domingo, 18 de mayo de 2008

Ases y natos

Mucho se habla de la muerte del Señor Martínez. Y no es para menos, desparramado, con la cabeza abierta y con los ojos desorbitados. La primera sospechosa fue su mujer, que no supo de nada, pues dormía plácidamente en su dormitorio. Extrañamente, ella le dio el día a la servidumbre y cortó toda comunicación de su hogar. La señora Isabel acepta todas las acciones anteriores. Pero aún así, no existe un motivo para haber asesinado a su esposo.
Una posible coartada es la que nos hace dejar un ojo a la esposa. Sin embargo, ella asegura que no escuchó nada. Dice que su esposo veía la tele y que ella lo esperaba en la cama. Pero se durmió y la mañana la sorprendió sola. Supo que su esposo no fue a dormir, porque la parte de la cama que le corresponde a su marido, no había sido tocada. Bajó a desayunar, pensando encontrar a su esposo, pero no fue así. Fue a la sala y no encontró nada. Buscó por todos lados, hasta que lo encontró en la cochera, tirado y con las señales de la muerte horrible en su rostro.
Qué le habrá pasado al señor Martínez. Quién lo habrá matado si no fue su esposa. La autopsia no revela ningún golpe. Caso extraño, pues no explica cómo habría sido su muerte. De quién habrá sido la mano que le dio la más terrible de los finales. Todavía recuerdo la escena del crimen. En un charco de sangre y piezas de cerebro yacía el cuerpo del señor Martínez. Su cara pálida demostraba una terrible visión. Desde la primera vez que lo vi me pregunté “qué imagen tan horrible habrá visto antes de morir” Se podía notar el sufrimiento. Tubo los dientes aferrados, como si quisiera sellarlos con el frío del otro mundo. Una botella de coca-cola tirada en el suelo, señal de que el criminal había tomado con calma su tarea, antes de acabar con su víctima. Sin embargo, no había ninguna señal de tortura.
Su esposa, la principal sospechosa, no dejaba de repetir que fue la maldición lo que lo mató. La histeria estaba vestida de la señora Isabel. Sus ojos abiertos y pelones calcaba el rostro de la muerte. En una intimidad artificial, me explicó la maldición. Todo se remitía a la niñez del difunto. Él y tres de sus primos se encargaban de hacer maldades, más allá de los que los niños normales hacen. Fastidiaban a los ancianos y pateaban a los borrachos que encontraban en el parque. Incluso despellejaban perros recién nacidos. La viuda me explicaba que eso era, gracias al grado de miseria en que vivía el señor Martínez. Pero volvió a la anécdota, explicándome que a unas cuadras de la casa de su difunto marido, vivía una señora de edad muy avanzada, que, en respuesta del alejamiento de sus hijos, se dedicó a criar gatos, mismos que se duplicaban conforme les propiciaba alimento. Me dijo que el número de gatos que tenía la viejecita era muy numeroso. Un día, la señora escuchó unos estallidos, como de globos de agua reventando. Al salir, notó que los ruidos eran producto de los gatos reventando, gracias a que el señor Martínez y sus primos, le daban agua mineral a los animales, les metían un alka seltzer, los sacudían con fuerza, y los aventaban; los gatos de inmediato reventaban como petardos, mientras los niños reían a carcajadas. La mujer recibió ese impacto, y el corazón no le dio, más que para maldecirlos por esa macabra acción. Los niños se asustaron por la caída y el grito desgarrador de la vieja.
La viuda dijo que a raíz de esa maldición, sus primos fueron muriendo uno a uno, hasta quedar el señor Martinez. Esta historia podría ser una explicación del todo satisfactoria, sin embargo, no es suficiente para las leyes, que no aceptan las explicaciones paranormales. Así, gracias a esta revelación, la viuda acentuaba más la sospecha. Pero se tenía que tomar con mucho cuidado, ante la posibilidad de declararse de mentalidad insana, y así, evadir su castigo.
Pero uno de mis ojos no dejaba de apartarse al hecho relatado. Investigué la muerte de los primos del señor, y encontré que el primer muerto fue un tal Ricardo Hernández, en manos de un sospechoso que nunca fue identificado, y que murió con un semblante tan atroz como su primo, pues la imagen de la foto me relataba una muerte tan terrible que muy pocos peritos podrían olvidar. Ricardo presentaba un hematoma fuerte en la parte posterior de la cabeza, pero a diferencia de su primo, lo que ocasionó la muerte, fue un pequeño bate. Fue sin duda, un golpe de conejo. Pero no había ningún rastro que pudiera develar la imagen del homicida, y sólo nos deja en claro que el asesino fue uno y otra, la última persona que vio la víctima, y que se trataba de una persona tan horrible y extraordinaria para propiciarle tal expresión al occiso.
El segundo muerto se trata de Hernán Martínez, y murió ahorcado en el techo de su cuarto, sin embargo, la postura de querer desamarrarse, y la silla a su lado, me dejan con la sospecha de que una segunda persona estuvo ahí. La cara del occiso muestra una rectitud, que pareciera que estuvo mirando a alguien, y sus ojos se dirigen a una segunda silla que quedó frente a él. Su rostro tenía la misma expresión de los otros dos. El terror se personificó en sus ojos.
