miércoles, 11 de junio de 2008

Una Noche con la Poesía parte II

Mi primo se metió al carro, y salimos de la gasolinera. Unos metros más adelante, nos metimos a una palapita, junto a la orilla del mar. Supe que iba haber una reunión muy importante, pues vi una mesa lo demasiado larga como para unas 10 personas, y unas perchas con fuego adornaban las puntas de la mesa. Vi que había una nevera. Mi aguda percepción me dio a entender que habría una peda monumental.

—¡Esto es la madre!—dijo Fran, en la orilla y viendo la luna que estaba roja sobre lo que se puede llamar de mar—Esto es poesía mi estimado wil. A poco no es una belleza.

—Sí—y la verdad es que se estaba luciendo el paisaje. Esa luna teñida de rojo no podía dejarme de recordar a esas películas de vampiros y zombis que tanto amo.

—Esto es la vida. Después de tantos meses estando en el D.F., y ver esto, se van todo lo

Traumático que llega a ser la ciudad. Y no hay más bello que ver a esa puta riéndose sobre nosotros—y señaló la luna.

Yo sentí pena de que me vieran cerca de aquel que gritaba como un loco. Como si quisiera gritarles a todos que él es poeta y que le vale madre lo que piensen. Esa actitud no es de mi agrado. De hecho, me incomodó en demasía. E insistí en temas para que no siguiera gritando.

—Y me dices que haz viajado.

—Así es, mi estimado. He conocido 36 países. No los he visitado, te digo, los he conocido.

—¿Has visitado Alemania?—le pregunté. Y me di cuenta que estábamos solos en la orilla, y los demás, mi primo, duva, y los otros dos que ya estaban cuando llegamos, se encontraban en las palapitas, preparando todo.

—Mira, wil. Yo tenía para venir aquí, o a Puerto Escondido, y siempre escojo Champotón—nos dio un aire agradable que nos revolvió un poco el pelo— ¿lo ves? Nos saluda. Te digo, yo prefiero Champotón porque es muy calmado. En el D.F. me dicen “cómo no tienes miedo de que te asalten” y yo les contesto, “nadie te asalta, no son unos aborígenes. Son gente, y de la mejor” Nadie te hace nada, wil, si no les haces nada. Es que ellos creen que se están muriendo de hambre aquí, y talvez sí, pero jamás te roban. Es muchísimo peor ahí. Ahí te matan por unos pinches tennis, y aquí, yo me ido desde aquí, hasta mi casa, y jamás me han asaltado, y mira que no está cerca. Ni siquiera me han detenido a pedirme la hora.

—Es verdad, por eso me gusta Campeche, porque es muy tranquila y todavía no tiene las desgracias de una ciudad. Aunque estamos en ese proceso. El día que nos convirtamos en una metrópolis, ese día será un día muy triste.

—Tienes razón—y nos quedamos viendo la orilla por un momento—toma, agárrame aquí un momento—me dio su cerveza y se fue más a la orilla, que por cierto había baja marea, y se quedó inmóvil en un punto, como si contemplara el mar en el fondo, mientras su cabellera jugueteaba con el aire, como si intentara atrapar ese verso que revolotea en la noche.

—Está wishando el cabrón—me dijo Duvalín, que no noté en qué momento se había acercado—Este cabrón, cuando vas a México, prácticamente no puedes hablar con él, porque no te deja la gente—tomó un trago, tiempo para que captara lo que me acababa de contar—mucha gente lo saluda.

Regresó y tenía una noción un poco más profunda de dicho personaje. Pero aún así, tomaba mis precauciones.

—No me has dicho, gracias, qué poeta es tu preferido.

—ahh, mmm. Pues me has agarrado desprevenido. Walt Whitman ocupa un lugar privilegiado en mi corazón…

—Ahh, con sus Hojas de Hierba y su “Canto a mí mismo”—y recitó de memoria y con enjundia—: “Me Celebro y me canto,/y de aquello que me apropie te debes apropiar,/ pues cada átomo que me pertenece también será tuyo…/” Muy buen poema. Era putísimo Whitman ¿lo sabías?

—Sí—aunque no estaba tan de acuerdo con esa teoría, tuve que ceder para dejarlo desahogar.

—Qué otro poeta.

—Pues, Neruda me gusta, en especial…

—Ah, Neruda, las Cartas al Capitán son geniales

—…Residencia La tierra.

—Qué otro te gusta, mi estimado.

