Para Rodrigo.
Esta vez sí estoy sólo. Qué carajos puedo hacer. No conozco más que a Rodolfo y a uno que otro de sus amigos. No me siento tan seguro de lo que pueda pasar. Hay mucho ruido. Ya están medio pedos y yo soy el único conciente. Todo estaba bien hasta que llegaron las viejas. ¡Puta, están rebuenas! Se nota que son de billete. Por lo menos tienen más que yo. Está claro que todos aquí ya saben como manejar la situación. Cada uno agarra a la suya y ya está. Pero ¿yo qué? ¿Me tendré que quedar a esperar? Si sumamos, me tocaría una a mí, pero no creo tener ni los argumentos físicos, ni monetarios para como ponerme a pescar. Además, ellos se ven que tienen experiencia, además, el alcohol es un factor que no se puede pasar por alto. A lo mejor con el alcohol me podría funcionar. Sólo sería cuestión de esperar a una que esté medio chachalaca para poder abordarla. Quién quite y media borracha me vea atractivo.
Puta, esta casa está muy chingona. Parece una de las que se ven en películas gringas. Hay un chingo de cuartos. Y como es una casa de verano, pues no hay nadie ¡Un momento! ¡Un cuarto para cada uno, y todavía sobran tres! Sí que estaba bien planeada esta fiesta. Rodolfo ya está bien encandilado con una, sí que no pierde el tiempo. Incluso la está abrazando. Qué pinche envidia. Está rebuena la que agarró. Armando es el más pedo de todos, y ya está haciendo su luchita con una güera.
—¡Dale Marisol! ¡Échate otra, no seas culera!
Ahh, con que se llama Marisol. Pues yo creo que Armando ni sabía que se llamara como su misma madre. Pero la que le gritó a la güera no está tan mal. Cómo se llamará. Tiene cara de Claudia. Puta, tiene unas tetotas que… ¡no chinges! ¡Se tomó dos caballitos seguidos la pinche de Marisol!
—Cuidado, Marisol, que armando es un oportunista.
—Cállate, pinche Rodolfo. No me la espantes.
—no importa, aquí es tierra de las oportunidades.
Pinche Armando, esa vieja ya cayó. Pues todos ya tienen su vieja, menos yo. Pedro ya está con esa pelirroja. Qué buena está esa pelirroja, aunque no sea natural, le queda a toda madre el pelo rojizo. Sin duda, Pedro es el más rayado. ¿qué le estará platicando el pinche Pedro, que hasta se lo dice al oído?
También Luis ya ligó. Esa morenita no está muy buena, pero con alcohol en las venas, cualquier hoyo es trinchera.
¡Ya llegaron más viejas! Son cuatro más, y una que estaba sola. Qué pinche rabia, y apuesto que ninguna se irá conmigo.
—Qué pasó Gil—me dijo Rodolfo.
—Qué pedo.
—Cómo te la estás pasando. Está chingón ¿no?
—Sí—le contesté mientras veía a mi alrededor.
—Están buenas las viejas ¿no?—me dijo más bajito al oído.
—Eyy.
—por qué no te ligas a una, y al ratito te agarras un cuartito y chingas. Total, esta madre termina hasta mañana.
—Es que, no sé. No creo que le guste a nadie—le dije evadiendo la mirada.
—No chinges—dijo Rodolfo riendo—estas viejas vienen a lo que vienen, sólo cogen y chupan gratis. Son gorronas, pero de las buenas. A poco crees que a la que me ligué le gusto. Vienen a coger y a chupar, y más porque hay licor de a madres, y del bueno.
—No sé, Rodolfo. No creo que sea así. Además, no tengo lana.
—Sí no es un taibol, pinche Gil. Aquí está la chela, sólo te acercas y le das una a la que quieras. Pedro y Armando compraron Absolute, Apletton, y no sé que chingaderas costosas más.
—Sí, pero no las conozco. No quiero ser un cabrón encajoso.
—Cálmate, Gil. Es fácil. Mira a Pedro, sólo llegó con Gladis y le mostró su I phone y ya está. Mira, ya se la lleva a pinchar.¡A dónde vas pinche Pedro!