El tercero, tenía unos ocho meses de haber sido encontrado muerto. La foto me mostraba una carnicería como nunca antes había visto. Un brazo estaba separado de su cuerpo y estaba sobre su cabeza. El otro nunca fue encontrado. Sus piernas estaban en pedazos y su miembro había sido desprendido y quemado. Pero su rostro estaba con una expresión parecida a los otros. El acta declaraba que no encontró a una autor intelectual. Y que el historial de la víctima, dejaba en claro que era un ajuste de cuentas de una pandilla que se hace llamar “los chocoroles”; que se cree, el occiso había golpeado brutalmente a uno de los hermanos de uno de los integrantes de la banda. Sin embargo, no se encontró ninguna huella, y ningún sospechoso, amén del hermano golpeado de nombre Abelardo Cruz.
Así tenía cuatro casos con sus respectivas semejanzas. Pero sin un hecho real por conectar, más que la maldición que la viuda me comentaba.
En uno de los interrogatorios, la señora Isabel comentó que su marido, tenían un pavor al escuchar sobre la muerte del último de sus primos. Que el semblante del señor Martínez era de una desdicha y de un temor, en los últimos meses. Y que de hecho, ella les dio el día a sus empleados, a petición de su marido. Podía ser una posibilidad, que no había previsto: un posible suicidio. La señora, al verme pensativo ante el posible suicidio, me preguntó sobre mis pensamientos. Yo le dije que nos era necesario que nos dijera todo lo que podía, para poder resolver el caso. Ella asintió pero me inquirió con más fuerza, como si supiera lo que estaba pensando y no lo aceptase. Yo le empecé a comentar que podría ser un suicidio, pero no terminé de decir “podría” cuando ella me dijo que jamás haría eso su esposo, que lo conocía demasiado como para jurar por su vida de que no había cometido suicidio. Dijo que diría todo lo que preguntaran, pero que no pensara en el suicidio. Que mencionaría todo lo que hicieron las últimas semanas con detalles, pero que no pensáramos en el suicidio. Que hasta nos detallaría cómo hicieron el amor, si eso era necesario, pero que no pensáramos en el suicidio. Mencionó que desayunó huevos con tocino, el día anterior a su muerte. Que no tomó leche porque se sentía mal del estómago. Que le pidió unas mentas para el mal olor de su aliento. Que le dejó las llaves de la camioneta, y que el señor se llevó el carro. Que regresó del trabajo con la camisa manchada de tomate. Que no cenó lo suficiente, porque se sentía inflado. Que se sentó en el sillón de siempre. Que no tenía sus chancletas de siempre, porque no las encontró. Que discutió con él, porque ella quería ver la novela, y él, el futbol. Que se quedó recostado en el sillón, y que le dijo que la alcanzaba en un momento.
La verdad no quería asomarse, y más aún cuando las pruebas daban negativo a la presencia de pólvora. Y me pregunté con más ahínco, “¿qué mató al señor Martinez?”, “¿Podría ser lo mismo que mató a sus demás primos?”, “¿tendría que aceptar lo fantástico?”Dejé descansar el caso. A veces es mejor alejarse un poco para tener mejor perspectiva. Pero no podía. No podía borrar de mi cabeza los gestos de esos muertos. No podía alejar la presencia de una maldición. Quizá fue por vivir con el régimen de lo comprobable y la realidad por más de 20 años. Y ahora, que no encontraba una respuesta contundente, lo extraño y oculto me perseguían y se burlaban de mí. Un refresco embotellado era lo único que tenía en el refrigerador. La molestia me invadió por no tener nada qué comer. Me dirigí a mi esposa, para propinarle una regañada por no tener al día la despensa. Estaba justo por entra al cuarto, cuando algo se presentó en mi memoria. Me quedé petrificado en la puerta del cuarto. No podía articular una palabra, mi cerebro acaparaba toda mi energía. Una luz en el túnel me hizo vestirme y dirigirme a mi modesta oficina. Tomé las fotos del lugar del incidente, y ví el mismo refresco de mi refrigerador, sólo que estaba lo suficientemente vacía, como para darla por bebida. Me guardé las fotos, y me dirigí a la casa de la viuda. Al llegar, toqué con tal impaciencia, que la viuda tardó en reconocerme. Entré, pidiéndole de favor que me deje entrar. Le pregunté que me dijera lo que le había dado. Ella se quedó en duda. Le pregunté sobre lo que le había dado. Ella no entendía. “Las mentas”, ella entendió. Me preguntó si podría ser una pista, yo le dije que sí. Para ella, era evidente que el presunto asesino podría tener como recinto las cosas que dejó en la escena del crimen. Y tenía razón, sólo hacía falta que se unieran bien las pistas. Abrí el refrigerador, tomé un refresco, lo abrí, tomé un poco. Saqué unas mentas, tomé una, la introduje en la botella de la y la respuesta salió disparada. No había que decir más, la señora derramó unas lágrimas mientras dejaba de eferveser la bebida. Era evidente que el señor había cometido un grave error. Tenía en la boca unas mentas, mientras tomaba su coca-cola. La reacción fue fugaz. Le destrozó la cabeza con tal fuerza, mientras se daba cuenta de lo que sucedía.
Todo quedó en claro. Me sentí culpable de haber dudado ante la naturaleza de la realidad. Pero mientras recibía la cachetada con guante blanco, la mujer dijo “Lo sabía, la maldición se cumplió”.

3 comentarios:

Rodrigo Solís dijo...

Muy bueno Wil.

Metis dijo...

Es el primer relato tuyo que leo, sencillo, claro y eficaz, para mi (humilde opinión) un buen cuento o relato es el que nos transmite emociones que nos deja con ese sabor de boca de querer más! Ya me recomendaron: Cuentas para la vida! Saludos mi estimado Wilberth.

wilberth herrera dijo...

Muchas gracias mi queridísima Metis, y me complace muchísimo el que le recomienden escritos míos. Me deja sin plabras y desarmado. Muchas gracias.