—Pues Bukowski, aunque no lo he leído lo suficiente—le dije.

—Bukowski. Sabes, yo tengo un respeto por él, pues fue una gran influencia en mi poesía. De hecho traduje unos poemas—y de inmediato nos llamó mi primo.

—Oigan, ahorita regreso, no más voy por una amiga; o quieren acompañarme.

—No pues, te acompañamos si quieres—le dije.

—No, nos quedamos—dijo Fran—así platicamos más de poesía. Poesía que albergas en tu manto a tus malditos hijos que se alimentan de tus pútridas entrañas, cual voraces sanguijuelas infernales.

Y todos nos quedamos en silencio por un segundo, ante tal recital. Fue un momento en que el tiempo se paraliza, que es incomodo porque el tiempo se fue y con él toda regla establecida. Los ingleses llaman a ese tiempo que se pierde “Lull”, bella palabra que dio origen a la palabra técnica de computación “Lag”, que se dice cuando un video o cuando la computadora se detiene por momentos, gracias a la pobre señal del Internet que emite el servidor, o al poder débil de la Pc.

—Una pregunta, mi querido, ¿Wil me dijiste que te puedo decir?

—Por supuesto.

—De quién es el siguiente fragmento: “Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,/ Venas, que humor a tanto fuego han dado,/ Médulas, que han gloriosamente ardido,/ Su cuerpo dejará, no su cuidado;/ Serán ceniza, mas tendrá sentido;/ Polvo serán, mas polvo enamorado.

—pues de Quevedo ¿no? No recuerdo el título del poema, porque soy malo para recordar, pero seguro es de Francisco Quevedo y Villegas.

—¿Seguro?¿Apostarías $500 pesos?—y extendió su mano.

Lo confieso, me hizo dudar, pero estaba seguro que era Quevedo, la mala suerte que siempre he tenido me escamó y me hizo dudar.

—Pero sí es Quevedo, me acuerdo por lo de “…Polvo, mas polvo enamorado…

—Por eso ¿apuestas?.

—Es que…

—Por eso, yo te digo, no es Quevedo, he ganado muchas apuestas con esta pregunta, y todos me dicen lo mismo. Pero no es Quevedo.

—Pero si no es Quevedo, ¿quién?

—Por eso, ¿apuestas?

—Es que sé que es Quevedo.

—Por eso, $500 pesos—y me sacudió su mano extendida.

Después de un rato me dijo el autor que él decía.

—Es de Góngora.

—¡No!no puede ser. Góngora era su rival, no puede ser de él, estoy seguro de que estás mal. Es de Quevedo.

—¿Apuestas?

Me arrepiento de no haber tenido el valor suficiente, para estrechar su mano y ganarle esa apuesta. Ante la incriminación, vino su indulgencia y cambió de tema.

—Pero no me has dicho qué poetas te gusta.

—¡ya te dije!—y la profusa borrachera dejó en claro que los cables se le estaban cruzando.

—Ah, sí…¿no te gusta ningún poeta español?

—pues, sí, me gusta mucho Lorca, creo que es mi preferido, pero también me encanta Machado.

—La generación del 27. ¿Quién otro te gusta de la del 27? Que no sea Lorca ni Alberti.

—Pues—supe que la pregunta estaba más encaminada a saber si tenía un conocimiento vasto en la poesía. Esa pregunta era más un examen que otra cosa.—Pues Aleixandrei me gusta, pero más Lorca, y aquel que era muy maricón, cómo se llama… Cernuda. Pero con el que siento más afinidad, es con Dámaso Alonso, que no es de la generación del 27.

—No he leído de Alonso—me dijo con cierto aire de molestia por no haber leído algo que otro ya, y tomó su cerveza. Es muy probable que esta reacción sea producto de la cantidad de alcohol ingerido.

—¿en serio? Es muy bueno, me gusta ese desprecio por sí mismo y por los demás. En un poema, que no recuerdo el título, describe a la gente como monstruos asquerosos y repulsivos, hijos de los avernos, y el resto del poema es como un peregrinar terrorífico y doloroso.

—Ahh… Oye, tengo una idea, jálate dos sillas, y tráete dos chevas más, y sígueme.

Tomé dos sillas como todo un eunuco, y pedí dos cervezas más. No sabía a dónde me dirigía. Pero seguí por educación. Pronto me di cuenta de que nos dirigíamos a 15 metros de la palapa. A la orilla del mar, en donde un fresco soplaba en conjunto con la oscuridad atenuada por la luz de la luna que ya había dejado de desangrar, y se había aureado; y estaba posándose sutilmente en el horizonte tranquilo del mar.

