miércoles, 14 de enero de 2009

Pornos que nos gustarían

Ufff. ¡Qué piernas!!

Hoy me la voy en la fantasía. A cabo de ver el nuevo video de Nikki Klan (Las curvas de esa chica), y no piensen que me gusta su música, todo lo contrario, pero es que la vocalista, Yadira Gianola, me vuelve loco. Esas piernas son bellísimas. Cómo me vuelven loco esas piernas. Vean el video.


http://es.youtube.com/watch?v=BbUkVRd__ug


Verdad que está buenísima? Y esa carita, bellísima, con esos ojotes verdones. Qué bárbaro! Me vuelve loco. Está para un cumshot ¿a poco no? Entonces supe que estuvo posando para Maxim, Chequen.


Muy atrevida.



Qué foto!! Esta es mi preferida.



No, no, no, eso pinta mal para la salud de mi cerebro.


Entonces me dejé llevar por la fiebre de mi mente. Y quise que playboy, o H EXXXTREMO soltara billetes para verla en peluches. Por el bien de la estética. Pero como siempre estoy un paso adelante, pensé que eso de encuerar a actrices para revistas ya está muy arcaico. Eso fue un boom en E.U. por ahí de los 50´s, pero ahora ya no.


Qué piernas!!!!


Lo nuevo sería que le soltaran una lana por protagonizar un a película Porno. Eso está “in” hoy en día. Y eso que nos estamos rezagando, aunque tengamos los mejores videos amateurs de luminarias. Y que la película se llamara Nikki Klan´s singer, with a dick like a mic o Don´t tell me no: a hardcore dick to a lazy pussy (siempre me han gustado los títulos largos en las películas porno). Y si no se anima a una película, por lo menos a una escena. O no. Sugeriría que se pusiera un shortcito de mezclilla y una blusa negra, sin mangas, y por obligación, unas medias con aros azul y verde, como un video que subí la otra vez. Eso estaría poca madre. El video sería de 35 minutos, en donde 15 minutos se la pasaría mamando pinga, para resaltar esos ojitos pispiretos y hermosos, con esa boca amplia y sexy. Otros 10 minutos en una mamada de pepa, porque de seguro la ha de tener bonita, cerradita y no muy “hairy”. Después vendría el plato fuerte, la escena reina, que sería una clavada de 10 minutos ¡no! Sería muy poco, mejor le rebajaría 5 minutos a la mamada de pito y se la pondría a la cogida, para así tener 15 minutos de acción.


Que empiece con una Doggy style. Casi no me prende esa posición, por eso la pongo primero. Que sean 4 minutos así. Unas nalgadas repentinas caerían bien y una jugueteada de tetas. Luego, que venga la posición de patitas al hombro. Enfocaría atrás, para ver cómo se la meten. Después enfocaría su rostro para captar el momento del penetre. El ritmo iría de menor a mayor. Que vaya suave primero, porque Yadirita despide ternura; después se incrementaría el movimiento, en unas estocadas furiosas, briosas. Porque su ternura está impregnada, también, de una sensualidad y sexualidad contundente. Esa posición sería de 6 minutos.


Depués vendría la mejor parte: Yadira´s riding. Esa posición es obligada para Yadira. El enfoque sería a su espalda, para que viéramos su espalda y sus nalgas (¡qué nalgas!). Algo fundamental en la escena, es que ella se introduzca el miembro en su Queso. Esa es la parte esencial de la escena. Que lo haga despacio, aunque ya esté lubricada correctamente, porque lo importante es resaltar su delicadeza, pero también, su determinación. Por eso ella se mete la verdura. Empezaría a, digamos, cabalgar, despacio. Para después desembocar en un ritmo vertiginoso. El actor (que me encantaría ser yo, y muchos más, supongo) le daría ciertas nalgadas. Pero en tiempos diferentes, para que parezcan naturales. Y después de estar en el clímax, es primordial, que ella me acaricie, digo, acaricie los testículos del actor, con sus manos tiernas. Para darle cierto cariño a la escena.


Después de 8 minutos (perdón, ya aumenté otros tres, pero son justificados. Son como las canciones que pide la gente cuando se va la banda), ella se baja y espera el final feliz. Una chorreada en la carita dulce de Yadirita. ,y ella sonriendo, sin ver a la cámara. Y terminaría con un desvanecimiento.


A poco no estaría chida la escena. Ojala y estuviéramos en una dimensión donde hacer porno, fuera lo más normal. Bueno, ya casi lo es, pero la maldita moral nos estropea la fantasía, al saber que la realidad está muy lejana.


Visita http://atranquearelzorro.blogspot.com/

El extraño resplandor de la inocencia IV

4

El camino entre las gradas y el salón se me hizo eterno. Era incómodo. No sabía si seguir en silencio o intentar algo desesperado. No quería perderla. Esa era la verdad. Me arrepentí de haber querido saber lo que sentía. No quería que se terminara las muestras de amor, porque no se puede decir que era amor, sólo eran muestras, fragmentos para el deleite.


