Street Fighter II se convirtió en un himno para los jóvenes y niños. La habilidad y agilidad del juego era envolvente, y más, la posibilidad de enfrentarse con un compañero y derrotarlo con el personaje con quien nos identificábamos. De hecho, fue la primera vez que nuestros debates sobre quién era el mejor siempre terminaba en una pelea virtual, y gracias a eso, teníamos la posibilidad de regodearnos en nuestra felicidad sembrada por el ego, al vencer a cualquiera que mostrara una discrepancia para con nuestro personaje. Pero eso dio paso con el tiempo, para centrarse más en el jugador. Fue ahí donde experimentamos la evolución del pensamiento humano: del teocentrismo del medioevo, al individualismo del renacimiento.
La comunidad de video jugadores se convirtió en una gran masa de personas que encontraban esparcimiento y libertad en las tiendas, farmacias y establecimientos que tuvieran videojuegos. El dinero era tan efímero como lo diría un adulto, pero con la diferencia de que a los video jugadores no nos dolía esa pérdida. Los jóvenes conseguían un placer jugando maquinitas y, mucho más, el convertirse en un oponente digno.
Empecé a convertirme en un amante de los video juegos, pero se acentuó más cuando llegó a mi vida Street Fighter. Yo estaba en la primaria cuando llegó el fenómeno de las peleas callejeras. Y mi horario se estableció en base a lo que jugaba. Entraba a las 7 am, y por alguna extraña razón, en el centro de videojuegos del mercado abrían a las 6am. Entonces me levantaba temprano para tener 20 minutos para jugar. Llegaba a la escuela, rayando las 7:20 am. Me formaba y entraba al salón. Al salir de la escuela, iba a la mercería Violeta, para jugar. Me iba caminando de santa anna, al mercado, para jugar de nuevo. Llegaba a mi casa, me cambiaba de ropa, y volvía al mercado. Llegaba a mi casa para almorzar, hacía mi tarea, me bañaba y me iba a jugar. Regresaba en la noche, para cenar y dormir temprano. Así eran mis días en la primaria y era el paraíso.
Muchos pensarán que se gastaban un afortuna los niños, o mejor dicho, que ganaban una fortuna los dueños de las máquina. La verdad es que si ganaban bien, pero los niños y jóvenes, no iban a quedarse por jugar, sino también sucedía que uno iba a las maquinitas a ver las retas. Uno podía diferenciar a los observadores que analizaban las jugadas de los más grandes, y pulían su técnica. Pero también sucedía que encontrabas a personas que veían los juegos porque no les quedaba de otra. Pero en general, los observadores pepenaban movimientos que no se sabían.
Pero Street figther II ocasionó algo que ningún videojuego había hecho. Logró un ranking no establecido entre la sociedad de video jugadores en cada establecimiento donde se llenaba de jugadores. En el mercado, les puedo decir que el número uno era un flaco que le decían “Mimoso”, ya sabrán por qué; el segundo era uno que me remitiré a decirle “gordo puto”, no puto gordo; y el tercero, su humilde servidor. Sabías que pertenecías a un ranking, por el temor o las ganas férreas que tenían de ganarte los demás: “no le eches, ese cabrón es vicio”, “ Ahh, cabrón, te voy a retar, vicio”. Vicio, por lo menos en Campeche, era el honorable título que te podían dar en las maquinitas. Ser “Vicio”, a diferencia del perjuicio que tiene esa palabra, entre los videojugadores, era como un representante digno y que merecía todos los respetos. Era la persona a vencer. Debo decir, que el título era vigente en todas las colonias, e incluso los estados vecinos. Recuerdo que de niño, fui a Cancún, y después de estar 3 días sin tocar una maquinita, le pregunté al amigo de mi tía que me llevara a las maquinitas. Ante su ignorancia, decidió guardar silencio. Sentí que había cometido un acto insultante. Pero inquirí e hice los movimientos que resaltan las características de una maquinita y me dijo “Ahh, las Chispas” ahora te llevo. Y me llevó a un lugar, cerca de la Plaza Caracol, en donde se encontraban las “Chispas” y al ir a la máquina de Street Fighter, me topé con un conocido “Vicio, que pedo”, “Eso me pregunto de ti” y los dos nos saludamos. Ese joven, pues era mayor que yo por 3 años, era un vicio de la colonia Carmelo, y lo conocí porque mis primos me llevaron para que lo enfrentara y lo venciera, pues no había sido derrotado “nunca, nadie lo ha vencido. Cuando agarra a Chun li, nadie lo puede detener, ni siquiera quitarle el perfect”. Perfect era cuando derrotabas a alguien sin que te tocara una sola vez, manteniendo tu barra de energía intacta. Y debo decirles, sin afán de elogiarme, que le gané, y acabé con el reinado de terror del vicio del Carmelo, y me gané la simpatía de muchos del barrio que colinda con Esperanza.