—Pásame una silla aquí, y la otra ponla cerca, aquí—me dijo, y quedamos lado a lado, con un metro de distancia entre uno y otro—ahora sí. Podemos platicar con más soltura, que la holgura y el vino hacen suelta la lengua y estimulan la psique.

Nos quedamos un momento sin decir nada. Veía el cielo que estaba hermoso, en verdad, y pensando en qué carazos estaría haciendo mi primo. Francisco bebió un sorbo de su cerveza y me tomó una de las dos latas que me había pedido que trajera.

—oye, Fran, me dijiste que trajera dos chevas, pero yo no tomo.

—No, si son para mí.

Volteé hacia la mesa que había sido puesta, y noté que habían llegado dos o tres personas más. Iban bien vestidas y parecía esto más, una boda que una junta de alcohol entre amigos.

—Sabes, todo esto—y señaló con su dedo, haciendo un movimiento circular, refiriéndose a toda la playa—es la verdadera magia. Esto es poesía. Todos estamos confinados, mientras la puta de allá arriba—se refería ala luna—se ríe de nosotros.

—hey.

—“abrazos desconsolados que pasean por el mar, suben en corceles alados hasta el manto cálido de aquella que sonríe. Graznidos terribles de gansos que repudian lo de abajo, y renuentes, suben a la estratosfera y estallan en brillantes ojos pasajeros. Todo se revuelve en luces y raíces desde el cielo, para terminar en un beso eterno que nunca volverá”—y se sentó renueva cuenta, pues se había levantado y había conferido esas estrofas al cielo y con voz levantada. Ahora se había sentado y estaba bebiendo su cerveza. Un silencio me devolvió la incomodidad.

—muy buen poema. ¿De quién es?

Tomó su cerveza, y después de verme cuando le pregunté, volvió la cabeza al horizonte y con pausa y voz baja me dijo—Mío.

—Es muy bueno. Muy bueno—y no mentía, era muy buen poema. Tenía tiempo que no había escuchado un poema convincente. El último que escuché, recitado por su autor, y que me pareció una gran experiencia, fue en Chiapas.

El silencio volvió a devorarnos, y yo sentía una desesperación; pues no hay momento que m desespere más es cuando hay un espacio, un hoy negro que se traga todo, un vórtice que inquieta. Y escaneé en mi cerebro, para hacer una pregunta que acabara con la tiranía de ausencia.

—Oye, Fran, perdón, ya te tuteé.

—No hay problema, así debe de ser entre colegas de la literatura. Dime.

—¿Has ido a Alemania?

—Sí, como te dije, antes, he viajado por 23 países. He estado en Alemania, Inglaterra, Francia, Egipto, España, En fin.

—pues a mi me gustaría ir a Alemania. Una amiga de ahí me platicó de su país, y lo encontré maravilloso. Reforzado con las experiencias de otro amigo, que me dijo que los alemanes son muy afectivos.

—no, pues es mentira. Los alemanes son unos verdaderos hijos de puta, te ven por debajo del hombro y no te hablan los cabrones.

—¿En serio?—pero no le creí, me pareció más convincente lo de los otros dos amigos—Eso me habían dicho de los ingleses, y aún así, Inglaterra es el país que quisiera conocer primero.

—Sabes donde está muy chingón, en Holanda. Ahí vas pasando y ves cabrones que te venden mota. Y en el centro de Ámsterdam, vas caminando, y de repente te encuentras con locales que tienen una vitrina y mujeres bailando. Hay puteros en todo el camino. Y te encuentras viejas morenas, gueras, pelirrojas, chinas, japonesas, de todo tipo de nacionalidades. Y por 20 euros te hacen lo que quieras por dos horas ¡Lo que quieras!. Pero eso sí, muy limpias. No vas a encontrar mujeres con enfermedades, no, no hay eso.

—Puta. ¿Por 20 euros? Son como 500 varos,¿no?

—Sí. Pero hay de otros precios, 20 euros encuentras mujeres decentes. Hay más baratas.

—No, no, no. 20 euros sí los puedo pagar. Puta, yo pediría una Japonesa o chinita. Tengo un geek con las asiáticas

—Pues yo pedí una, y me la llevé a mi cuarto y si estuvo muy bien. Tenía unas tetas. Madre mía.

