viernes, 4 de julio de 2008

EL CONSEJO PARA LIGAR.

Ayer me vino recuerdos de la secundaria. Es bello recordar cosas que fueron una calamidad, y que al invocarlas unos años después, se convierten en recuerdos chuscos. El que voy a referir no tiene nada que ver con una calamidad. Bueno sí, si se le ve de otra forma.
Recuerdo que en la secundaria estaba en el receso. Y como era mi costumbre, no salía porque no quería ser visto por nadie que no fueran los estrictamente necesarios (mis amigos). Me pasaba lo que a muchos nos pasa en la secundaria, estamos en proceso de desarrollo y no somos nada populares. En lares más técnicos somos unas horribles crisálidas que no se sabe qué saldrá de dicho capullo horrendo. No hay que ser piadoso, por dios, uno sabes cuando es popular o no. Pues vuelvo a mi relato, me sentía incómodo salir de mi salón a tener que soportar las inclementes miradas ajenas. Lo sé, era un emo en potencia (gracias a dios no pasó de ahí). Y un día, noté que uno de mis compañeros mantenía una charla con la mayoría de las jovenzuelas de mi salón. Y estaban las más buenas, no eran supongan que eran los adefesios con cara de la amiga de Chiken little, no ahí se encontraba Gabriela y Cinthia (un par de muchachas que eran populares por sus enormes chuchos, que denotaban que sus cuerpos planearon hacer labores extras en esa área, descuidando notoriamente el sector cerebral), estaba Rocío (una joven que estaba muy buena y que en ese momento no me dirigía ninguna mirada de deseo, pero que en la prepa, cuando estaba yo estaba algo presentable, denotó cierto interés. Lástima que soy rencoroso) y dos que tres amigas que estaban medias. Pues mi amigo, de nombre Carlos estaba conversando con ellas, y yo notaba que lo escuchaban con mucha atención. ¡Incluso cuchicheaban entre ellas y lo seguían viendo, síntoma de que les era interesante la plática.
No podía creer que mi amigo, que era mucho menos agraciado que yo, rayando en los límites de lo permitido del aguante estomacal, pudiera contener la atención de la mayoría de las nenas que estaban en mi salón. Las tenía comiendo de su mano. Entonces caí en la cuenta de que el dichoso truco que decían en la tele de, una buena plática es el secreto del ligue era cierto. Tenía que pulir mi técnica en la oratoria y ser tan fluido como mi amigo Carlos. Pero para eso tenía que saber qué era lo que estaba diciendo mi buen amigo de Palmas II. Tenía que acercarme y oír las palabras que la hacían de canto de sirena.
Me acerqué con cautela para escuchar todo lo que decía mi amigo:
“—Pues sí. ¿no les ha pasado que cuando están cagando, y uno de sus mojones les hace salpicar el agua del bacín? Es horrible sentir que el agua donde orinaste y estás cagando te mancha el culo ¿verdad?”
¡No lo podía creer! Entonces me di cuenta de que esos gestos que de lejos pensaba que eran de beatitud, eran en realidad de incomodidad. Pero lo más increíble es que ellas se quedaran a escuchar las barbaridades de este barbaján por puros principios. Era notorio que Carlos no sabía la diferencia de tratar a un amigo varón a una amiga hembra.
Lo interrumpí y le dije cómo se atrevía a decir eso delante de ellas. “¡Estás loco!” le dije pero no me crean que con enojo, no, sino de forma amistosa. Y me contestó “Qué, si eso le pasa a todo mundo. Hasta las mujeres cagan”.

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