy buen libro, aunque no lo terminé de leer. Era muy pequeño cuando lo leí, y las letritas sin dibujo me abrumaban.

Francisco asentó su lata en el suelo con vehemencia, como si quisiera que lo viéramos. Se volteó con la mirada alzada y dijo:

—Pero ese es autor de infante, mi querido Juan. Hablamos de los grandes. De los más grandes, como Joyce, Homero, Dante.

Me quedé en suspenso. No sabía qué decir. Creía que no era necesario defender la grandeza de un libro, pues la misma obra se defendería. No estaba de acuerdo en clasificar grandezas, pues le está vedado a los seres inferiores como yo. Pero defender la idea de mi primo, era algo que estaba en mis posibilidades, y en mis entrañas. Yo creo que si un libro, o cualquier obra te hace ver el arte de otra manera, para bien, y te permite evolucionar como espectador o lector, es válido; no importando si la obra es clasificada como bodrio, que no es el caso de Veinte mil Leguas…Así estaba meditando, y buscando la manera en dejar en claro que la idea de Juan Carlos era válida, y no decir alguna palabra rasposa, que dejara entrever que defendía a mi primo, y ofendiera al poeta laureado.

—Pero creo que Verne es un buen escritor. Talvez no el mejor, pero no creo que su calidad ofenda a los demás. Aunque yo prefiera a Wells, y fíjate—le decía a Fran ,para desviar el tema y llevarlo a otra discusión y terminar mi punto, sin que hubiera retorno, y crear así, un debate catastrófico—que ambos tienen una obra que trata de una máquina del tiempo, y tienen otra que trata de un hombre invisible, y creo que Wells supera a Verne en ambas. Sin embargo, no he leído mucho de los dos. Sé que hicieron muchas obras, pero no tengo razón de ellas.

—Fíjate que tienes razón, wil—dijo Fran— esa época, en donde lo fantástico y la ficción establecían sus diferencias. Y Huxley tiene mucho que ver en esa división. En sus obras posteriores a Un mundo Feliz, se nota cómo Huxley traslada más su pensamiento filosófico en la literatura, que su esteticismo.

—Ahorita vengo—nos dijo mi primo—voy a pedirle a Duvalín el destapador, porque ya se terminaron las latas. Puras cuartitas quedan.

—¿Has leído a Dostoievski, wil?

—No, la verdad que no.

—¡¿No has leido a Dostoievski?!¡¿el padre de la literatura psicológica!?

—No, no he podido leer a Fíodor Dostoievski.

—No puede ser. La próxima vez que nos veamos, si no has leído a Dostoievski, con todo respeto te mando a chingar a tu madre ¿ok?

—Ok—lo tomé como un cumplido dicha sentencia, y aún me retumba en la conciencia, pues el hecho de decir “La próxima vez que nos veamos” significaba que no le parecía petulante, y que le venía en gracia. Y dicha sentencia dejaba en claro que habría una próxima vez, y mostraba las bases de una amistad. Ya que había una obligación muy cordial y un motivo para volver a vernos, el de leer al Ruso. Me sentí bien por haber hecho un amigo sin la mínima seña de que hoy conocería a alguien.

Nos volvimos a quedar solos. Y notamos que la gente ya era más. Todos estaban en parejas esperando a no sé quién. El fresco era agradable, siempre el fresco me agrada; toda calidez me parece odiosa.

—¿Eres socialista wil?

La pregunta que siempre me ronda por la cabeza cuando hablo con recién conocidos, y que tienen un afán con la literatura. Nunca la hago, y he aprendido a ser cuidadoso al tratar de explicar mi visión sobre el socialismo, pues he notado que los que se dicen rojos, izquierdistas y demás facciones similares, tienen como un himen de tolerancia, y que si lo rompes, la noche se viene a bajo, y crean en el herido, unas ansias por hacerte ver que estás en un error. Por eso, antes de contestar, me llevé mi vaso con coca-cola a la boca, y le di un mordisco a mi segundo sándwich.