—Tú qué crees—le dijo Pedro, mientras Gladis se reía pícaramente—no vayas a estar jodiendo, pinche Rodolfo, bien que te conozco.
—No te preocupes, coño—le dijo con una sonrisa que lo delataba—ya ves, es fácil.
—Pero es que Rodolfo, yo no tengo nada que enseñarles.
—Ahh, cómo eres jodón—me dijo Rodolfo—A ver, cuál quieres—y me señaló a todas, como cuando Mufasa le enseñaba su reino a Simba en el “El Rey León”—cuál te gusta. ¿Te gusta Mary?—me apuntó a una que acaba de llegar.
—No, no es eso.
—¿Te gusta Lourdes?— y me apuntó a otra de las que acababa de llegar, una güerita.
—No, Rodolfo, mira, no es así…
—O te gusta Sofía—y me apuntó a la que ya estaba de antes. Una de pelo negro azabache, piel blanca.
—Sí. Ella—contesté de manera espontánea.
—A ver, ven—me llevó casi de la mano a donde estaba sentada Sofia. Estaba con una amiga de las que acababa de llegar—a ver Dulce, dame chance—le dijo Rodolfo a la gordita para que nos hiciera canchita—Hola Sofia, cómo estás—se saludaron de beso en la mejilla.
—Muy bien Rolfi, ¿y tú?
—Bien. Muy bien. Mira, te presento a un amigo.
—Gilberto—contesté-
—Sofia.
—Sofia—contesté al mismo tiempo que ella.
—¿Nos conocemos?—me preguntó con una cara de confusión.
—No, es que… no—balbuceé como si intentara provocarme para vomitar una idea.
—Es que lo escuchó cuando te saludé—me salvo Rodolfo, y me volteó a ver con ojos de “no la cagues”.
—Ahh, cierto. Qué tonta.—y se sentó cruzando sus piernas que eran lamidas por un pantalón de cuero negro, estilo pescador.
—el es escritor, al igual que yo—le dijo Rodolfo.
—¿Ah, sí?—y le pegó un sorbo a su cigarro, con los labios pintados en rosa clarito—¿y qué escribes?
—la verdad no soy un escritor bueno.
—eres bueno, no te hagas—me dijo Rodolfo—él escribe cuentos muy chingones.
—¿en serio?¿y publicas?
—no. Sólo los mando por Email.
—no me ha llegado ni uno tuyo. Sólo los de Rodolfo.
—Es que no tengo una base de datos tan grande como Rodolfo.
—Este cabrón—Sofía apuntó de repente a Rodolfo con los dedos que contenían el cigarro—tiene un chingo de mails. Él me debe muchos de esos.
—Es verdad—contestó Rodolfo—ella y su hermana…Qué está rebuena también—me dijo susurrando al oído—me ayudaron.
—Qué le dijiste—le preguntó Sofía a Rodolfo con cierta cara de gracia—qué le dijiste.
—Nada. Le dije que son dos ustedes.
—no te hagas. Te conozco.
—En serio.
—¿Qué dijo Rodolfo?—me preguntó Sofía con una cara pícara que me deshizo, y estuvo a punto de convertirme en un Judas
—Que son dos—contesté.
—mmm—se me quedó viendo con la misma cara con qué me preguntó. Con la boca medio abierta, y viéndome con una seriedad entre sonriente.—ok, te creeré.
—Bueno—nos dijo Rodolfo—los dejo un rato, ahorita regreso ¿ok?.
—ok, Rolfi—contestó Sofía. Y se me hizo mucho más atractiva. Era sin duda la más bella de ahí. Había desbancado a Gladis.