Era una angustia andante. Sentí una punzada profunda cuando mis amigos me vieron así, tenía que improvisar algo para no tener que levantar sospechas. “¿Qué toca?” le pregunté a Gina, con una sonrisa semi forzada. Ella me vio y después de un leve gesto de sorpresa, me sonrió y dijo “Cálculo” “¡puta madre, no hice la tarea!” dije en tono semi alto, para que mis amigos escucharan que nuestra plática era pueril. “Pinche Droopy, no tengo ganas de verlo” le dije a Gina. Droopy era, por supuesto, mi maestro, que por sus cachetes y las arrugas sufridas por la edad, le daba un aire al personaje de caricatura. “Yo tampoco hice la tarea” me dijo, “ya nos cogieron” continuó, y no dejó de calarme el fuego de esa expresión “Ya nos cogió”, era algo fuerte, por eso lo dicen los púberes y jóvenes, para sentirse desadaptados; pero viniendo de la voz y labios de Gina, era todo un canto meloso. “Nos cogió”, yo quería que nos cogiera esa feminidad atrevida de Gina, que me cogiera. Que me amarrara, que me dejara sin aliento. Era suyo, podía hacer lo que quisiera conmigo. Me imaginé atado a su cuarto, que aunque me era desconocido, lo podía ver con claridad en mi mente. Me la imaginé con un camisón, con tan sólo un camisón. Sin zapatillas, sin shorts, dejando desnudas sus piernas; con tres botones desabrochados, y con el pelo semi revuelto. Y después recordé “¿Quieres ver mi queso?” y lo monté a mi afiebrada imaginación. Me imaginé más valiente, más aventado y le dije que sí. Entonces ella se subía la camisa. Me imaginé su vientre plano, y su queso con apenas una pequeña mancha de vellos.

Imaginé estas incomprensiones y me recriminé por no tener la valentía de llegar más allá de un beso. Esa playa era mi día D y no lo había pasado bien.

No puedo ser así, pensé, yo la quiero de verdad. No es una mera calentura. No, eso es lo que Xavier siente por ella, pero yo no. Yo soy un caballero. A lo mejor eso fue lo que le atrajo de mí. Y lo echaría a perder con mis guarradas. La miré cabizbaja y con la mirada contrariada. Me sentí asqueroso al pensar morbosamente en ella. Había hecho algo doloroso y yo aquí imaginándomela desnuda, sucia, como una puta. Era un hombre despreciable. Soy un asco, pensé. Me avergoncé de mí.


Llegamos a las escaleras. Las subimos. Nuestros amigos corrían y entraban al salón. Nosotros caminábamos sin tanta prisa. Parecíamos como si fuéramos a cumplir nuestra condena a muerte. Todos ya habían llegado, y pude notar que el último se quedaba un segundo en la puerta del salón y hablaba con alguien dentro, como si pidiera permiso. Supuse que ya había llegado Dropy.

De pronto, sentí un jalón en mi mano. Una calidez, una fuerza. Dos elementos que me cimbraron la clavícula. “Ven” me dijo. Gina me jalaba ante mi incredulidad. “No entremos”, me dijo y trotamos hacia abajo. “¿Pero adonde vamos? Si rayamos y nos quedamos aquí, doña Dora nos verá y nos llevará al salón” le dije contrariado. Doña Dora era la prefecta de la preparatoria. Nos conocía y era muy recta. Si veía a alguien fuera de su salón, después de haber sonado el timbre, te agarraba y te llevaba al salón de donde eras. Tenía una memoria fotográfica, y se sabía el salón de todos los alumnos. Creo que por amargada y por quedada, no tuvo más que afilar su memoria. “Vamos a las gradas. ¿Quieres ir o quieres entrar al salón? porque yo no voy a entrar. Vas solo si quieres entrar a clases” Y ese vas solo, lo sentí como si fuera una frase que me desajenaba de ella. Porque si yo me negara, ella se iría sola. Quiería decir que hiciera lo que hiciera, no iba a cambiar su opinión. Me sentí sin fuerza. “No, claro, vamos” le dije y la seguí.


Llegamos al mismo lugar de hace rato. Aún estaba la botella que habíamos dejado. No sabía qué más íbamos a hacer. No sabía qué decir. No aguantaría otra mala noticia. Iba a llorar si me decía que no nos podíamos seguir viendo. Iba a llorar para mostrar mi última carta y dejarle en claro que me duele la noticia. Sentí ganas de devolver el estómago. Era algo inevitable. No podía soportar… “Deja de pensar y bésame”. Quedé en shock. No sabía qué decir “¿en serio?” y no pude dejar de pensar en lo infantil que me oía. Era un desastre amoroso. “Piensa que tal vez es la última vez que nos podremos besar” me dijo con una cara pícara. Y mi cara describió una “O” profusa, era el contorno del vacío que dejaba esa frase. Era como un meteorito que había herido la base de mi ser y había dejado un hueco profundo y negro.

Entonces ella se montó sobre mí. Sentí su peso ligero sobre mis piernas. Sentí su olor más cerca, y pude encontrar nuevos detalles en su aroma. Sentí sus nalgas suaves sobre mis piernas. Pero yo no estaba ahí, estaba a años luz de ese lugar. Seguramente estaba blanco, pálido de la sorpresa. Se rió y me besó la mejilla, quizá por mi rostro. “Bésame que me voy” Y me besó. Yo le correspondí en un arrebato. La abracé fuerte. Ella me presionó con sus piernas alrededor de mi cintura. El malecón estaba a unos metros de nuestra vista. Cualquiera podría vernos, aunque eso estaba vedado para los que estuvieran dentro de la preparatoria. Me besó y sentí su respiración agitada. Le lamí, por un momento, la barbilla. Me sorprendió que yo hiciera eso. No lo había pensado. Pero luego lo hice concientemente y lo gocé más. Le di un pequeño mordisco. Y ella sonrió con los ojos cerrados y la cara levantada. Nos besamos. Estábamos desenfrenados. Nadie nos veía. Nadie nos importaba. La besé y no me arrepiento. La besé en la mejilla, hasta llegar a su cuello. Le besé la oreja y me brindó su primer gemido suave. Fue como un susurro. Fue una reacción que me sorprendió. Ese suspiro, ese gemido era provocado por mí. Era para mí. Entonces regresé mi rostro hacia el suyo. Nos miramos un segundo. Estábamos serios. Una sonrisa partió ese momento y nos volvimos a besar. Ella metió de nuevo su lengua. No, miento, yo metí la mía. Estimulé la suya. Ella succionó mi lengua. La sentí cálida. Eso provocó que abriera más la boca. Ella hizo como un gruñidito de excitación. Yo la seguí por instinto. Ella mordió mi labio inferior. Sonó un chasquido proveniente de su boca. Su cara era de excitación. “¿Te dolió?” me preguntó con dulzura. “No” le contesté rápidamente, y la volví a besar. Pero esta vez, me tumbó. Quedé recostado, y ella sobre mí. Se inclinó y quedamos acostados. Ella sobre mí. Nos reímos sin despegar nuestras bocas. Nos seguimos besando con pasión. Yo tenía mi miembro erecto, pero poco me importó. Quería que ella lo sintiera.

