miércoles, 23 de abril de 2008

Otro Cuentito: La Fuga

Despertó y por un minuto no supo cómo se llamaba ni quién era. Se sintió tan desorientado que parecía como si hubiera nacido. Su nombre era Jorge. Empezó a recordar cosas ridículas. Era de Tampico y había llegado a Veracruz para estudiar su maestría. Los recuerdos le llegaban poco a poco. Se iban formando a medida que se iba llenando de su pasado.
Cuando se repuso del sueño, no recordó qué había soñado. Seguramente lo recordaría más tarde. Se vistió para salir a desayunar. La mañana era muy soleada y con mucha gente en el malecón. Los lugares en los que pasaba se le hacían extraños y eso que tenía dos meses de haber llegado.
Se tardó unos minutos en recordar qué era lo que venía desayunando los últimos días. No tenía conciencia de la gente. Era un día muy extraño.
No sabía qué hacer, era uno de esos días en que tienes ganas de hacer algo pero no sabes qué. El ejercicio no era recomendable por el insoportable sol. Como un relámpago recordó su sueño. Soñó que iba a comprar un pescado al mercado y el vendedor le preguntó de qué tamaño lo quería. Respondió que uno grande y el pescador le sacó un tiburón que aún estaba vivo. Coleteaba de aquí para allá y daba mordidas al aire. Una de esas mordidas alcanzó al vendedor, desgarrándole la pierna izquierda. Los gritos ahogados del vendedor lo hicieron despertar.
Al terminar de comer se retiró y caminó por los cafés que hay frente al malecón. Recordó que no había pasado por ahí. La gente lo miraba con extrañeza. Como si fuera un delincuente. Jorge se sintió muy incomodo. Prefirió regresar a su cuarto.
En su cuarto se dedicaba a leer Psicología, ciencia a la que estudia con fervor. Prefería a Skinner, pues Freud lo catalogaba como un ignorante afortunado, que sólo le importaba la fama. El leer tanto ocasionó que le viniera el sueño. Al dormir soñó que iba despertando de otro sueño como si las cosas que estaban ahí fueran inexistentes. Pero la televisión, la estufa que soñaba y las demás cosas las podía tocar, sentir, oler; pero sabía que era un sueño de otro sueño. El ambiente era denso, como si una niebla las ocultara. Después recordó que podía despertar cuando quisiera. Pero no sabía cómo. Tuvo miedo de quedarse ahí, entre dos sueños para siempre, gritó hasta que despertó con el libro en el pecho. Fue muy extraño. Vio el reloj y eran las cinco de la tarde.
Se vistió y fue al malecón para que el aire del mar lo calmara.
En el malecón había mucha gente caminando y otras corriendo. Es común que en Veracruz la gente salga a correr por las tardes. Jorge sólo caminaba. Se sintió observado de nuevo, pero esta vez no por la gente que lo rodeaba sino por alguien más. Decidió caminar más allá de donde la gente estaba. Hasta donde termina el malecón. Al llegar notó que no había nadie por ahí. Se sentó y vse percató del horizonte; vio que el sol se ponía con tal velocidad, que lo sobrecogió, pero la sensación de ser observado seguía. El horizonte era tan lejano que le dieron ganas de hablar con sus padres.
—Es muy lejano, verdad.
— ¿Quién eres tú?—contestó Jorge sorprendido al ver a Sergio, el viejo.
—Es seguro que ya me vio… Soy Sergio, el viejo. ¿Por qué estás aquí. Solo?
— ¿Nos conocemos? Porque sinceramente yo no lo recuerdo.
—Sí y no.
— ¿Cómo que sí y no?
— Es que en verdad es la primera vez que nos vemos, pero es seguro que nos íbamos a ver.
Jorge puso una cara de desconcierto que el viejo supo interpretar.
— ¿No notas estos silencios?—le preguntó el viejo a Jorge—él está hablando mientras callamos.
— ¿Quién él?
— ¿No te has sentido extraño? ¿Como si estuvieras alienado?
Jorge se quedó pensando en qué era alienado. Pero no le preguntó para no
sentirse un tonto.
— ¡No te calles! ¡No lo dejes hablar!
Supo que era un loco y lo trató como tal, pues él era Psicólogo.
—Está bien, no dejaré que hable.
—Mira niño no me trates como un loco. No lo soy.
—Sé que no es un loco—le decía mientras lo intentaba calmar.