Ser un vicio contaba con un problema, que se convertía en un hecho muy activo, pues ante tantos vicios, uno se tenían que enfrentar y demostrar una hegemonía en el lugar de encuentro. Era como una batalla entre titanes. Había un día de la quincena, en que los vicios se encontraban y era una batalla que los demás esperaban con mucha impaciencia. Y los que no tenían tales facultades para el videojuego, agarraba a su gallo, y se identificaba, convirtiéndose el lugar, en un estadio en donde los vicios son guerreros de los demás observadores. De esos encuentros, los demás establecían su ranking y decían quién era el mejor. Pero cada quincena, ese ranking cambiaba. Yo llegué a ser numero uno unas 5 veces en el mercado. Y en Street fighter II, porque hay que aclarar, que el vicio, no sólo mantenía una dominación en un videojuego, sino que era muy probable que fuera muy bueno en los demás juegos. Entonces el ranking era más de apreciación que de resultados, pues muchos no tenían videojuegos en común. Mis juegos predilectos eran: Street Fighter II, Fatal Fury, Mortal Kombat, Art of fighting, Pit fighter, entre otros.
El ser un vicio era comparable con un rockstar, te daba fama, prestigio, pero también eras la víctima de las reacciones más iracundas e inconsebibles de los jugadores comunes. En el mercado me quitaron mi gorra recién comprada de San Román. Me encontraba jugando Fatal Fury, cuando al que vencí, me quitó la gorra con un movimiento rápido y arrancó a correr. No lo pude alcanzar. En otra ocasión, un mayor de edad (como de 20 años) me asaltó. Me sacó una navaja mientras jugaba Mortal Kombat II, me pidió mi correa y yo tuve que dársela. Al muy cabrón me lo encontré, un año después, vendiendo aguas en la Michoacana del centro. Se vio muy nervioso, pues mi tío me acompañaba en la compra. No dije nada. Lo dejé sufrir con sus nervios. Pero en otra ocasión sucedió algo muy cómico. Llegué, con todo mi ego a Champotón, para jugar el Art of Fighting. Había un joven que era mayor a mí, por edad y por tamaño. El jugaba en el lado derecho, cosa rara, porque el único lugar donde puedes jugar es en el izquierdo, pues el derecho se activa, sólo cuando hay un retador. Era evidente que acababa de tener una batalla, y que por eso le quedó el control derecho. Pero no había nadie en ese local. Metí mi moneda y reté. Pronto pude saber el por qué de la preferencia del lado derecho, pues un botón del izquierdo no funcionaba, y daba la casualidad, que era el botón que servía para hacer el agarre. Pero eso no era lo que me fastidió, sino que llegué muy sácale punta, pues quería hacer alarde de un nuevo truco de ese juego. El truco daba como resultado la disminución de un poco más de tres cuartas partes de la energía del contrario, pero para eso, debía dejarme bajar la energía, hasta la última cuarta parte de la mía. Es decir, me tendría que dejar golpear hasta que me dejara un dedo de energía. Después, con ese poco de vida, tendría que hacer un movimiento con la palanca, y sumir dos botones, el golpe débil, y el fuerte, que es el que aplicas para el agarre. Me molestó no poder ejecutarlo. Pero, la dificultad no paró ahí, pues a palanca, no servía, no podía hacer retroceder a mi personaje. Gracias a eso, el retado me dio una paliza que abolló mi ego. Yo no podía aceptar esa derrota, aunque mi lado estaba inservible. Así que volví a retar, creyendo fielmente que podía vencerlo, aunque no podía hacer grandes cosas con esas deficiencias. Creía que el vencer a alguien con tamaños inconvenientes, realzaban mi jerarquía. Mis intentos se volvieron en terquedades, y mis créditos pronto alcanzaron una cifra de 6 pesos. Pero, antes de que sumara 9 pesos, decidí, con toda mi furia, hacer uso de las más sucias trucuelas. Gané, y aporreé los botones con un “agüevo, coño”, el vencido me vio con cara de encabronado y me dijo “Qué te pasa pendejo”, y yo, con la consigna de mantener mi hombría a flote le dije “Nada, puto”, y él se enfadó y me dijo “¿muy chingón?”te crees muy chingón?” , “pues sí” y que me agarra del cuello y que me quiere dar un rodillazo en el estómago, pero mis brazos fueron un tope. Así que me solté como pude, y muy gallardamente corrí como diablo.