—No. No tengo nada con el socialismo, pero creo que ya está más que claro que todo el armatoste socialista, así como el comunista, están caducos. No funcionan para este tiempo. Sin embargo, yo dije “todo el armatoste”, pues creo que algunos puntos y sectores del socialismo, pueden ser una gran herramienta para cualquier gobierno. Por ejemplo, el socialismo aplicado a la educación, o a la salud es muy beneficioso. Pues el orden y las bases con que se manejan, son muy productivas para estos sectores. No así en la política, y en los asuntos diplomáticos. Ya que tienden a la discriminación entre países y a crear un nacionalismo pueril y muy perjudicial. Además de anular la crítica individual.

—Pero ¿no crees que hoy hay menos tolerancia, y más anulación de la crítica con este tipo de gobierno capitalista? Además, no creo que esté caduco. Lo único que creo que esté caduco y es un mal que nos jode, es el capitalismo absurdo y diabólico, sustentado en un neoliberalismo que a nadie convence.

Estuve de acuerdo con él, en cierto sentido; sin embargo, creí que no era necesario esclarecer dicha idea. Así que mejor escuché y asentí, pues siempre me han parecido petulantes las conversaciones de política, ya que creo que hoy en día, en donde la fundición de todo es lo que mueve al gusto, es difícil seguir un patrón riguroso, como lo es el seguir un régimen socialista puro, como uno capitalista. Hoy todos compran un celular para hablar, pero que tenga una cámara de 3.2 mega píxeles y que almacene mp3.

—¿Has ido a Inglaterra, Fran?—cambié drásticamente el tema.

—Sí. Te he dicho que he viajado a 23 países. Inglaterra es uno de ellos.

—Y qué te parecen los ingleses. Es uno de los países que quisiera conocer. ¿Es cierto que todos los días llueve?

—Pues, a veces. No es que diario haya lluvia, sino que casi diario está nublado. Pero no es la gran cosa Inglaterra. Prefiero Cuba—atisbos de lo que habíamos discutido anteriormente—lo que pasa es que es más la historia que el paisaje.

—Sí, por eso me gustaría conocer ese país.

—Pero los ingleses son unos hijos de la gran puta.

—¿Sí?—dije con cierta curiosidad—¿por qué?

—porque te encuentras con cada cabrón, que no sabes si se están riendo de ti o contigo. Y luego no les entiendes nada.

—Sí, ese tan conocido humor inglés. Aunque a mi me gusta muchísimo. Yo me cago de la risa cuando veo programas o películas inglesas. Creo que soy muy afín a ese humor.

—Pues a mí no me causa gracia. No es que no lo entienda, sino que no me da gracia…—dijo Fran, y lo interrumpí.

—Sí, no es difícil. Es más, me atrevo a decir que son albures con clase. ¿Sabes? no hace mucho, un amigo, Eduardo Huchín, ¿lo conoces?

—Ummm, no.

—Es escritor, es muy, pero muy bueno. Comparte conmigo, ese amor por la cultura británica; pues me prestó un libro de Roald Dahl…

—Ese lo conozco, hace libros para niños.

—Sí—le dije—pero también para adultos. El libro se llama Switch bitch. Qué gran libro. Dahl demuestra una gran maestría para contar un cuento. Manejando el humor como muy pocos ¿eh? Me sorprendió. Y me cagué de la risa. Es un libro muy británico. Excelente obra.

En eso, mi primo regresó y se sentó con una cerveza en las manos. Nos dijo.

—¿Quieren algo más?

—No—contestamos los dos. Un silencio se creo, gracias a que los tres nos metíamos a la boca, ya sea alcohol o comida. Era evidente que la cultura inglesa era un tema motor para mí, y como resultado de dicho momento, decidí ahondar—saben lo que admiro más de los ingleses, es esa nobleza, esa ética para todo. Muy al contrario de su otro lado de la moneda, que son los denominados Hooligans. Pero creo que esa parte violenta y pueril, es gracias a la represión psicológica que viven los ingleses, de tener que aceptar los derechos de los demás. Por ejemplo, en el fútbol inglés, es muy evidente que las faltas excesivas son mal vistas, hasta para los seguidores del equipo del jugador que cometió la falta, y es abucheado por su osadía. Los espectadores ingleses, y los jugadores, aborrecen la mentira dentro del juego, es por eso que se puede ver la molestia de los aficionados y de los mismo compañeros de un jugador cuando este intenta engañar de una supuesta falta. Tú viste, Juan, cómo abuchearon al jugador que fracturó a Da Silva.

—Sí—asintió mi primo.