Su mano tomó la mía y la puso en su pecho. Abrí los ojos y noté que ella los tenía cerrados. No sabía que hacer. Puso mi mano en su pecho izquierdo. No sabía qué hacer. Sentía sus pechos suaves. Se sentía a nada que hubiera tocado antes. Era único. Entonces ella apretó mi mano, y consigo, su pecho. Sentí su aliento más caliente, más profuso. Entonces apreté su pecho con mi mano. Ella me soltó. Masajeaba con delicadeza su seno. Ella exhaló un gemido. Fui incrementando la presión y ella seguía besándome. Entonces, metí mi mano a su blusa. Torpemente me topé con que no podía entrar porque un botón se resistía a la tentación. Era como una conciencia que no se doblegaba. De ese tamaño era mi conciencia en ese momento, pensé. Ella se detuvo y se alejó un poco de mi rostro. Ya había acabado todo. Gina se desabrochó el botón inquebrantable y volvió a besarme. Había caído la última puerta de Tebas. Tomó mi mano y la metió en su pecho. Sentí su pezón erguido, duro. Lo apreté despacio y ella gimió. Era formidable.

Dejé mi mano así, y me enfoqué en besarla. Me di cuenta que sus piernas estaban a mis costados. Pasé mi mano izquierda libre, por su pierna derecha. Eran unas piernas firmes. La acaricié. Subí mi mano y agarré su nalga. Sentí sus manos desabrochándome la camisa. Metió sus brazos y me abrazó. Me besó el pecho. Yo tenía una camisa debajo del uniforme. Metió sus manos bajo esa camisa y sentí las sentí cálidas. Es extraño, pero podía respirar mejor. Me acariciaba el pecho y yo soltaba un suspiro atrabancado. Apreté su nalga derecha y quise meter mi mano en su falda, para que mi palma no tuviera nada intermedio, para sentir su piel prohibida, la que no podría sentir más que en ese momento.

Pensé que me estaba aprovechando. Como quizá era mi última oportunidad, me estaba aprovechando para toquetearla. Eso no podía ser. Entonces saqué lentamente mi brazo derecho de su blusa, y retiré mi mano izquierda de su nalga. La abracé fuerte. Dejamos de besarnos. Permanecimos abrazados. Estábamos descansando de la pasión. Queríamos estar abrazados. Solos. Abrazados. Me sentí un aprovechado, pero era más la satisfacción que ese sentimiento de culpa se ahogó. De ella sólo podía ver su cabeza pegada a mi pecho. Seguramente estaba triste. Seguramente estaba arrepentida. Creí sentir unas gotas mi pecho. Eran lágrimas de ella. Eran lágrimas de arrepentimiento. Sentí que todo había acabado. Me provocó ver su rostro. Me moví, y la moví a ella. Y vi su cara, con los ojos cerrados y con una sonrisa. “Te amo, Gina”. “Yo también, Alex” me dijo sin abrir los ojos.



martes, 13 de enero de 2009

El extraño resplandor de la inocencia III


3


Las clases pasaron. Y yo pensaba en nosotros. Era evidente que le provocaba más que un gusto. Mi ternura le encantaba. Esa era una señal de que se estaba enamorando de mí. A lo mejor Xavier no le proporcionaba lo que yo le podía dar. Seguramente Xavier era uno de esos pubertos que sólo la quería de novia para coger y para alardear con sus amigos. En cambio conmigo tenía amor. Tenía todas esas ñoñerías que provoca el amor.

Yo la amaba. Eran la 3:55 de la tarde y ya la amaba.


Pero antes, tenía que estar seguro. Tenía que dejar las cosas en claro. Debía reclamar mi lugar. Era evidente que nos queríamos, ella misma me lo dijo, y era necesario que me diera mi lugar. Necesitaba saber si ya no quería a su novio. Tenía que estar seguro. Algo me obligaba a exigir claridad. Mi cuerpo me decía “no importa, estás gozando. En un tiempo van a coger. Déjalo como está, no lo vayas a echar a perder”, pero mi cabeza y mi pecho me decían “tienes que hacerlo. Tienes que estar seguro. Si te dice que sólo serás tú, ganarás más que un par de días de coger. La tendrás y te tendrá por completo. Serán novios”.

No sé de donde obtuve esa rectitud. Quizá fue de mi padre o quizá fue de mi madre. O quizá fueron los dos, cuando los vi separarse. Quizá, en ese momento me prometí no hacer las cosas a escondidas y ser honesto conmigo mismo. Tal vez no lo sabré nunca, y será lo mejor.

Llegó el receso y bajamos a comprar a la nevería. “Acompáñame, Alex” me dijo en voz alta, para que mis amigos la escucharan y no pensaran que ella era la que me acosaba. La adoré por eso.

