viernes, 11 de enero de 2008

La máquina de Basilio.


Una de las tanta Hummers que se llevaban la esperanza de miles de campechanos.


Ayer fue un día muy extraño. Y no me refiero a la velada “mágica” que pasé, mágica porque comenzó con un baile de las ninfas del mar al dios del atorado, en pleno malecón, pasando por el canto de los sirenos en el black y las pláticas de ciencias naturales del premio nobel de medicina el doctor pepe, o por el amigo pelirrojo de sanitario de Rodrigo, por la nueva banda timbiriche que llegó para deleite de los pubertos Campechanos y terminando con un zombi que paseaba a su perro a las 4 de la mañana. Independientemente de eso, fue un día muy raro.

Desde que desperté sentí eso que Sartre llama nausea. Sentía como que algo hacía falta. Y me di cuenta hasta que vi un convoy de camionetas de la policía que llevaban las maquinitas de monedas que invadieron Campeche ya hace un año. Al verlos pasar, no dudé en tomarles una foto, y sólo podía oir los lamentos de los señores diciendo “Chin, ya se llevan las maquinitas de a peso”.

Por eso era el vacío que sentía de esta ciudad. Qué triste se veía Uribe sin sus máquinas de a peso, de a dos pesos y hasta de a cinco pesos. La economía del vicioso mendigo Campechano ya no será la misma. Han atestado un duro golpe al consumismo del teporocho.


Uribe se cae a pedazos de tristeza.

Y para los que no saben a qué máquinas me refiero, son las que se veían en las farmacias, en las que destacaban figuras de Ratatouille, los fantásticos o Shrek. Y son unas réplicas chafas de las tragamonedas, en donde, por un peso puedes ganar hasta 100.

Recuerdo que hace como 4 años vi un reportaje, en Hechos sobre estas máquinas, que inundaron el norte del país. Este acontecimiento fue la noticia de la semana para los noticieros. Y al final, la corte de justicia del norte prohibió las máquinas. Fueron retiradas todas las traga monedas de los establecimientos de donde estaban, y las decomisó. Incluso clausuraban los locales que tuvieran estas máquinas fomentadoras de vicios. Y todo porque las máquinas alentaban a los niños a ser unos tahúres de primera.

Hace como un año, fue que me sorprendí al ver una máquina en un expendio de cerveza. Y le dije a mi entonces novia “esas máquinas fueron prohibidas en Monterrey”. Pero la alarma no pasó de ahí, pues pensábamos que sólo era una que se fugó. Pero cual fue nuestra sorpresa, que después de tres meses, las traga monedas inundaron toda la ciudad.

En un video club que está cerca de mi casa, había cuatro máquinas. Yo, como todo un reportero, jugué un par de monedas, para ver cuál era la adicción. Y el resultado fue demoledor. Por diez pesos pude sacar sesenta. Ahí me di cuenta del gancho que tienen estas máquinas. También juega el ego, pues un señor de ropas muy desgastadas me recriminaba las figuras que seleccionaba “No, agarra la manzana, la piña nunca sale” Y cuando salía la que seleccionaba, el me felicitaba efusivamente “Uyy que cagón te viste mi hermano, ¿Vas a seguir jugando? Para que yo eche” Pronto me percaté que este es un invento perfecto. Pues no podía dejar de pensar: “Si saco, no sesenta, con tan sólo treinta pesos diarios, en un mes tendría 900 pesos; eso con las de a peso, pero si juego las de a dos saco el doble. Los demás pierden su dinero porque no saben jugar. Porque es evidente que la máquina está hecha para no perder. Pues el que se la saca una vez, se clava en el hecho de su primera suerte y gasta el doble de lo que ganó. El chiste es llevar diez pesos, jugarlos y si recuperas lo que ganaste y un poco más, no importando que sean cinco, hay que retirarse, pues el que se pica pierde”

Todo esto lo pensé hace tres días. Maldita la hora en que a los policías se les acordó que estas máquinas eran ilegales. O si por lo menos me hubiera puesto a jugar desde que las vi, hoy tendría auto nuevo.

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