—…los mismos hinchas del jugador lo abuchearon, y él se sintió tan mal, que llorando le pidió disculpas al jugador fracturado. Otro ejemplo que me encanta narrar, es el referido por Roy Bartholomew, amigo de Borges. Borges le habló a su amigo, sólo para saludarlo y referirle algo que lo conmovió. Resulta que en los subterráneos de Londres, —me referí a mi primo y a Fran—sabrán que los subterráneos sirvieron de búnker para los ingleses ante los bombardeos de los alemanes en la segunda guerra mundial; pues en el subterráneo hay un muro en donde se pueden ver los nombres de los soldados británicos que murieron en la guerra; pero también existe un muro en donde están los nombres de los soldados alemanes que murieron en dicha guerra. Bartholomew le recalca a Borges que se lo dijo llorando y este lo confirma. Incluso a mí me conmueve cada que lo comento, pues ese gesto, es para mí, la muestra clara de la gran nobleza que posee el pueblo inglés, pues es difícil encontrar un muro o algo, en honor a los muertos del país contrario, no importando que fueran nazis. Creo que este hecho le podrá parecer abominable para los judíos, pero no entienden que el hecho de ser adversarios, no impide que se les recuerde; y además, esto deja en claro también, que los ingleses creían que un hombre como Hitler, no representa a los miles de alemanes, que se fueron a la guerra, y muchos de ellos muy a su pesar. Los ingleses entienden que las madres alemanas también tuvieron una gran pérdida, y también entendieron que existía una amistad entre alemanes, y que pelearon honrosamente, no importando que su objetivo fuera malo. Cosa muy diferente a lo que les ocurre a sus descendientes directos, que son los americanos.

—De acuerdo—comenta mi primo—de hecho, en la segunda guerra mundial, vi en un programa del History Channel, la historia de los pilotos ingleses, y en ese programa, decían que sólo una hora tenían para descansar. Que incluso, hubo varios que casi morían por deshidratación. Y cuando le preguntan al piloto sobre lo que pensaba de la imposición sobre el volar 23 horas, un piloto sobreviviente, dijo que no se lo impusieron, que ellos lo hacían porque tenían que defender a la gente que estaban matando.

—Sí—y mi asentimiento fue el punto final de ese tema. Después vino la calma.

Como una invasión napoleónica, nos absorbió el ruido de los desconocidos. Una mujer rechoncha se acercaba hacia nosotros, y a una distancia considerable, lanzó un grito:

—¡Juan!—nos volteamos—¡Juan!¡Ven!

—Ahorita vengo.

—Ok.

Vimos que platicaba con la gordita,y pronto, ese ver sólo me pertenecía a mis ojos, pues Fran, estaba bebiendo y observando la perdida luna, como si le consultara sobre un vicio más. Noté que mi primo se alejó con la rechoncha y desaparecieron por un momento.

—¿Sabes cuál ha sido mi sueño, Wil?

—No, ¿cuál es?

—Tener el suficiente dinero para comprarme uno de esos aviones personales, en los que sólo cabe un pasajero—y mientras saboreábamos su sueño, me vino a la mente, el cruel recuerdo de las ideas repulsivas sobre el capitalismo.

—¿Y es muy caro?—pregunté.

—Pues sale como ochenta mil pesos. Estoy juntando, y ya tengo cuarenta. Pero me encantaría tener el dinero suficiente para poder comprarme eso, y poder volar—y mientras terminaba de hablar, y mirábamos el cielo estúpidamente, como si viéramos a Fran volar, mi primo nos interrumpió afortunadamente.

—oigan, ahorita vengo. Voy a dejar unas cosas a la casa de una amiga, y paso a buscar a otro amigo. ¿Se quedan o vienen?

—No pues, mi querido amigo, yo ya me tengo que retirar—dijo Fran mientras se levantaba de su silla—¿me harías el grandísimo favor de llevarme a mi casa?

—por supuesto, Fran. ¿Tú te quedas, wil?

—no, ni madre, me voy también, ya es tarde. Mañana tengo chamba, por lo del día de la madre.

—Bueno, pues vámonos y los aviento por ahí.

Y nos fuimos detrás de Juan Carlos. Estaba levantando las sillas para llevarlas a la palapa, cuando Fran me dijo:

—déjalas ahí, que lo levantan luego.