Mientras ella le daba otro sorbo a su cigarro, aproveché para checar la mercancía. Tiene una blusa negra con gris, que deja sus hombros al desnudo. Al estilo Olivia Newton John, en Grease, cuando se transforma. ¡Un momento! ¡Todo cae! También el pantalón de cuero negro. ¡Es igual! Sólo que ella tiene un hermoso cabello negro azabache cayendo sobre sus blancos y brillantes hombros, que son parecidos a grandes perlas. Perlas suaves que provocan morderlos. Los pies femeninos es algo que siempre me han atraído. Una mujer con hermosos pies es de lo más sensual que puede haber. Veamos sus pies. ¡Oralé! Tiene unos pies pequeños, muy finos. Muy bonitos. No están pintadas sus uñas. Sus tobillos son pequeños y redonditos. No tiene esas venas saltonas que llega a causar un atentado estético. Mientras tiene cruzadas las piernas, hace un movimiento arriba y abajo, que hacen mover sus pies. Eso es un plus. Es toda una belleza. Sofía es una belleza. Seguramente es la pequeña princesa de un papá bien remunerado.
—¿Tu escribes?—le pregunté para romper el silencio que ya se apoderaba de nosotros.
—¿yo? No. Intento pero no tengo esa facilidad.
—No es muy difícil escribir, sólo necesitas tener una buena ortografía y haber leído unos cuantos libros—Mentí, por el bien de la plática.
—No. Yo creo que sí es difícil escribir. ¿y tú, cuantos cuentos tienes?
—la verdad son muy pocos. No sé cuantos pero no son muchos.
— ¿Estudias?—me preguntó, y me vio a los ojos, por segunda vez.
—No, ya terminé. ¿y tú?
—Yo estoy terminando.
—¿Qué estudias?—le pregunté mientras veía sus tetas entre ojos.
—Ingeniería. ¿y tú? ¿De qué te recibiste?
—De Literato.
—Ahh.
—¿quieres una cerveza, o algo?
—Sí, una cerveza está bien.
Me levanté y me fui hacia donde estaba la nevera. Rodolfo estaba ahí y se e acercó.
—Ya estás, peinado pa atrás. Ya chingaste.
—Qué ondón—llegó Armando con los ojos delatores de un borracho—¿y Pedro?
—Ya está clavando.
—¿Enserio?—y por un momento, Armando recobró la lucidez—ese cabrón. ¿y con quién?
—Con Gladis—dijo Rodolfo.
—Bien rayado.—contestó Armando—pues yo ya chingué con Marisol. Nada más que quiere que la lleve a dar una vuelta y después a reventar sapos.
—No vayas a chocar, cabrón—le dije a Armando.
—No te preocupes, Gil. Sólo voy a que me la mame esta pendeja y listo. Dónde está Luis.
—Ahí está—dijo Rodolfo—no lo vayas a joder. Déjalo.
—Le voy a decir si no quiere venir con nosotros.
—Está con la morenita aquella—le dije.
—Mejor, así somos cuatro. Ahorita venimos
Vimos que se fue, le preguntó a Luis y a la morena, y dijeron que sí. Se fueron y nos saludaron.
—Dále, Gil. Ya está Sofía. Síguele haciendo plática, y al ratón suelta.
—Ok. Pásame una cerveza y un refresco.
—Toma. Cualquier cosa. Si ya estás listo y no me ves. Agarra el cuarto cuatro ¿ok?
—Sale— y me fui de regreso con mi acompañante, rezando de que no me hubiera ganado el lugar la gordita.
Llegué y noté que mi lugar seguía vacío. Estuve contento de tener la posibilidad de seguir conversando con esa belleza de mujer.
—Gracias, Gil. ¿y la tuya?
—no, yo no tomo. Por eso traje mi refresco.
—Ah, eres un escritor sano. Qué bueno.
Le destapé su cerveza y se la di.
—¿tienes novio—ok, eso fue muy agresivo.
—m-m—negó con la cabeza mientras tomaba su cerveza—ya no. Si tuviera no me dejaría venir—y sonrió con cierta picardía que me dejó tieso—¿no crees?
Esos ojos me veían, buscando compatibilidad con lo razonado. Tenía que corresponderles por obligación.
—Es cierto.
Volvió a su bebida. No dejó de verme mientras bebía. Me sentí afortunado, pues era señal de que íbamos por buen camino.
—¿qué te gusta hacer?—le pregunté.
—Uy, no te puedo decir. Apenas te conozco—me contestó con una sonrisita que derretiría a cualquiera.
—¿en serio?—saqué mi repertorio de gestos de dandy, que si los viera en un video, me vomitaría sobre mí.—¿por qué no me dices? ¿Tienes pena?—y me acerqué mientras le preguntaba.