Bajamos a la nevería. Compramos unos Submarinos de fresa y una Pepsi. Los dos preferíamos la Pepsi, en vez de la Coca-cola, y gozábamos exigir al vendedor “Me da una Pepsi, por favor”, teniendo que ir a la nevera del fondo a buscar el refresco.

Nos sentamos en las gradas de atrás, donde nadie iba y comíamos un submarino cada quién y nos pasábamos la Pepsi, compartiendo el mismo popote. Una vez, cuando aún no nos besábamos, yo tenía gripa, y aún así, pedimos una Pepsi fría. Cuando iba a tomar del refresco, me levanté y dije “voy por un popote”, ella me inquirió “no, toma del mismo”, “pero tengo gripa” le respondí, “no importa, así estornudamos los dos”. Esa fue la primera vez que sospeché que tal vez era correspondido con el mismo sentimiento. Hoy era diferente, ya estaba seguro.

Tomamos del mismo popote. Cuando a ella le tocaba tomar del refresco, lo dejaba un momento en sus labios, no succionaba, lo mordía. Lo dejaba en sus labios, y después podía ver que el refresco subía por el popote para llegar a su boca. Me encantaba cuando la veía así. Después de tomar algo de líquido, me lo pasó “Es como si nos besáramos” le dije al tomarlo de sus manos. Me llevé el popote a la boca y justo antes de que lo succionara, me lo quitó y me dijo “Para eso mejor un beso” y me besó. Fue un beso rápido pero complejo. Cuando se retiraba de mí, presionaba con sus labios, mi labio inferior. Fue riquísimo sentir la suavidad de sus labios, con sabor a fresa y con la frescura que le había dejado el refresco.

Se sentó frente a mí sobre sus piernas. Nunca he podido entender cómo puede la gente sentarse sobre sus piernas, al estilo japonés, sin que les lastime. Yo no puedo soportar un momento estar así. Pensé que podría estar lastimándose y le dije “¿estás bien?”, y ella, se puso seria. Vio hacia el piso. La pregunta la había puesto en un estado catatónico. Pensé que el dolor de las piernas no era algo que la pudiera poner en ese estado. ¿El dolor la ponía así?¿por qué no se sienta bien?¿ será una forma flagelarse?. “¿Qué te pasa, Gina?”. Y ella me vio, y esforzó una sonrisa. Las rodillas las tendrá puré, pensé, y me propuse ayudarla “No puedo” me dijo, “Te quiero muchísimo, Alejandro, pero no puedo seguir contigo.”

Todo se agudizó. Podía escuchar los bichos, podía escuchar los balonazos atrás de las gradas donde nos encontrábamos. Podía escuchar trabajar el aire acondicionado de la biblioteca. Sentía el sabor metálico de la sangre en mi boca. “¿Por qué?” “porque no está bien que engañe a mi novio” me dijo desencajada. “¿lo quieres?” “No, creo que ya no lo quiero”, “¿Crees?” le dije con cierto coraje, era le primera vez que reflejaba tanta determinación, porque sentía que debía preguntarlo. Era necesario. “Sí, creo”.

No podía sentir nada más que una gran molestia. Sentía un desquicio y no sabía de qué. O más bien, de quién. Interrumpí mi silencio y le dije “tienes que estar segura.” Y ella asintió. “Te quiero. Quiero poderte amar para poder decírtelo” al decirle esto, ella me vio. Se quedó en silencio. Quería que supiera que yo la amaba y quería que fuera mi novia. No sabía si le había quedado claro, pero decir algo más sería un error de mi parte. Tenía que guardar silencio. Hay veces que el silencio es necesario. “Yo también” me alcanzó a decir, mientras una solitaria lágrima le corrió por la mejilla izquierda. Me sentí despreciable.


lunes, 12 de enero de 2009

El libro que nunca existió hasta que recordé mi niñez


“...El segundo caso fue muy raro—dijo mi abuela—. Había una familia llamada Christiansen. Vivían en Holmenkollen y tenían un cuadro al óleo en la sala, del cual estaban muy orgullosos. En el cuadro se veía a unos patos en el patio de una granja al fondo. Era un cuadro grande y bastante bonito. Bueno, pues un día, su hija Solveg vino del colegio comiendo una manzana. Dijo que una señora muy simpática se la había dado en la calle. A la mañana siguiente, la pequeña Solveg no estaba en su cama. Los padres la buscaron por todas partes, pero no pudieron encontrarla. Entonces, de repente, su padre gritó: “¡Allí está!¡Ésa es Solveg!¡Está dando de comer a los patos!”. Señalaba el cuadro y, efectivamente, Solveg estaba allí. Estaba de pie en el patio, con un cubo en la mano, echándoles pan a los patos. El padre corrió hasta el cuadro y la tocó. Pero eso no sirvió de nada. Simplemente formaba parte del cuadro, era sólo una imagen pintada en el lienzo.

—¿Tú viste alguna vez ese cuadro, abuela, con la niña?

—Muchas veces—dijo mi abuela—. Y lo curioso es que la pequeña Solveg cambiaba a menudo de posición dentro del cuadro. Un día estaba dentro de la granja y se veía su cara asomada a la ventana. Otro día, a la izquierda, sosteniendo un pato entre los brazos.

—¿La viste moviéndose dentro del cuadro, abuela?