— ¿No te has sentido observado? ¿O no has tenidos sueños extraños? ¿No has sentido que no sabes nada y poco a poco vas recordando las cosas?
Jorge se sentía extraño y quiso irse cuanto antes de ese lugar.
—Yo sé que te has sentido así. Y si te vas, no sabrás por qué.
A Jorge no le importó lo que Sergio le decía y sabía que era un demente que se había escapado de algún manicomio.
—Si te vas no vas a saber quién te observa.
— ¿Cómo sabes que me observan?
—Es que no existes.
Lo que le dijo lo dejó perplejo, incluso después de que lo catalogó como loco.
—No dejes de hablar. Él intentará manipularte. Si dejas que hable inventará cosas en el silencio. Mírame soy un remedo de cliché. Un viejo que sabe todo.
Las cosas que el viejo le decía lo hacían pensar.
— ¡No dejes de hablar! Si quieres ser autónomo, debes seguir hablando.
— ¿Autónomo?
— Dime, qué ves ahí—el viejo apuntó el horizonte.
— El horizonte.
— No seas tonto. Qué más ves.
— El sol ocultándose en la mar.
— Muy poético; pero qué hay más allá.
— Pues mar. Mientras más me acerque hay mar.
— Sí, pero ahora no ves mar más allá ¿o sí?
— Claro que no, porque mi vista termina hasta donde puedo ver.
— Entonces cómo sabes que más allá hay mar.
— Porque lo sé. Lo he visto.
— Pero ahora no lo ves. Porque, el que te ve no lo ha escrito.
— ¿Qué?
— Que no lo ha escrito para que lo veas. Mientras más te acercas, él va describiendo lo que tú vas a ver. Sólo verás lo que él quiere que veas. Él lo sabe todo.
— Quién ¿Te refieres a Dios?
— No, no tiene nada que ver con Dios. Pero él es un dios.
Jorge pensaba lo que le estaba diciendo Sergio, y lo analizaba con detenimiento.
— ¿Cómo te llamas, hijo?
—Jorge.
—Mira, te explicaré mejor. Qué crees que tienes dentro de la boca.
—Dientes, lengua…
—Exacto. Pero en este momento que no la tienes abierta, que nadie la ve, ni siquiera tú. No tienes nada. Porque no hay razón para que él la describa. Tu boca es un vacío; así como debajo de tus parpados y dentro de tu estómago.
— ¿Quién es ese él?
—No sé cómo decirle, pero escribe sobre todos. Todo lo ve, lo sabe y lo describe. Estamos subordinados a él.
— ¿El gobierno?
— ¡No tiene nada que ver con el gobierno! Él creo al gobierno.
— ¿Tú también estás sujeto a él?
Jorge le seguía la corriente al viejo, pues sabía que era la mejor manera de
tratar a las personas que han perdido la razón. Hace tres años, en su rancho, en Tampico ya había tratado con personas locas. Una vez se encontró con una persona que le decía que el mundo se iba a acabar y que él, Jorge, era la única persona que podía salvar al mundo. Además le dijo que lo conocía, que ya sabían lo que iba hacer el resto de su vida. Esto no impidió que Jorge le siguiera la corriente. Era como un juego que dependía de la paciencia de Jorge.
— ¡No dejes de hablar, Jorge! Es la única forma de que no tenga el control de ti.
— Está bien. Pero sígueme explicando, que estoy desconcertado.
— Todo lo que ves es por gracia de él.
— ¿Por qué la conversación es la única forma en que no ejerce control?
— Porque es una ley que no puede romper. Así como Dios no puede cambiar el tiempo, para no alterar la lógica. Pero ten cuidado, él es un mentiroso y hará cualquier cosa para conseguir lo que quiere.
— ¿Y qué quiere?
— Pues muchas cosas, dinero, fama, diversión, o a veces lo hace por pura curiosidad o porque siente que lo debe de hacer. ¿Has leído algún libro? ¿Has leído el Quijote, a Borges o…a Cortazar, has leído a Cortazar?
— No.
— Te haría bien leerlos, pero creo que él no quiere que los leas.
— Pero ¿por qué me dijiste que no existo si estoy aquí, contigo, viéndote, platicando frente a la puesta de sol?
— Porque yo tampoco existo, nada de esto existe. Él dispone todo para que pase. Pero no creo que haya predispuesto este momento. Querrá que no permanezcas ningún momento más conmigo.
— Pero ¿por qué no existo?
— Porque eres una invención de él. Eres un personaje que fue inventado por alguien.