Y nos quedamos, otra vez, en silencio mientras jugábamos con nuestras mentes a estar en Ámsterdam. Volteé a la mesa, y vi que llegó más gente. Unas gordas morenas que chocaban en mi cerebro con las asiáticas gentiles que imaginaba. De pronto, mi primo se acercó a nosotros con una silla.

—Qué pasó. ¿Quieren algo para comer? traje la comida. Hay sandwichitos.

—Sí, y unas chevas más—sugirió Fran.

—¿De qué son los sándwiches?—pregunté con advertencia, porque si hubieran sido de atún, me hubiera vomitado como embarazada primeriza.

—De pavo.

—A, pues sí quiero.

—¿quieres un refresco?

—¿Hay?

—Sí, sólo que no están helados.

—no importa.

—Ok, ahorita vengo.

Se fue mi primo, y se llevó la atención. Pero para ese caso, ya había preparado una pregunta.

—¿Fran, te puedo preguntar una cosa?

—Adelante.

—qué libro has leído que te haya cambiado la perspectiva o la idea que tenías de la literatura. Sé que habrá muchos, pero el primero que te hizo ver la literatura como otra cosa, muy diferente a lo que tú creías que era.

—ok—y se tomó su tiempo para contestar—fíjate que el Ulysses de Joyce fue un libro que me marcó. Me tuve que preparar intelectualmente, para poder enfrentar dicha obra. Y fíjate que lo terminé, y todavía, lo leí en inglés, y es ahí donde encuentras su riqueza. Porque has de saber, que no cualquiera puede leer el Ulysses, se necesita tener conocimientos de filosofía, literatura, historia y un sin fin de temas para encararlo y entenderlo. Porque hay citas textuales y que no tienen pie de página. Incluso hay citas en latín que no tienen traducción. Tuve que aprender latín para ese libro.

—Ese es un libro que lo tengo reservado para mejor ocasión, junto con la Montaña Mágica de Thomas Mann.

—Ahh, ese no lo he leído.

—el libro que me cambió, bueno, ha habido algunos, pero el que quiero referir hoy, es La Divina Comedia, de Dante.

La Comedia—me corrigió.

—Exacto, lo de “Divina” se lo puso Boccacio—aclaré.

—Así es, mi estimado. ¿Has leído La Comedia?

—Sí, y me pareció magistral. Creo que no ha habido otra obra que la iguale. Y no habrá en mucho tiempo.

—Es verdad—me repuso con convicción.

—Existen un sinfín de partes verdaderamente ejemplares. Pero la historia del Rey Ugolino, es en verdad trágica y brillante. Fíjate que Dante se encuentra, en los aposentos de Lucifer, y hay un frío sepulcral. Dante se da cuenta de que el piso está congelado, y nota sombras en el piso. Después de acercarse, ve que esas sombras son cuerpos, y se espanta. Y en el andar hacia Lucifer, nota dos cabezas que sobresalen del piso, una detrás de otra. Y la de atrás está comiéndose la nuca del de adelante. Esa imagen que crea es espeluznante. Se acerca, y le pregunta al tragón, porqué hace eso. Este le contesta que su nombre es Ugolino, el Rey. Y cuenta su historia. Dice que cuando era Rey, hubo un golpe, y lo encerraron con sus hijos. Y a su esposa la asesinaron. El encierro fue terrible, y más que no los alimentaban. Llegó un momento, en que él y sus hijos no aguantaron el hambre. Sus hijos le decían al Ugolino, que se ofrecían para que él se los comiera. El rey se negó rotundamente. Y guardó tiempo. Sus hijos morían uno tras otro, hasta quedar él solo. Y “como la necesidad en el hombre es mayor”, no lo digo textual porque no me sé esa estrofa, se comió a sus hijos, con lágrimas en los ojos. Tiempo después, murió, y fue confinado a ese lugar, y la persona a quien le está comiendo la nuca, era el arzobispo Rugeiro, quien lo encerró, y cuando terminó su relato, mordió con ahínco y rabia, el cráneo de aquel.

—¡Sí has leído La Comedia!—me dijo como si no hubiera creído los demás autores que le había nombrado.

—Por supuesto—recalqué-

Vino mi primo con cuatro sandwhichitos y con un vaso con hielo y una coca-cola para mí. Se sentó, y de sus bolsas sacó tres cervezas. Se acercó a nosotros, dispuesto a charlar.

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