—Nadie la vio moverse. Tanto si estaba fuera, dando de comer a los patos, como si estaba dentro, mirando por la ventana, siempre estaba inmóvil, era sólo una figura pintada al óleo. Era todo muy raro—dijo mi abuela—. Rarísimo. Y lo más raro de todo era que, a medida que pasaban los años, ella se iba haciendo mayor en el cuadro. Al cabo de diez años, la niña se había convertido en una chica joven. Al cabo de treinta años, era una mujer madura. Luego, de repente, cincuenta y cuatro años después de lo sucedido, desapareció del cuadro para siempre…

Seguro recuerdan esto, pero la memoria les falla. ¿Dónde lo he leído? ¿Dónde lo he visto? Pues, mientras se congelan en la incertidumbre, mientras tientan, les menciono que este es un fragmento de un libro.

Debo a Eduardo Huchín, ese Aleph literario, la lectura de uno de los libros más ricos que he leído últimamente, además del descubrimiento de uno de los escritores más grandes del siglo XX: Roald Dahl.

Mientras íbamos al café, recordaba una película de terror que acababa de ver. Y ahí surgió una de las escenas más escalofriantes que he tenido en mi vida. Le platiqué a Eduardo sobre la parte que les cité anteriormente y me dijo “..Es Brujas, la de Disney.” “sí” le contesté, y me asombró lo siguiente “Es de un libro infantil de Roald Dahl”. Ya me había presentado a Dahl (el hilarante Switch bitch, Gran Cambiazo en Español). Me quedé pasmado por las grandes obras que tiene en su haber este británico: Charlie y la fábrica de chocolate, James y el melocotón gigante, Matilda, Las brujas y los Gremlins.


Pero "Las Brujas", era una película que me había marcado de niño, y eso que llegué a ver películas tan macabras como Hellraiser, Evil dead entre otras, pero ninguna me cimbró más que la escena del cuadro.



Eduardo me facilitó el libro, y gocé de una de las obras más sencillas y geniales que jamás había leído. Y es tan increíble, tratándose de un cuento para niños, pues llega a ser un poco fuerte. Hay muerte, mutilaciones, descripciones grotescas, y finales (en los personajes) felices, pero terriblemente irreversibles.

Para poder pasar por libro infantil, se necesita un gran talento y una sutileza. Dahl es maestro, realmente un genio-maestro en la sutileza. Es británico.

Además de poseer un don rítmico impecable. Al leerlo, me recordó a La isla del tesoro. Dahl es, en gran medida, un Stevensson elegante.

Y lo más interesante, es el inicio del libro. Cómo se dirige al lector. Logra hablarte como si fuera un niño que le advirtiera a otro niño. Un truco estupendo para enganchar al lector. Cosa que es difícil de conseguir en los niños; en la literatura en general.

Les dejo unas fotos del inicio del libro. Si ustedes recuerdan con agrado y temor esta película, estoy seguro que les encantará leerlo, dejándolos picados.






Aquí les dejo el fragmento de la escena de la niña del cuadro. Al minuto cuatro empiezan lo bueno, claro, si es que saben inglés, ya que no pude conseguirlo en español. Y además, les dejo un video con un resumen de la película. Que sirva como trailer.


Fragmento del cuadro


http://es.youtube.com/watch?v=bEijKWw31UA


Compendio de escenas



http://es.youtube.com/watch?v=nAHf3boxBk4



jueves, 8 de enero de 2009

El extraño resplandor de la inocencia II

2

El tiempo era alegre. La tarde era calurosa. Ese lunes no me convertiría en un escurrido. Después de todo, quería ver a aquella mujer que me hacía transpirar sin apestar.


Estaba bañadito y en camino para la escuela. El perfume de “Animal” estaba impregnado en mi camisa de preparatoria. Estaba feliz. Feliz y escuchando música en mi mp3.

Poco me importaba la tarea, yo sólo quería ir a mi salón, sentarme junto a Gina, y verla, seducirla con mi mirada inocente.


Una duda me asaltó a la mitad del camino. Cómo nos íbamos a saludar, de beso en la mejilla o de beso en la boca. Prefería que fuera en la boca, pero sabía que era imposible. Ella tenía novio y no podía dejarse notar ante todo el salón. Eso sería un grave error.


Cuanto imaginé llegar y besarnos como cualquier pareja, y darnos un abrazo leve. Aunque fueran cursilerías, no podía tener ese lujo. Quería las cursilerías y me estaba vedado. La quería completa, no por partes. No por momentos. Pero comprendí que no ella tenía novio. Y yo quería ser su novio. De repente, me asaltó un ejemplo: yo no quisiera que me hicieran lo que yo estoy haciendo.


Hoy voy a hablar con ella. Le pediré que deje a su novio. Le pediré que seamos algo más que una amistad íntima. Nos habíamos besado y eso era suficiente para sabernos enamorados.


¿Pero si la verdad es que ella quiere a su novio y yo soy sólo un pasatiempo? No podía creerlo, parecía que la mujer era yo. Cuántas veces el argumento de las telenovelas no son eso, una amante que le pide a su hombre que deje a su esposa para escaparse con ella, y la amante tiene dudas. Reí por la semejanza. Tal vez reí porque no quise creer tal acción.


Hoy se despejarían tales dudas. Hoy, en el receso, hablaría claramente con ella y dejaría ese acto horrendo de divagar tormentos.


Llegué al salón como si nada. Actuar como siempre soy, era lo mejor. Saludé a mis amigos que estaban en la puerta del salón. Dos que tres insultos de siempre. Pero me cuadré cuando la vi sentada. La vi, me lanzó esa sonrisa pícara de la playa. Un flash. Un recuerdo que pasó como auto a toda velocidad. “Hola” me dijo mientras alzaba la mano derecha. La distancia entre ella y yo era de casi 6 metros. Temí porque alguien nos viera y sospechara, pero nadie nos prestaba atención.