La respuesta le impactó. Cómo un loco puede desarrollar tales ideas. Jorge
sabía que ese tal “él”, era un hombre imaginario, creado por Sergio. Le inventa cosas para que después le pida algo. Eso no lo ponía a discusión, sólo le daba por su lado para no causarle a Sergio un arrebato de locura. Debía llegar a sus últimas consecuencias.
—Pero si soñé, tuve hambre, comí, tengo a mis padres en Tampico, sentí la melancolía. No puede ser inventado.
—Él los escribió. No tienes padres ni nada por el estilo. Eres un alienado. ¡Somos alienados! ¡Somos unas patéticas personas de una mala historia!
—Pero eso es imposible.
—Te demostraré que no tienes a nadie—mientras le hablaba, Sergio sacó una hoja y un lápiz—escribe el nombre de todas las personas que recuerdes en este papel.
Después de un rato, mientras escribía a todas las personas que
recordaba, pensó en pedir ayuda al policía que estaba a dos cuadras.
—Aquí está.
—Muy bien—el viejo los leyó rápido y le dijo— ¿te acuerdas de María Soste?
Después de pensar un poco, Jorge le contestó con seguridad.
—Sí.
— ¡Mientes! Aquí no hay ninguna María. Yo la inventé.
— Pero sí recuerdo vagamente a una María Soste.
— Pero ¿sabes cómo es, recuerdas su rostro?
— No, recuerdo su cuerpo pero no su rostro.
— Eso es porque yo la inventé, y “él” tiene que describirla.
— ¿Cómo logro no estar subordinado a él?
— Pues, la única forma es no siendo parte de la estructura de la historia.
— ¿Y cómo lo logro?
— No dejando de hablar. Hacer cosas inesperadas, no seguir con el camino que se te presenta, ir en contra. Ser espontáneo. Pero ten cuidado, a veces hace cosas para que tú hagas lo contrario y, así, conseguir lo que quiere. Recuerda, él es el cerebro, tú eres los sentimientos.
— Pero ser así toda mi vida es muy difícil. Es imposible.
— No dije que fuera fácil.
— ¿Tú has sido así toda tu vida?
— No creo. Talvez fui creado hoy, talvez soy un loco que es parte de esta historia.
Pensó lo que Sergio le dijo. Pensó en sus padres, y no recordaba sus
rostros, lloró por eso. Sintió mucha extrañeza. Fue más la añoranza y la melancolía, que las estupideces del viejo loco. Corrió con todas sus fuerzas y con lágrimas en los ojos. Gritando y llorando. Todas las personas lo veían como si fuera un loco más. No sabían que los recuerdos lo atormentaban. Se frenó para ver cómo se ocultaba el sol, pensó en una locura pero no quiso dejarlo todo a la mente.
Mientras observaba el crepúsculo, Carla, una amiga de la preparatoria lo vio. Era una coincidencia que lo viera en sus vacaciones. Al verlo tan triste se acercó para hablar con él. Era algo que le ayudaría a vencer la tristeza de su amigo. Ella siempre quiso ser más que una amiga. Y Jorge siempre la amó en silencio. Esta era una muestra de lo ridículo e injusto que puede ser el destino.
—Hola Jorge.
—Perdón, Carla, no te conozco— le dijo mientras corría.
Jorge la vio y no le dirigió la palabra. Porque era su ex novia, no creyó conveniente hablar con ella. La maldición pendía sobre su cabeza. Era brujería de un loco.
— ¡No soy tuyo! ¡¿Me oyes?! No sabrás que hago. Me voy a matar.
Fluyó una depresión tan fuerte en su sangre que pensó en matarse. Suicidarse era la única forma de escapar de su realidad. Toda su vida era un fracaso: sus padres, su carrera, su vida no tenía sentido.
—No lo haré, talvez es lo que quieres.
No sabía a dónde ir. Iba de aquí, para allá. Pensó ir a las plazas, pero
después se arrepintió. Se tiró al suelo y cerró los ojos. El rencor le recorría el cuerpo. Al cerrar sus ojos, intentó imaginarse. Intentó ser dos personas que se ven vertidas. Se salió de mi mente y se impregnó en la sangría de la hoja. Me vio, nos vio. Sus ojos aparecieron y se desvanecieron en un odio eterno.
— ¡Déjenme en paz! ¡Quiero vivir!
Ya no podía hacer otra cosa que cerrar los ojos. Y vivir así, viéndonos. Convirtiéndose en el narrador pasivo de nuestra patética historia.

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