jueves, 8 de enero de 2009

El extraño resplandor de la inocencia I

“¿Quieres ver mi queso?” me dijo mientras intentaba evadir su cuerpo tratando de ver el mar que estaba frente a nosotros. Esa poderosa oración, esa potente propuesta hizo que mi cara cayera hasta el último grado de la incertidumbre. La vi a los ojos y sus rasgos eran pícaros. Con esa pequeña sonrisa que tiende a ser diabólica pero a la vez tierna.

Sus manos estaban en su cintura, las vi de reojo. El rango que podía notar mientras la veía a la cara. Estábamos acostados, yo frente al mar y ella de espaldas, pero cuando me preguntó, había quedado de frente a mí.


“C-c-cómo” tartamudeé. “No te hagas que bien que lo escuchaste. No me hagas repetirlo.” Ahora sus dedos estaban jugando con su pequeño bañador. Tenía que responder rápido, no podía hacerle perder el tiempo, tenía que contestarle rápido con algo inteligente, que dejara ver que estoy interesado pero que no soy un pervertido “Sí lo escuché. Pero me gustaría que lo repitieras. Me gusta cómo lo dijiste” le dije mientras sentía que me había tragado una piedra y había anchado mi garganta, pues podía ser todo en nuestra amistad. No habría regreso.

Georgina era bella. La más bella de la preparatoria. Tenía un cuerpo bellamente desarrollado y una cara hermosa. Me gustaba. No, estaba enamorado de ella. Ella sabía que la quería. Se lo había dicho y a ella le gustaba que se lo dijera. Creo que la excitaba. Pero era la primera vez que me decía algo así. Nunca había dicho cosas guarras. Lo más cercano había sido “¡me lleva la puta madre!” y fue cuando, por accidente había tirado su jugo de uva sobre su libreta de Biología.

“Que si quieres ver mi queso” se había acercado y me lo había dicho al oído. Con sus labios rozando mi oreja derecha. O bueno, eso sentí cuando su aliento lamió esa parte.

La vi de frente. Sentí el impulso de besarla. Quería besarla. Sentía que era el momento. Vi sus labios formando esa risa que se tatuó en mi mente. Quería ese aliento en mis labios, en mi naríz, en mi barbilla. Pensé aventarme de repente, en un beso desenfrenado. Preparé mi brazo derecho para abrazarla. Pero de repente, mi cerebro reaccionó como si estuviera en arenas movedizas, luchando por su vida, y diciéndome “momento, esto es sólo un juego pícaro. No te ha pedido matrimonio”. “Sí” me dije, y “Sí” le dije.

Se mordió el labio inferior y su risa se volvió en una seriedad picosa. Ahora, sus ojos bailaban lentamente de arriba abajo, como inspeccionándome, y que yo supiera que me está viendo y que le gusto. Su mano izquierda acompañó a la derecha hasta sus caderas. Se posaron en su ropa de baño, en el bikini de color morado. Bajé la mirada para ver y la noté reír por verme bajar la mirada a sus caderas. Jugaba con sus manos y jugaba con mi mente. Sus uñas cortas, limadas y pintadas de un rosa bajo, me eran sutilmente sexys. Discretas, y era esa discreción lo que me volvía loco, porque le daba un aire elegante, sencillo y coqueto, les daba un aire muy femenino.

“¡La playa!” me dije, y volteé a ver si había alguien alrededor y la soledad me sonrió. Al igual que Georgina, ya que entendió el porqué dejé de mirarla. “Estamos solos, tontito”, me dijo y ese “tontito” me contagió de esa sensualidad y ternura, como si fuéramos algo más que amigos, como si fuéramos pareja. “Sólo tienes que verme a mí” me dijo, y el existencialismo me pareció lo mejor que le podía pasar a la humanidad. Sartre era un amargado, pues la soledad es lo mejor que puede tener un hombre, y más si está con una mujer.

