Para Juan Carlos, mi primo, que me dio la oportunidad de conocer a este gran poeta, y a Francisco Jaymes, que me brindó una noche inolvidable de literatura
—Mira, wil, nosotros los poetas, tenemos un compromiso con la lengua, tenemos que hablar con corrección, y corregir a la gente. Porque es jodido hablar con errores ¿No crees?
Yo me quedé pensando y desechando parte de ese punto de vista, mientras asentía al comentario. Y es que no conocía al poeta que decía ser uno de los más famosos de este momento. Llegó sin tenerlo en cuenta, así como lo canta Chetes en su Efecto Dominó.
Acababa de llegar a Champotón y me puse a trabajar, para prepararme para el 10 de mayo, que el trabajo iba a estar cardiaco, cuando llegó mi primo y me preguntó con ansias, si salía a dar una vuelta, yo le dije que estaba chambeando, pero después de 3 insistencias, lo acompañé a su auto, y me presentó a Jerónimo (pondré este nombre para ocultar el Francisco, que es su nombre original). Era un joven de larga melena, al estilo Búnbury y con una lata de cerveza en la mano izquierda:
—¿Escribes?
—Sí—le dije.
—Cuéntame uno, así, rapidito y corto.
Me quedé consternado y sacado de onda, pues, primero que nada, quién chingados era Jerónimo para pedirme un cuento, y además, por qué quería que le contara un cuento mío, si apenas y tengo el valor para presentarlo en mi blog y a mis amigos.
—Uno corto. ¿Sabes quién es Monterroso?
—Sí.
—Es el que ostenta el cuento más corto del mundo. Así que cuéntame un cuento.
Yo, con un nudo en la cabeza, balbuceé con un nerviosismo traumático, que ahora, con la displicencia de ahora no entiendo por qué, el cuento de “Cuentas para la vida”. Me hice un revoltijo, conté el final al principio y el clímax al final, pero logré contarlo más mal que bien. Y después de escucharlo y masticarlo unos segundos:
—Es muy bueno. Es bueno. ¿Te gustaría salir publicado en mi revista? Para que te enteres, yo di clases en
—Ah, ok.
—Y déjame decirte que tienes futuro. Y lo puedo notar por este cuento. Nada más que le falta cierta corrección en algunas palabras, que están incorrectos.
—Lo que pasa es que puse expresiones para que pareciera oral el cuento. No sé si lo logré, pero esa fue mi intención.
—Pero es que no hay ningún cuento oral.
Era evidente que no había logrado darme a entender. Me tragué toda su sinfonía de que no existe un cuento oral Aunque esté en parte en desacuerdo con esa premisa. Creo que la raíz del cuento, como de toda narración, y de la poesía, es la oralidad. Cuando uno recita un verso en voz alta, es porque el verso te pide que lo hables, que lo invoques, porque ese es su núcleo, porque recuerda que en un principio fue oral. Y en el cuento, al igual que la novela, intenta crear una realidad paralela, y se hace de la palabra para poder transmitir su poder, y es en las palabras donde encuentra su desembocadura. Y en ambos casos, el uso exacto de las palabras es fundamental para poder conmocionar al lector y darle un golpe que lo mantenga enganchado, un golpe que crea que es verdad lo que lee. Por eso, el cuento tiene su origen en lo oral, y lo que yo traté de explicar de mi cuento es que con la narración, intenté que pareciera un chisme común, que pareciera un chisme de una señora, como las hay todos los días; y que nunca importa qué tan cruel es la historia, siempre cuentan las cosas con tal naturalidad, que hace que el escucha sólo se asombre de dientes para dentro, y por fuera siempre muestra una parsimonia. Pero dicha serenidad es un pacto convencional que existe entre chismosos.
—¿Podemos pasarte a buscar en media hora, para conversar de literatura?
—Ok.
—Bueno, en media hora te pasamos a buscar. Vamos, gordo—le dijo a mi primo y me di cuenta que era demasiado importante aquel sujeto, como para que mi primo le hiciera caso.
Me bañé y me vestí. Pronto pasaron los treinta minutos, y mi primo me pasó a buscar.
—Hola, Duva.
—Hola de nuevo.
—Cómo te llamas—me preguntó.