La comunidad de video jugadores se convirtió en una gran masa de personas que encontraban esparcimiento y libertad en las tiendas, farmacias y establecimientos que tuvieran videojuegos. El dinero era tan efímero como lo diría un adulto, pero con la diferencia de que a los video jugadores no nos dolía esa pérdida. Los jóvenes conseguían un placer jugando maquinitas y, mucho más, el convertirse en un oponente digno.
Empecé a convertirme en un amante de los video juegos, pero se acentuó más cuando llegó a mi vida Street Fighter. Yo estaba en la primaria cuando llegó el fenómeno de las peleas callejeras. Y mi horario se estableció en base a lo que jugaba. Entraba a las 7 am, y por alguna extraña razón, en el centro de videojuegos del mercado abrían a las 6am. Entonces me levantaba temprano para tener 20 minutos para jugar. Llegaba a la escuela, rayando las 7:20 am. Me formaba y entraba al salón. Al salir de la escuela, iba a la mercería Violeta, para jugar. Me iba caminando de santa anna, al mercado, para jugar de nuevo. Llegaba a mi casa, me cambiaba de ropa, y volvía al mercado. Llegaba a mi casa para almorzar, hacía mi tarea, me bañaba y me iba a jugar. Regresaba en la noche, para cenar y dormir temprano. Así eran mis días en la primaria y era el paraíso.
Muchos pensarán que se gastaban un afortuna los niños, o mejor dicho, que ganaban una fortuna los dueños de las máquina. La verdad es que si ganaban bien, pero los niños y jóvenes, no iban a quedarse por jugar, sino también sucedía que uno iba a las maquinitas a ver las retas. Uno podía diferenciar a los observadores que analizaban las jugadas de los más grandes, y pulían su técnica. Pero también sucedía que encontrabas a personas que veían los juegos porque no les quedaba de otra. Pero en general, los observadores pepenaban movimientos que no se sabían.
Pero Street figther II ocasionó algo que ningún videojuego había hecho. Logró un ranking no establecido entre la sociedad de video jugadores en cada establecimiento donde se llenaba de jugadores. En el mercado, les puedo decir que el número uno era un flaco que le decían “Mimoso”, ya sabrán por qué; el segundo era uno que me remitiré a decirle “gordo puto”, no puto gordo; y el tercero, su humilde servidor. Sabías que pertenecías a un ranking, por el temor o las ganas férreas que tenían de ganarte los demás: “no le eches, ese cabrón es vicio”, “ Ahh, cabrón, te voy a retar, vicio”. Vicio, por lo menos en Campeche, era el honorable título que te podían dar en las maquinitas. Ser “Vicio”, a diferencia del perjuicio que tiene esa palabra, entre los videojugadores, era como un representante digno y que merecía todos los respetos. Era la persona a vencer. Debo decir, que el título era vigente en todas las colonias, e incluso los estados vecinos. Recuerdo que de niño, fui a Cancún, y después de estar 3 días sin tocar una maquinita, le pregunté al amigo de mi tía que me llevara a las maquinitas. Ante su ignorancia, decidió guardar silencio. Sentí que había cometido un acto insultante. Pero inquirí e hice los movimientos que resaltan las características de una maquinita y me dijo “Ahh, las Chispas” ahora te llevo. Y me llevó a un lugar, cerca de la Plaza Caracol, en donde se encontraban las “Chispas” y al ir a la máquina de Street Fighter, me topé con un conocido “Vicio, que pedo”, “Eso me pregunto de ti” y los dos nos saludamos. Ese joven, pues era mayor que yo por 3 años, era un vicio de la colonia Carmelo, y lo conocí porque mis primos me llevaron para que lo enfrentara y lo venciera, pues no había sido derrotado “nunca, nadie lo ha vencido. Cuando agarra a Chun li, nadie lo puede detener, ni siquiera quitarle el perfect”. Perfect era cuando derrotabas a alguien sin que te tocara una sola vez, manteniendo tu barra de energía intacta. Y debo decirles, sin afán de elogiarme, que le gané, y acabé con el reinado de terror del vicio del Carmelo, y me gané la simpatía de muchos del barrio que colinda con Esperanza.