—Sí, un poquito—me dijo un poco suave. Pero después como que recobró y me dijo con un golpe de naturalidad, quitando cualquier señal de coquetería—No, pues hay muchas cosas que me gustan.
Yo m saqué de onda y no supe que hacer. Tenía que recobrar el ambiente de intimidad que estabamos construyendo.
—¿no quieres otro bebida? Hay vodka, Brandy. ¿Otra cervecita?
—Eh, este…no…. Es que
—ahorita te la traigo— y fui corriendo por cuatro cervezas más y con la misma me senté—ahí está-
—Gracias—me dijo sacada de onda.
—¿Practicas algún deporte, Sofía?
—Sí. Me encanta correr.
—ahh. Se nota.
—¿qué, no te oí?
—no, nada, que qué bueno. Es muy bueno para el corazón el correr.
—Sí—me contestó con una sonrisa. Unos mechones cayeron de su frente, dejándome un cuadro de su rostro muy hermoso. Sus ojos semi ocultos por la negrura de sus mechones, y esos labios que no se cansaban de brillarme. Sus ojos eran achinaditos, con un adecuado rimel, sin que se le hubiera pasado la mano. Las pestañas eran largas y rectas. Y su barbilla en “V” pero con una pequeña rectitura al final, que la hacía ver perfecta—¿siempre vienes a las fiesta?—quería saber si era adpta a la locura desenfrenada.
—Sí, pero no me quedo mucho tiempo. Hoy sí lo haré porque vine con mi prima, y como no somos de Cancún, pues me tengo que pegar a ella. ¿Y tú?
—pues es la primera vez que vengo a Cancún con Rodolfo.
—¡Y cómo te la estás pasando?
—De pelos. No me la puedo estar pasando mejor.
—qué bueno. Espero que no te lo esté echando a perder.
—No, para nada. Al contrario, tu eres la gran culpable de que me la esté pasando muy bien.
—No, pues muchas gracias—me dijo con cierta pena que lo manifestó agachando un poco la cabeza—yo también me la estoy pasando muy bien.
—¡ya! ¡Ya nos vamos!—dijo Rodolfo mientras se llevaba a su ligue a dentro de la casa. Y mientras se iba, me vio y me dijo con un gesto, “suerte”.
Sofía y yo lo vimos, y no pude sentir más incomodada de que Sofía entendiera el mensaje.
—Ese Rodolfo, sí que es aventado—mencioné para encausar la señal a que él tuvo suerte, y que no pareciera que me lo deseaba a mí.
—Sí. Eso le encanta. Y cuando era más joven era terrible—me contestó Sofía—¿me destapas otra cheve?
—Cómo no.
Tenía que apurarme porque se me venía la noche. No quería que se estancara nuestra plática y que terminara sobrio y sin estar cansado. Planeé algo arriesgado.
—¿Quieres que platiquemos en otro lado?—le pregunté, pues todo se estaba acabando, y n quería que su prima se la llevara. Pero cuando me puse a buscar a la mujer que me dijo que era su familiar, la encontré enganchada con un desconocido, que no me di cuenta cuando llegó.
— ¿Dónde me quieres llevar?
—Ahí, donde no hay nadie—le señalé un costado de la casa, donde no había mucha luz, más que la de la luna, y había una banca de concreto muy lúgubre—Está bien.
Al llegar, me di cuenta de que no podía elegir lugar más apropiado para un futuro agasajo. Nos sentamos y puse las cervezas a un lado. Mi refresco lo dejé en donde antes estábamos.
—Ahh. Ahora, dime, para qué me trajiste aquí—me dijo y tartamudeé de nervios.
—ehh… no…, para nada. No me creas un pervertido—mala oración— sólo que aquí hay más tranquilidad, y estamos mejor ¿o no?
—no pues, sí—me contestó, mientras sacaba un cigarro de su bolsa.
—¿Me das uno?
—¿no que eras sano?
—pues sí, pero a veces fumo. Cada seis meses, o cuando me dan ganas.