—Wil—contestó mi primo, sabiendo que soy sordo mudo.
—¿Bueno, qué te gusta leer, wil?
—Pues de todo un poco. Todo lo que sea bueno.
—¿Te gusta la poesía? ¿Cuáles son tus autores preferidos?
Miré el piso donde se sentaba y noté que no eran las primeras chelas que se habían tomado. Mínimo eran las quintas o sextas, pero no se veían moribundos por tales golpes. Eran fajadores los tres.
—Pues yo crecí con Poe. Dante se me hace excepcional. Virgilio, Paz, Borges.
—¡Borges! Qué libro te gusta de Borges. O más bien, qué cuento te gusta de Borges.
—Pues, es difícil. Sus libros se me hacen excepcionales.
—El Aleph es el mejor libro de Borges—me dijo con seguridad.
—Sí, es muy bueno, y me encanta, sin embargo…
—Qué cuento te gusta del Aleph.
—Pues, hay varios. Me gustan todos, pero
—Pero el que más te gusta. Dime tres.
—Bueno, pues, “Las tres versiones de Judas”, El mismísimo “Aleph” se me hace chingón, y “La otra muerte” ¿creo que ese es de Ficciones? Pero el cuento que me marcó de Borges, está en Ficciones…
—Ficciones es un gran libro.
—Sí—le dije—y contestando a tu pregunta, el cuento que me marcó fue “Tlön, Upbar y Orbis Tetrius”. Es una genialidad.
—Ah sí—me contestó con cierta duda, y de momento supe que no se acordaba de ese cuento. Es fácil saberlo, porque es la única vez que se mostró dudoso—hay un libro de Borges que es muy bueno, creo que es el mejor. Se llama Nueve noches.
—No, es Siete Noches—le corregí.
—No, es Nueve…creo que sí, son Siete. Una es
—
—Sí, es cierto. Es muy bueno ese libro—me dijo, mientras mi primo nos estacionaba en la gasolinera—cuánto le vas a echar, yo te doy.
—No—dijo mi primo—sólo bajé para ver las llantas.
—No, en serio, yo pongo lo que quieras.
—No—repuso mi primo—tengo tanque lleno, Fran.
—Ok—dijo y se llevó cerveza a su boca, mientras jugaba con su pelo largo. Pensé que terminaba nuestro interrogatorio pero se volvió de repente con una cerveza sin destapar—toma. Qué desconsiderado, no te he dado.
—No, gracias, es que no tomo—le contesté sin agarrar la cerveza.
—¡Cómo! Entonces no eres un poeta completo. ¿Tú sabes que tienen mucho en común el alcohol con la poesía?
—De hecho—le dije—Bacco, es dios tanto del vino como de la poesía.
—¡Sí sabes! Se nota que lees—me dijo con un rostro de felicidad—qué bueno es encontrar a alguien que sea intelectual como uno.
Sinceramente me sentí apenado de recibir tales elogios, pues no creo ser ni mucho menos un intelectual. Me sentí un estafador al recibir nombramientos que no me pertenecen. Y más que me considerara como él, porque supe que sabía mucho y tratarme como a un intelectual, como los escritores que se creen bendecidos por Dios, me parecía una categoría muy alta que no merezco y que mucho menos lucho por tenerla.
—Toma—me dijo el otro amigo de mi primo, que estaba a mi lado y que no había hablado. Le dicen Duvalín—Toma.
—No, es que no tomo—y supe que ya estaba medio cimbrado, pues acababa de decirlo.
—¿por qué?—me preguntó duvalin.
—es que no me gusta.
—Pero si no la has probado ¿cómo no te puede gustar?
—No, sí la he probado y por eso mismo no me gusta.
—Tómate una.
—no seas un pendejo—le dijo Fran con una seriedad, como si lo estuviera regañando—si no le gusta, es una estupidez que lo estés obligando.
Hubo un silencio por unos 10 segundos que para mí se me hicieron horas. Tenía mucha pena porque sentía que por mi culpa habían regañado a Duvalín, pero sabía que fue correcta la decisión.
2 comentarios:
Para cuándo la segunda parte?? Ya te estás tardando!!
ya pronto, lo juro, es que ayer me inundé y no pude terminarlo.
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