Por un momento sentí celos de mi mismo, al verla tan hermosa, tan bella, tan buenota, con sus piernas cruzadas, dejando ver sus pantorrillas bien proporcionadas, y aquellas rodillas redondas. Su falda era del uniforme, así que era como una falda pero en realidad era un short. Aún así, podía ver sus nalgas bien delineadas. Sus hombros bien plantados, sus pechos notablemente inflamados. Era una belleza y me saludaba a mí. Me ericé al recordar que el día anterior nos habíamos besado. Pero al momento me recriminé al no “propasarme” un poco y tocar sus pechos.


“Hola, Alex” y levantó sus labios pidiendo un beso, pero puso su cara de lado, ofreciéndome su mejilla derecha. La besé con cierto alivio, pues no iba a tener el valor de besarla en la boca delante de todo el salón.


“Ven, siéntate” me dijo mientras quitó su bultito rosa de una silla, para que yo la ocupara. Me estaba guardando un lugar. Me dijo que me sentara, y yo obedecí. Obedecí como un perro. Era inevitable, ella tenía control total sobre mí. Era su perro. Era una diosa y yo su lacayo.


Sentía que me veían. Todos me veían y podía jurar que me compadecían. Pero yo me sentía feliz. Era feliz en esos momentos porque podía tener a una mujer como Gina, como mi amor. Oculto pero a final de cuentas, amor.


El maestro pasó por la ventana, todos entraron. Y en el ajetreo, me dijo sin verme “Te quiero”. Sentí que mi corazón iba a estallar, y con el sonido llamaría la atención de mis amigos. “Yo también. Te quiero” le dije. Ella me agarró la pierna y me sonrió. Era feliz. Era un hombre, y era el más feliz.


Sudaba como cerdo. Estábamos sentados hasta atrás, como corresponde a los desmadrazos, y por esa razón, el abanico no llegaba a brindarnos su trabajo. Me sequé el sudor de la frente con cuidado, para que Gina no se diera cuenta. Quise sacar un pedazo de papel higiénico de mi bolsa derecha y el asunto se complicó. Tuve que brindarle más cuidado al hecho, hasta que logré mi cometido. Cuando volteé a mi izquierda, noté que Gina me veía con humor. Estaba riéndose por la forma tan cuidadosa con que ejecutaba tal operación tan pueril. “Me encantas. Eres tierno. Me encantas” me dijo mientras sonreía y me brindaba la dicha de admirar sus hermosos dientes y sus bellas encías. Me puse rojo, me di cuenta porque ella hizo aquella expresión de ternura, con las cejas arqueadas (la misma de la playa) y me dijo “Ayyy, te apené, bonito”. Me lo decía quedito, para que nadie la escuchara. Me dijo “bonito”. Nunca antes me habían dicho eso. Era la primera vez que me decían ese apodo. “Bonito”. Mi mano izquierda fue tomada por su mano derecha. Yo a su derecha, ella a mi izquierda. Abrí mis dedos para que metiera los suyos. Por un momento nos quedamos así. Hasta que un movimiento de Lucía, una amiga que sentaba frente a nosotros, nos espantó y nos obligó a separarnos. “Lucía hija de la verga”


El extraño resplandor de la inocencia I

“¿Quieres ver mi queso?” me dijo mientras intentaba evadir su cuerpo tratando de ver el mar que estaba frente a nosotros. Esa poderosa oración, esa potente propuesta hizo que mi cara cayera hasta el último grado de la incertidumbre. La vi a los ojos y sus rasgos eran pícaros. Con esa pequeña sonrisa que tiende a ser diabólica pero a la vez tierna.

Sus manos estaban en su cintura, las vi de reojo. El rango que podía notar mientras la veía a la cara. Estábamos acostados, yo frente al mar y ella de espaldas, pero cuando me preguntó, había quedado de frente a mí.


“C-c-cómo” tartamudeé. “No te hagas que bien que lo escuchaste. No me hagas repetirlo.” Ahora sus dedos estaban jugando con su pequeño bañador. Tenía que responder rápido, no podía hacerle perder el tiempo, tenía que contestarle rápido con algo inteligente, que dejara ver que estoy interesado pero que no soy un pervertido “Sí lo escuché. Pero me gustaría que lo repitieras. Me gusta cómo lo dijiste” le dije mientras sentía que me había tragado una piedra y había anchado mi garganta, pues podía ser todo en nuestra amistad. No habría regreso.

Georgina era bella. La más bella de la preparatoria. Tenía un cuerpo bellamente desarrollado y una cara hermosa. Me gustaba. No, estaba enamorado de ella. Ella sabía que la quería. Se lo había dicho y a ella le gustaba que se lo dijera. Creo que la excitaba. Pero era la primera vez que me decía algo así. Nunca había dicho cosas guarras. Lo más cercano había sido “¡me lleva la puta madre!” y fue cuando, por accidente había tirado su jugo de uva sobre su libreta de Biología.

“Que si quieres ver mi queso” se había acercado y me lo había dicho al oído. Con sus labios rozando mi oreja derecha. O bueno, eso sentí cuando su aliento lamió esa parte.

La vi de frente. Sentí el impulso de besarla. Quería besarla. Sentía que era el momento. Vi sus labios formando esa risa que se tatuó en mi mente. Quería ese aliento en mis labios, en mi naríz, en mi barbilla. Pensé aventarme de repente, en un beso desenfrenado. Preparé mi brazo derecho para abrazarla. Pero de repente, mi cerebro reaccionó como si estuviera en arenas movedizas, luchando por su vida, y diciéndome “momento, esto es sólo un juego pícaro. No te ha pedido matrimonio”. “Sí” me dije, y “Sí” le dije.