Ser un vicio contaba con un problema, que se convertía en un hecho muy activo, pues ante tantos vicios, uno se tenían que enfrentar y demostrar una hegemonía en el lugar de encuentro. Era como una batalla entre titanes. Había un día de la quincena, en que los vicios se encontraban y era una batalla que los demás esperaban con mucha impaciencia. Y los que no tenían tales facultades para el videojuego, agarraba a su gallo, y se identificaba, convirtiéndose el lugar, en un estadio en donde los vicios son guerreros de los demás observadores. De esos encuentros, los demás establecían su ranking y decían quién era el mejor. Pero cada quincena, ese ranking cambiaba. Yo llegué a ser numero uno unas 5 veces en el mercado. Y en Street fighter II, porque hay que aclarar, que el vicio, no sólo mantenía una dominación en un videojuego, sino que era muy probable que fuera muy bueno en los demás juegos. Entonces el ranking era más de apreciación que de resultados, pues muchos no tenían videojuegos en común. Mis juegos predilectos eran: Street Fighter II, Fatal Fury, Mortal Kombat, Art of fighting, Pit fighter, entre otros.
El ser un vicio era comparable con un rockstar, te daba fama, prestigio, pero también eras la víctima de las reacciones más iracundas e inconsebibles de los jugadores comunes. En el mercado me quitaron mi gorra recién comprada de San Román. Me encontraba jugando Fatal Fury, cuando al que vencí, me quitó la gorra con un movimiento rápido y arrancó a correr. No lo pude alcanzar. En otra ocasión, un mayor de edad (como de 20 años) me asaltó. Me sacó una navaja mientras jugaba Mortal Kombat II, me pidió mi correa y yo tuve que dársela. Al muy cabrón me lo encontré, un año después, vendiendo aguas en la Michoacana del centro. Se vio muy nervioso, pues mi tío me acompañaba en la compra. No dije nada. Lo dejé sufrir con sus nervios. Pero en otra ocasión sucedió algo muy cómico. Llegué, con todo mi ego a Champotón, para jugar el Art of Fighting. Había un joven que era mayor a mí, por edad y por tamaño. El jugaba en el lado derecho, cosa rara, porque el único lugar donde puedes jugar es en el izquierdo, pues el derecho se activa, sólo cuando hay un retador. Era evidente que acababa de tener una batalla, y que por eso le quedó el control derecho. Pero no había nadie en ese local. Metí mi moneda y reté. Pronto pude saber el por qué de la preferencia del lado derecho, pues un botón del izquierdo no funcionaba, y daba la casualidad, que era el botón que servía para hacer el agarre. Pero eso no era lo que me fastidió, sino que llegué muy sácale punta, pues quería hacer alarde de un nuevo truco de ese juego. El truco daba como resultado la disminución de un poco más de tres cuartas partes de la energía del contrario, pero para eso, debía dejarme bajar la energía, hasta la última cuarta parte de la mía. Es decir, me tendría que dejar golpear hasta que me dejara un dedo de energía. Después, con ese poco de vida, tendría que hacer un movimiento con la palanca, y sumir dos botones, el golpe débil, y el fuerte, que es el que aplicas para el agarre. Me molestó no poder ejecutarlo. Pero, la dificultad no paró ahí, pues a palanca, no servía, no podía hacer retroceder a mi personaje. Gracias a eso, el retado me dio una paliza que abolló mi ego. Yo no podía aceptar esa derrota, aunque mi lado estaba inservible. Así que volví a retar, creyendo fielmente que podía vencerlo, aunque no podía hacer grandes cosas con esas deficiencias. Creía que el vencer a alguien con tamaños inconvenientes, realzaban mi jerarquía. Mis intentos se volvieron en terquedades, y mis créditos pronto alcanzaron una cifra de 6 pesos. Pero, antes de que sumara 9 pesos, decidí, con toda mi furia, hacer uso de las más sucias trucuelas. Gané, y aporreé los botones con un “agüevo, coño”, el vencido me vio con cara de encabronado y me dijo “Qué te pasa pendejo”, y yo, con la consigna de mantener mi hombría a flote le dije “Nada, puto”, y él se enfadó y me dijo “¿muy chingón?”te crees muy chingón?” , “pues sí” y que me agarra del cuello y que me quiere dar un rodillazo en el estómago, pero mis brazos fueron un tope. Así que me solté como pude, y muy gallardamente corrí como diablo.
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