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El tiempo era alegre. La tarde era calurosa. Ese lunes no me convertiría en un escurrido. Después de todo, quería ver a aquella mujer que me hacía transpirar sin apestar.
Estaba bañadito y en camino para la escuela. El perfume de “Animal” estaba impregnado en mi camisa de preparatoria. Estaba feliz. Feliz y escuchando música en mi mp3.
Poco me importaba la tarea, yo sólo quería ir a mi salón, sentarme junto a Gina, y verla, seducirla con mi mirada inocente.
Una duda me asaltó a la mitad del camino. Cómo nos íbamos a saludar, de beso en la mejilla o de beso en la boca. Prefería que fuera en la boca, pero sabía que era imposible. Ella tenía novio y no podía dejarse notar ante todo el salón. Eso sería un grave error.
Cuanto imaginé llegar y besarnos como cualquier pareja, y darnos un abrazo leve. Aunque fueran cursilerías, no podía tener ese lujo. Quería las cursilerías y me estaba vedado. La quería completa, no por partes. No por momentos. Pero comprendí que no ella tenía novio. Y yo quería ser su novio. De repente, me asaltó un ejemplo: yo no quisiera que me hicieran lo que yo estoy haciendo.
Hoy voy a hablar con ella. Le pediré que deje a su novio. Le pediré que seamos algo más que una amistad íntima. Nos habíamos besado y eso era suficiente para sabernos enamorados.
¿Pero si la verdad es que ella quiere a su novio y yo soy sólo un pasatiempo? No podía creerlo, parecía que la mujer era yo. Cuántas veces el argumento de las telenovelas no son eso, una amante que le pide a su hombre que deje a su esposa para escaparse con ella, y la amante tiene dudas. Reí por la semejanza. Tal vez reí porque no quise creer tal acción.
Hoy se despejarían tales dudas. Hoy, en el receso, hablaría claramente con ella y dejaría ese acto horrendo de divagar tormentos.
Llegué al salón como si nada. Actuar como siempre soy, era lo mejor. Saludé a mis amigos que estaban en la puerta del salón. Dos que tres insultos de siempre. Pero me cuadré cuando la vi sentada. La vi, me lanzó esa sonrisa pícara de la playa. Un flash. Un recuerdo que pasó como auto a toda velocidad. “Hola” me dijo mientras alzaba la mano derecha. La distancia entre ella y yo era de casi 6 metros. Temí porque alguien nos viera y sospechara, pero nadie nos prestaba atención.
Por un momento sentí celos de mi mismo, al verla tan hermosa, tan bella, tan buenota, con sus piernas cruzadas, dejando ver sus pantorrillas bien proporcionadas, y aquellas rodillas redondas. Su falda era del uniforme, así que era como una falda pero en realidad era un short. Aún así, podía ver sus nalgas bien delineadas. Sus hombros bien plantados, sus pechos notablemente inflamados. Era una belleza y me saludaba a mí. Me ericé al recordar que el día anterior nos habíamos besado. Pero al momento me recriminé al no “propasarme” un poco y tocar sus pechos.
“Hola, Alex” y levantó sus labios pidiendo un beso, pero puso su cara de lado, ofreciéndome su mejilla derecha. La besé con cierto alivio, pues no iba a tener el valor de besarla en la boca delante de todo el salón.
“Ven, siéntate” me dijo mientras quitó su bultito rosa de una silla, para que yo la ocupara. Me estaba guardando un lugar. Me dijo que me sentara, y yo obedecí. Obedecí como un perro. Era inevitable, ella tenía control total sobre mí. Era su perro. Era una diosa y yo su lacayo.
Sentía que me veían. Todos me veían y podía jurar que me compadecían. Pero yo me sentía feliz. Era feliz en esos momentos porque podía tener a una mujer como Gina, como mi amor. Oculto pero a final de cuentas, amor.
El maestro pasó por la ventana, todos entraron. Y en el ajetreo, me dijo sin verme “Te quiero”. Sentí que mi corazón iba a estallar, y con el sonido llamaría la atención de mis amigos. “Yo también. Te quiero” le dije. Ella me agarró la pierna y me sonrió. Era feliz. Era un hombre, y era el más feliz.
Sudaba como cerdo. Estábamos sentados hasta atrás, como corresponde a los desmadrazos, y por esa razón, el abanico no llegaba a brindarnos su trabajo. Me sequé el sudor de la frente con cuidado, para que Gina no se diera cuenta. Quise sacar un pedazo de papel higiénico de mi bolsa derecha y el asunto se complicó. Tuve que brindarle más cuidado al hecho, hasta que logré mi cometido. Cuando volteé a mi izquierda, noté que Gina me veía con humor. Estaba riéndose por la forma tan cuidadosa con que ejecutaba tal operación tan pueril. “Me encantas. Eres tierno. Me encantas” me dijo mientras sonreía y me brindaba la dicha de admirar sus hermosos dientes y sus bellas encías. Me puse rojo, me di cuenta porque ella hizo aquella expresión de ternura, con las cejas arqueadas (la misma de la playa) y me dijo “Ayyy, te apené, bonito”. Me lo decía quedito, para que nadie la escuchara. Me dijo “bonito”. Nunca antes me habían dicho eso. Era la primera vez que me decían ese apodo. “Bonito”. Mi mano izquierda fue tomada por su mano derecha. Yo a su derecha, ella a mi izquierda. Abrí mis dedos para que metiera los suyos. Por un momento nos quedamos así. Hasta que un movimiento de Lucía, una amiga que sentaba frente a nosotros, nos espantó y nos obligó a separarnos. “Lucía hija de la verga”
4 comentarios:
es ciertoo! el ventilador no llegaba atrás, por un momento me sentí de regreso en la ermilo, en una clase del dr mauro ja... espero leer pronto la siguiente parte, saludoss
ale, hola.(suena cierta redundancia)
Muchas gracias por leerlo, y sí, iré subiendo esta obra que se perfila a ser mi primera novela. Nunca pensé tener la capacidad de escribir algo mayor a 10 cuartillas, pero me siento con el suficiente aliento como para hacerla novela. Si no, una noveleta de 50 páginas, jejeje. Estamos en contacto.
Saludos
noveleta, vamos da para más.
pero dime mi estimado, ¿que hay de ella? digo, yo ya me estoy creyendo.
la verdad es que las mujeres son extrañas, esa chica del relato me da esa sensación.
saludos.
pues extraña, extraña, no sé, pero si que era(es)muy buena. Muy buena. lo creerán? Es cierto.
Podría ser novela, espero que no se me olvide todo. Un saludo
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