El Señor Prosapio había salido del baño, después de haber jalado más de 5 veces el inodoro. Su cara era la muestra más contundente de la frustración: una combinación de molestia y decepción. Y no era para menos, después de haber evacuado lo que su estomago se encargó de almacenar, el agua no había cumplido su parte del trabajo. A sus 78 años no había tenido ningún problema con los sanitarios, pero esta vez parecía que todos los antiguos reyes del trono, le habían mandado una maldición, y es que de los 5 trozos grandes de excremento, con sus 4 charalitos de por medio, todos se habían ido a las profundidades del bacín, exepto un charal que la hacía de valiente. Dicho mojón cabalgaba vehemente sobrelos remolinos de agua, e impedía que lo tragara el Maelstrom del baño. Todos los que entraban al baño y hacían sus necesidades tenían la misma frustración, pues sus deshechos se iban, excepto aquel valiente de frijol. Y es que no es para menos, científicamente está comprobado, que el nivel de frustración y desasosiego que se experimenta cuando no se va un pedazo de mierda, es demasiado alto. Y se está estudiando si esa sensación y estado de ánimo, es una parte importante para que los que se suiciden, tomen esa determinación. Una semana había pasado, y ya era costumbre ver el bacín, acompañado de su mojón valiente. La familia Acosta, era cuidadosa de no prestar el baño a amigos y familiares, ya que les parecía penoso el mostrar al que quería ser parte de la familia, y que desde un punto de vista, lo era. El señor Prosapio se sentía indignado de haber dado a luz a semejante “ser” con altos índices de persistencia. Habría deseado que sus hijos tuvieran dicho empeño. Prosapio, era muy querido, y no se le imputaba nada por el hecho de haber engendrado tal cosa que apenaba a toda la familia. Todo aquel que entraba al baño, se acordaba que tenía que deshechar sus inmundicias, pero a la vez, tolerar al cancerbero, que ya amenazaba a quedarse toda la vida. Un día, increparon al abuelo a que dijera lo que había comido para que naciera dicha terquedad de excremento, con el fin de que no volviera ingerir dichos alimentos, y no darles hermanos valerosos que acompañaran al Ulises de mierda. Dentro de lo que había comido, no se encontraba nada fuera de lo común: huevo, frijol, Bistec y arracheras. Era un hecho, ese era una gran excepción de la madre flora intestinal. Por un momento pensaron que varios mojones habrían estado planeando alguna revelación en la fosa séptica, pero dicha idea fue deshechada por el mayor de los hijos del señor Prosapio, por descabellada. Abrieron el sumidero para no dejar cabos sueltos.Después de 9 meses, el señor Prosapio cayó en cama, gracias a una pulmonía terrible. Y después de luchar contra la muerte por 4 meses exahustivos, cedió, y dejó este mundo. Ese fue un duro golpe para la familia Acosta. La familia estaba hecha jirones. El dolor se podía sentir en toda la casa. Todos los familiares acudieron a la casa Acosta para dar sus condolencias. La reunión fue una junta de silencios incómodos, y de amarguras que herían. Pronto, todos los familiares se fueron, y la familia Acosta se quedó sola. Al otro día, la mesa de desayunos era un témpano de dolor. Nadie hablaba ni miraba sus platos. Sergio Acosta, el mediano, se paró de la mesa, y sin decir más, se fue al baño. Los demás lo alcanzaron y lo vieron parado ante el inodóro, observando aquel mojón que había dejado su padre y llorando de amargura. Todos estaban reunidos alrededor del bacín, derramando lágrimas como si quisieran hacer rebosar el inodoro, para sacar aquel mojón, recuerdo del padre maravilloso. Era como el último testimonio de lo que el Señor Prosapio había hecho a lo largo de su vida, una vida de lucha constante contracorriente, y todo para el bienestar de su familia, siempre con una sobriedad pulcra. Siempre callado, sin decir ninguna palabra, y dejando que sus acciones fueran el reflejo claro. Todos lloraron, y pidieron frente al pedazo de caca, por el bien de su padre. Después, la vida fue muy dura para los Acosta, la falta de aquel padre era una losa pesada qué llevar. Cada 28 de cada mes, todos los Acosta se reunían en el baño, para venerar la memoria de su padre, ante el charal que antes les fue de lo más repulsivo. Doña Ana, la hija menor, tenía la costumbre de encerrarse en el baño, y hablar con el mojón, era su confidente más fiel. Don Luis y Don Sergio, orinaban alrededor del mojón, cuidando de que la presión del líquido de riñón, no despedazara la memoria de su padre.Así pasó un año. Todos ya estaban un poco repuestos de la pérdida de Don Prosapio. Don Sergio y Don Luis habían conseguido un trabajo seguro y muy bien remunerado. Doña Ana, se había casado por segunda vez con un italiano de buena familia, y Lucrecia se mantenía con sus hijos, que ya habían conseguido un buen trabajo. Todo parecía ir por buen camino, hasta que un día, sin que nadie se diera cuenta, “Prosapito” el mojón, se sumergió en lo profundo del bacín y no volvió más. La familia lo despidió en el baño, con llanto en los ojos. Buen viaje.
jueves, 21 de agosto de 2008
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