Se mordió el labio inferior y su risa se volvió en una seriedad picosa. Ahora, sus ojos bailaban lentamente de arriba abajo, como inspeccionándome, y que yo supiera que me está viendo y que le gusto. Su mano izquierda acompañó a la derecha hasta sus caderas. Se posaron en su ropa de baño, en el bikini de color morado. Bajé la mirada para ver y la noté reír por verme bajar la mirada a sus caderas. Jugaba con sus manos y jugaba con mi mente. Sus uñas cortas, limadas y pintadas de un rosa bajo, me eran sutilmente sexys. Discretas, y era esa discreción lo que me volvía loco, porque le daba un aire elegante, sencillo y coqueto, les daba un aire muy femenino.

“¡La playa!” me dije, y volteé a ver si había alguien alrededor y la soledad me sonrió. Al igual que Georgina, ya que entendió el porqué dejé de mirarla. “Estamos solos, tontito”, me dijo y ese “tontito” me contagió de esa sensualidad y ternura, como si fuéramos algo más que amigos, como si fuéramos pareja. “Sólo tienes que verme a mí” me dijo, y el existencialismo me pareció lo mejor que le podía pasar a la humanidad. Sartre era un amargado, pues la soledad es lo mejor que puede tener un hombre, y más si está con una mujer.

“¿Quieres ver?” me preguntó “Claro que sí” alcancé a contestar, y alcanzó a acariciar sus caderas con su mano derecha “¿ujum?” me dijo, preguntándome de nuevo. Yo sentía inconveniente redundar en el “Sí”. Tenía que decir algo más, algo diferente “me gustas mucho, Gina”, alcancé a decir y sentí que me costó mucho aliento. Después de un segundo caí en cuenta de lo patético que fui al decir eso. Era evidente que parecía un niño delante de una mujer. Era como un moribundo que se aferra a su ejecutor, y que mientras se arrastra, se sujeta a sus piernas y le pide que no lo mate. Era un patético, sucio y mal logrado amante. Eso al parecer, le sonó tierno. Sonrió y sus cejas se arquearon con una expresión de “Sooo cute!”. Y se lanzó a mis labios. Me besó como nadie me había besado. Y es que nadie me había besado antes. Sentí sus manos en mi nuca, entrelazarse entre mis cabellos. Sentí su aliento cálido en mi garganta. Su olor. Y una falta de modales porque yo no había cerrado los ojos y ella sí. La verdad es que gocé mucho admirar sus ojos cerrados cerca de mí. Sabía que los tenía cerrados por mí. Porque yo la hice sentir así. Sentía algo porque yo le provoqué ese sentimiento. Me quería. No sé si me amaba, pero sí le provocaba. Su nariz chocando con la mía. Me oprimía con sus manos hacia su rostro. Y de pronto sentí su lengua abriéndose paso entre mi boca. Como si entrara a mi cuarto en una noche cualquiera. Sentí su lengua buscando la mía. Y al sentirla, cerré mis ojos. No podía creer lo que estaba viviendo. Tal vez era mi primer gran amor. Quizá yo significaba más para ella de lo que pensaba. Y la abracé. Quise decirle que la quería, pero no encontraba la manera de decírselo. Me parecía de mal gusto interrumpir el beso por un segundo para decirlo. No habíamos tomado aire hasta entonces.

De pronto, ella no pudo contener más el aliento y se separó una milésima de segundos, y abrió los ojos mientras yo también los abría. Esos párpados bellos, con pestañas largas y delgadas; y unas bellas y delineadas cejas que hacían un marco perfecto; no pude contenerme más y le dije “Te quiero”. Ella sonrió despacio. Y ahora yo fui el que la besó. La besé con pasión. Ella se montó sobre mí para besarme mejor. Me sostuvo la cara con sus hermosas manos, y me imaginé viéndonos. Vi sus manos, con sus hermosas uñas posadas en mis mejillas.

De pronto caí en cuenta. Mi miembro estaba rígido. Ella lo podría sentir. Me apené. Quise cambiar de posición para poder evitar que ella sintiera mi rigidez. Pero ella, como si intuyera mi pensamiento, tomó mis brazos y los puso en su espalda. Quería que la abrazara. No le importaba sentirlo. Le gustaba sentirlo. Y quedamos boca a boca por un tiempo que se me hizo eterno.


De pronto, mientras nos besábamos y jugábamos con nuestras lenguas, pues la mía era suya y la suya era mía, me provocó agarrarle los senos. Esa provocación que estuvo contenida desde hace meses. Me decía a mí mismo que era el momento. Que no había nada de malo hacerlo. De todas maneras ella me había propuesto ver su “Queso”. Era normal que como pareja pudiera tocarle los senos furtivamente. Pero sentí que sería mal de mi parte hacerlo. Además, no me había quedado claro qué éramos en esos momentos. Qué era yo para ella. Tocarle los pechos podría ser una falta de respeto. Y no lo hice. Pero fue una tarde mágica que nunca olvidaré.

martes, 6 de enero de 2009

El Día en que los vendedores tienen el poder: El paseo de Reyes.

Para mi madre.


Es 5 de enero y salgo de mi casa a las 6:45 de la mañana, un movimiento constante en la calle hace que el ruido sea el almirante esa mañana. Mis ojos ven a gente que me ve como extrañados de que un joven de 26 años, con su mochila de “Pantera” salga a trabajar, o a estudiar porque estoy viejo para el estudio. Me ven extrañados cuando los singulares debieran de ser ellos, ya que una vez al año invaden las calles del centro para apropiarse de la calle 53 y llenarlos de fayuca, animales y comida.