Pero no pude hacerle caso, y acerqué los asientos a la palapa. Cuando asenté las sillas, mi primo nos dijo que lo esperáramos, mientras iba a buscar lo que iba a dejar en la casa de la amiga. Y los dos nos quedamos en la entrada.

—¿has soñado alguna vez que vuelas, Wil?

—Sí.

—yo también. He soñado que puedo volar y me dejo llevar por mis impulsos y paso el cielo.

—No, yo no—le dije—yo siempre que he soñado que vuelo, lo hago bajito, casi a ras de las casas, o del suelo, porque tengo miedo de irme, perderme como un globo, y no poder bajar. Siempre que sueño que vuelo, no llego a más de una altura de 2 o 3 metros—se quedó pensando en lo que le dije, y en un momento asintió sin decir nada.

—ya está. ¡Vámonos!—nos dijo mi primo.

Nos despedimos de Duvalín, que estaba durmiendo en un carro de uno de los que nos eran desconocidos, y nos dijo que iba con nosotros. Nos subimos al carro y nos fuimos.

—Qué te pareció mi primo—le preguntó mi primo a Francisco Jaymes.Y me sentí como cuando un amigo le presenta a otro, a una mujer la siguiente consigna: “te presento a una amiga que está bien buena y además, presta” Sonreí por el símil que pensé.

—Pues es intelectual. Me agradó mucho la plática con un apersona que sabe, y que lee. Tenía tiempo que no gozaba una charla así. Siempre es bueno hablar entre colegas—se volteó hacia mí—¿no es así, colega?

—Por supuesto—dije con mucha pena y muy a mi pesar.

Primero fuimos a dejar las cosas, que se trataban de dos platones y una nevera. Las dejamos, y mi primo le dijo a la señora de la casa que en diez minutos pasaba por ellos, con la condición de que estuvieran llenos. Después nos dirigimos en dirección a la casa de Fran.

—Mira, wil. Si quieres aprender de poesía, búscame. Mañana en el día, porque en la mañana voy a salir a correr y pues…

—¿vas a correr todo crudo?—preguntó mi primo.

—No, a mí se me baja rápido. Además, la mañana para mí sería como al medio día. Por eso, búscame como a las tres o cuatro, en las cantinas, para que te enseñe de poesía.

Desde ese momento me sentí culpable y sentí que desperdiciaba una gran oportunidad, porque no podría ir de cantina en cantina y aprender de poesía, ya que era vísperas del día de las madres, y tenía mucho trabajo. Así que no dije nada y callé mi pesadumbre.

—Aquí es mi casa—dijo para que yo lo supiera—bueno, no es mía, pero es la de mi familia, y aquí me quedo cuando vengo—se bajó, nos dio la mano en señal de un “hasta pronto”— Ladeó y con su cerveza en la mano me dijo por última vez—te veo mañana. Si no me crees búscame en el Internet.

—y cómo te busco—señal , que para mí fue una sutileza para preguntar su nombre, que no supe toda la noche, pues sólo me dediqué a llamarlo Fran, como los demás le decían..

—Francisco Jaymes. Ponlo en google, y te saldrán un chingo de enlaces—Por fin supe cómo se llamaba y después de eso, se metió a su casa.

—Bueno, ¿Qué te pareció Fran?—me preguntó mi primo, mientras Duvalín me veía, esperando respuestas.

—Pues es muy brillante. Un poco de engreimiento de poeta ochentero, pero lo justifica su conocimiento.

Me dejaron de ver y asintieron, como aceptando mi opinión. Llegamos a la casa y me dejaron.

—Déjame medio abierto el portón—me dijo mi primo— es que no traigo llaves. Y no pienso tardar. Como en cuarenta minutos vengo.

—Ok—dije—nos vemos, Duvalín.

—Ok, wil. Nos estamos viendo.

Y se fueron a la fiesta. Entré a mi casa con las ganas de saber sobre mi nuevo amigo, pero el reloj me marcaba celosamente que ya era hora de dormir. Me acosté con la refriega de la noche, y con los pocos datos que me fueron dados en el transcurso de la noche, armaba un currículo muy simplón de Frncisco Jaymes. En mi hamaca, me revolvía y con las preguntas de quién demonios es ese que se dice poeta y que se sabe muy bien su oficio.

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