“¿Quieres ver?” me preguntó “Claro que sí” alcancé a contestar, y alcanzó a acariciar sus caderas con su mano derecha “¿ujum?” me dijo, preguntándome de nuevo. Yo sentía inconveniente redundar en el “Sí”. Tenía que decir algo más, algo diferente “me gustas mucho, Gina”, alcancé a decir y sentí que me costó mucho aliento. Después de un segundo caí en cuenta de lo patético que fui al decir eso. Era evidente que parecía un niño delante de una mujer. Era como un moribundo que se aferra a su ejecutor, y que mientras se arrastra, se sujeta a sus piernas y le pide que no lo mate. Era un patético, sucio y mal logrado amante. Eso al parecer, le sonó tierno. Sonrió y sus cejas se arquearon con una expresión de “Sooo cute!”. Y se lanzó a mis labios. Me besó como nadie me había besado. Y es que nadie me había besado antes. Sentí sus manos en mi nuca, entrelazarse entre mis cabellos. Sentí su aliento cálido en mi garganta. Su olor. Y una falta de modales porque yo no había cerrado los ojos y ella sí. La verdad es que gocé mucho admirar sus ojos cerrados cerca de mí. Sabía que los tenía cerrados por mí. Porque yo la hice sentir así. Sentía algo porque yo le provoqué ese sentimiento. Me quería. No sé si me amaba, pero sí le provocaba. Su nariz chocando con la mía. Me oprimía con sus manos hacia su rostro. Y de pronto sentí su lengua abriéndose paso entre mi boca. Como si entrara a mi cuarto en una noche cualquiera. Sentí su lengua buscando la mía. Y al sentirla, cerré mis ojos. No podía creer lo que estaba viviendo. Tal vez era mi primer gran amor. Quizá yo significaba más para ella de lo que pensaba. Y la abracé. Quise decirle que la quería, pero no encontraba la manera de decírselo. Me parecía de mal gusto interrumpir el beso por un segundo para decirlo. No habíamos tomado aire hasta entonces.

De pronto, ella no pudo contener más el aliento y se separó una milésima de segundos, y abrió los ojos mientras yo también los abría. Esos párpados bellos, con pestañas largas y delgadas; y unas bellas y delineadas cejas que hacían un marco perfecto; no pude contenerme más y le dije “Te quiero”. Ella sonrió despacio. Y ahora yo fui el que la besó. La besé con pasión. Ella se montó sobre mí para besarme mejor. Me sostuvo la cara con sus hermosas manos, y me imaginé viéndonos. Vi sus manos, con sus hermosas uñas posadas en mis mejillas.

De pronto caí en cuenta. Mi miembro estaba rígido. Ella lo podría sentir. Me apené. Quise cambiar de posición para poder evitar que ella sintiera mi rigidez. Pero ella, como si intuyera mi pensamiento, tomó mis brazos y los puso en su espalda. Quería que la abrazara. No le importaba sentirlo. Le gustaba sentirlo. Y quedamos boca a boca por un tiempo que se me hizo eterno.


De pronto, mientras nos besábamos y jugábamos con nuestras lenguas, pues la mía era suya y la suya era mía, me provocó agarrarle los senos. Esa provocación que estuvo contenida desde hace meses. Me decía a mí mismo que era el momento. Que no había nada de malo hacerlo. De todas maneras ella me había propuesto ver su “Queso”. Era normal que como pareja pudiera tocarle los senos furtivamente. Pero sentí que sería mal de mi parte hacerlo. Además, no me había quedado claro qué éramos en esos momentos. Qué era yo para ella. Tocarle los pechos podría ser una falta de respeto. Y no lo hice. Pero fue una tarde mágica que nunca olvidaré.

4 comentarios:

yo dijo...

eso de los pechos, dímelo a mi, mi estimado.

al menos veo que disfrutaste el acto, o la chaqueta mental... perdón por el chistorete barato.

feliz año.

wilberth herrera dijo...

jajaja, ya veo. Es gracioso cuando lo recuerdas ¿verdad? hay como un dejo de gracia y arrepentimiento.

Sí, es disfurtable cualquiera de los dos, ya que viene siendo lo mismo. jeje.

Feliz año nuevo, maese.

Anónimo dijo...

el dejo dejo de gracia? en lo de los pechos? siempre!!!

mira que una vez le negué un beso a una chica por que estabamos en publico, ¡creo que me odio! y yo me arrepenti

Feliz año, hermano!

wilberth herrera dijo...

mira tú, y después dicen las mujeres que somos unos aprovechados.

Esos arrepentimientos concluyen al hombre en literato. Mira lo que te digo...

Feliz año