—ok. Toma el mío. Piloteemos, porque nada más me quedan dos, y podemos necesitarlo más tarde
¡No chinges! Era evidente que ya había chingado. ¿Por qué habría dicho eso? Pues porque era seguro que a ella le gusta fumar después de coger. Además eran dos, uno para ella, y uno para mí. Esto me da más seguridad. Tenía que ser, de ahora en adelante más aventado. Ya con dos cervezas encima y una en camino, era seguro de que caería pronto.
—Me gusta fumar del tuyo—le dije con cierta sensualidad en mi voz—no hay mejor humo que el que viene después de haber sido aspirado de tus labios.
Se voltió hacia mí con ojos de sorpresa, pero con la boca cerrada.
—Así que aquí sale el poeta—me dijo.
—No, cómo crees. Yo no soy poeta.
—Pero eso ha estad muy bien—me dijo.
—Pero por favor—le dije—esas son palabras muy comunes.
—Pero están puestas en un muy buen lugar—me dijo—además ¿me estás diciendo que me dedicaste palabras comunes’
—no, para nada. Lo dije con el corazón.
—Ok. Eso creí. Esas palabras pareciera que me dijeran te gustan mis labios.
—y es que en realidad me gustan tus labios—y tomé de sus dedos el cigarro y lo aspiré. El pequeño silencio que se creo después de eso fue muy incomodo, y más cuando ella no se inmutó ante tal declaración. Se notaba cierta incomodidad en ella, así que decidí romper esa calma—es muy bonito el labial que utilizas. Esos me gustan. No los que son colores fuertes.
—Es el labial de mi prima. El mío lo dejé en Mérida.
Oopss. ¿Habré metido la pata? No creo, pues si se lo puso, es el que más le gustó. Así que creo que no estoy en problemas.
—¿Te gusta salir a los antros, Gil?
—No. No soy muy antrero ¿y tú?
—Un poco. A veces. Casi cada dos meses. Pero no te creas.
—ok.
Oíamos algunos ruidos extraños que provenían de la casa que teníamos a nuestras espaldas, y en donde queríamos suponer, que Rodolfo y compañía estuvieran durmiendo.
—Esta casa parece embrujada ¿no es así?—me dijo con una sonrisita.
—jaja, es cierto.
Nos pusímos a ver al piso y levantó su vista para decirme.
—¿Sabes?, tienes bonitos ojos. Me gustan mucho
Y serían tuyos mamacita, si te animas, y me dejas ver esas cosas que me hacen abrirlos más.
—no pues muchas gracias. No creo que sean bonitos ni mucho menos. Los tuyos son mucho más bellos.
—no seas penoso. Es verdad lo que te digo…
¿Qué cuarto me dijo Rodolfo? Ahh el cuatro. Que no se me olvide
—…itos siempre me atraen.
¿Qué, perdón? No escuché por estar recordando. Qué digo ¿“gracias”? pero si no me lo dijo a mí, sólo el “gracias” estaría muy forzado. A ver ¿qué alcancé a escuchar? “…itos siempre me atraen” ¿será… “unos ojos bonitos siempre me atraen”? Creo que sí.
—No pues muchas gracias por el piropo, pero aún no creo que sean muy bonitos—tendré que resaltar los de ella para que no se vea el sin sentido—pero los tuyos sí son muy hermosos. Son achinaditos, con un aire oriental que fascinan. Son ensoñadores.
—Muchas gracias. Gil
Puta. Se me está alargando esta madre. Hay que romper el hielo, pero cómo. Es verdad que me gusta un chingo, pero quisiera que fuéramos a segunda base, sin escalas.
—Sofía…
—Dime.
—Eres muy linda—qué carazos fue eso.
—Muchas gracias, Gil.
Parece que funcionó. Segundo paso. Apretar las tuercas.
—¿Tienes frío?—le dije.
—un poco.
—si quieres te puedo abrazar. Jeje.
—jaja, eso estaría bien.
¿Qué fue esa respuesta? ¿La abrazo? O fue broma… Chingue su madre, la voy a abrazar. Me le acerco, y no ni madres. Mejor me espero a que se me arrincone.
—¿Te puedo preguntar algo?—le dije.
—Lo que quieras.
—¿cuántos novios has tenido?—mala idea. Qué querría que me contestara. “Soy una Güila, como cincuenta”. Pues lógico que me dirá como tres. Además ¿qué carajos quiero sacar con esa pregunta?
—No soy muy noviera. Sólo he tenido Tres ¿y tú?
—yo tampoco. Con Rodolfo nada más
—jajajaja—una bromita nunca cae mal.
—no, la verdad yo tampoco, sólo he tenido tres también.
—Qué coincidencia. Los mismos. ¿Te imaginas que mis tres exnovios estuvieran con tus tres ennovias?
—Qué cruel. ¿No’
—Sí— me respondió.
—¿Y qué vamos a hacer nosotros al respecto?
—No sé, tú qué tienes en mente—me preguntó con una sonrisa y unos ojos que acabaron con todo lo que estaba a mi alrededor.
—Muchas cosas—me acerqué a ella como si le quisiera robar un beso, pero me alejé para dejar en claro que sólo me acerqué a decirle.
¡Y no se alejó! Aguantó mi embate con estoicismo. ¡Agüevo!¡ya jodí! Con ese acercamiento fue para marcarla. Como en el box, con el Yap para tenerla a raya. Es hora de subir el nivel.
—¿Dónde te gusta que te besen?—le pregunté.
—Ahh, pues, mmm, los hombros y el cuello. Me encanta.
Mmm, mamita, te juro que eso es lo primero que te voy a besar, bueno lo segundo, después de la boca, por supuesto.
—tienes muy bonito cuello, y los hombros ni qué decir.
—no, pues muchas gracias, Gil. Y ¿sabes? Me gusta más que me besen cuando le está creciendo la barba, así como a ti. Eso me da muchas cosquillas.
Hija de su madre. Ya me puso tarugo. Seré un pendejo si no saco nada de aquí. La neta.
—la mía está rasposita ¿la quieres tocar—eso fue sin albur, lo juro. Aunque hasta ella lo oyó como un albur. Me dio su mano, y la pasé por mi barba, suavemente.
—es cierto. Así me da mucha cosquilla.
Pues qué esperamos, vámonos al cuarto cuarto.
No le solté la mano, y me tomé la libertad de darle un beso pequeño. Ella lo quitó con suavidad, pero con una sonrisa que me decía “gracias” y mucho más.
—¿Te puedo preguntar algo?—le dije.
—Sí, lo que quieras.
—¿Te puedo dar un beso en los labios?
Ella se río apenada, pero con el rostro de aceptación. Yo esperaba respuesta, no importando que fuera negativa.
—Puta, que noche la de ayer. Me cae que estuvo pelón. Se acabó todo. Y ella también. Estuvo de poca madre. Le besé el cuello y ella se agitaba bien chingón. Estaba bien buena. Como tres me eché. Estaba eufórico. Tenía tiempo que nada de nada. Y eso que pensé que no se me iba a hacer ¿y a ti como te fue, Gil?
—¡Ni un solo beso me dio!
—La hubieras mandado al carajo—me dijo Armando— que no te quiten el tiempo. Cómo me encabronan esas viejas que sólo te calientan el güevo y nada de nada. Pero a mí me fue a toda madre. Era una orgía de cuatro, cabrón.
—Para una orgía se necesitan más—le dije.
—No es cierto—dijo Armando—y si fuera cierto, a nosotros nos dio con los cuatro. Se puso “gruexo”.
—Cómo me jode que utilicen la “X” en vez de “S”—refunfuñé.
—El Gil, está encabronado— refirió Rodolfo—no te preocupes, hoy nos vamos a Mérida, y ahí vas a tener otra oportunidad con la Sofía. Te juró que has estado mas cerca de lo que nosotros lo hemos estado ¿Verdad Armando?
—Eyy. Aunque dice Luis que ya se la reventó. Pero sí, ella no afloja nada
Entonces para qué carajos me la presentaron.
—No te preocupes, Gil—me dijo Armando—hoy si vas a remojar tu brochita. Si no, te pagamos unas putas.
—Chinga tu madre.
—No en serio—me recalcó Armando.
—no ni madres. Ni una palabra más para Sofía. Ni un piropo más—dije, y me acosté a dormir.