1


Desde el domingo 4 ya se oían los ruidos de los metales, indicadores de que los puestos se levantaban, se erigían como estructuras postmodernas de una civilización maya actual.


Eduardo Huchín, en su genial libro ¿Estudias o trabajas?, nos facilita una hermosas cita de Edmundo O´Gorman “La navidad es la venganza de los mercaderes contra Jesús por haberlos expulsado del Templo” y el denominado Paseo de reyes, no puede ser mejor ejemplo.


Desde la mañana empiezan su andar la gente de todo el estado, ya que no sólo el municipio es partícipe de este evento. El paseo de reyes es más una procesión de contrabando lícito que un paseo. Y Campeche es un pueblo, que ve en las procesiones, su idiosincrasia, su origen, siendo Hool, la feria de fin de año de Champotón y la feria de septiembre, sus estandartes más sobresalientes.


Camino directo a mi trabajo y la gente, el movimiento de personas con la intención de vender artilugios raros, me llaman a darles una mirada. Pero recuerdo que son casi las 7 AM y con molestia voy a trabajar. El 5 de enero es un día incierto. Es como una de esas personas que se pegan a un político o partido para ganar un “hueso” pero nada más no agarran nada, porque el 5 es un día que se labora; está siempre al borde de convertirse en inhábil pero no da el paso final. Es nuestro “ya merito” del calendario.


La gente empieza a llenar la arteria 53. Jóvenes que estudian en escuelas privadas, rayan clases; los policías se esquinan para platicar; las señoras se dan una paseo rápido antes de ir al mercado, donde seguro se quedarán otro poco más; los políticos campechanos van temprano porque es el único horario que les es pertinente, ya que en la tarde se avecina el “güato” de gente; todos están felices, sin dinero pero felices. Es más, los comienzos del año que empiezan con alarma de crisis, son los 5 de enero que más nutrido se ve el Paseo…, irónica la vida, así como irónica la gente.


Caminar por la calle que es una de las más frecuentadas del centro, da un sentimiento de libertad. Es el único día en que no hay que preocuparse por ver a los lados, por el temor de que nos atropelle un auto, tan sólo hay que preocuparnos por los empujones de la gente. Y no es preocupación, se diría que son empujones calurosos, de fraternidad. El caminar entre tanta gente, tocándola, siguiéndola, oliéndola, es un hecho significativo. Es un acto de “compadrismo” anónimo que nos dice que si el mundo es pequeño y feroz, Campeche es un cuarto de Infonavit y con gente que sabe que es la bondad.


Pero en mi caso, pasa algo muy extraño, cada año que voy al Paseo por la calle 53 no me encuentro a amigos que frecuenté el año pasado, sino que me topo con amigos de la preparatoria, de la secundaria. Aquellos amigos que pensé perdidos por mi memoria, y que en el día de los reyes aparecen como pidiendo anuencia a mis recuerdos. Un acto más para ponerse nostálgico.


http://www.youtube.com/watch?v=ePHqrIEmgu0

2


El día de reyes simboliza más de lo que parece. Es el día en que los venteros tienen más poder que la policía. Ayer, mientras veía unas películas originales para comprar, un policía quería pasar al Banamex que se encontraba a espaldas de la señora que vendía las películas. El policía no pudo pasar por otro lado, así que se vio en la penosa necesidad de pedir permiso a la señora que no tenía más que una mesa, y facilitaba el acceso al gendarme.


—¿Me da permiso de pasar, por favor?

—A dónde quiere ir—preguntó la señora, con un tono algo irritado.

—Es que voy al Banamex. Tengo que atender un llamado—contestó el policía con esa firmeza que le da su oficio ante el llamado de la ciudadanía.

—¡Jumm! Pásele por ahí—le señaló una esquina de la mesa, en donde me encontraba—Y no debería darle paso ya que los de Banamex me obligaron a quitar mi cartel de oferta. Cabrones estos.


En otro momento de esa misma noche, estaba esperando en la parada de camiones, aconchonado en la pared de Uribe(una tienda de ropa). Estaba esperando a alguien. Cuando de repente, unos tres tipos se acercaban empujando un carrito de carnitas. Sin pedir permiso ni decir nada, nos lo puso enfrente a mí y a una señora con su hija que esperaba el camión, quedándonos los tres encerrados. Parecía que eramos invisibles, pues los tres tipos no nos hicieron caso. Nos ignoraron como si no tuviéramos más derecho que su autoridad. Como si el permiso de estar ahí estuviera implícito en la fecha. Y la policía que estaba a lado de nosotros no dijo nada, como si tuviera miedo de los taqueros de cuarta.


http://www.youtube.com/watch?v=4vLamaQnOHo

Video tomado en el mercado. Perdonen el dedote.


3


Cada panadería tiene su estilo de Rosca de Reyes. A estas alturas, la estandarización está acaparando el mercado. Los supermercados, con sus precios son los que anteponen la accesibilidad al sabor. Aún hay algunos que prefieren lo tradicional y se avocan a las panaderías de años, con sus ingredientes especiales. Hay panaderías que le ponen Cajeta a la rosca, así como en Michoacán, hay otras roscas que sólo llevan acitrón, otras son adornadas con los dulces tradicionales como el higo, y las frutas cristalizadas.


El muñequito no es tan importante, porque no se respeta mucho la ley de que “A chamaco salido, tamales cedidos”. Campeche disiente de las tradiciones que tengan compromisos que concedan anfitriones.


4


La denominada Fayuca es lo que abarrota las tiendas. Tepito se vuelve Tenochtitlán.

En Campeche se establece un mercado ambulante enorme para vender lo que sea, como si fuera un tepito del sur.


Se vende lo que sea sin que las autoridades tengan poder sobre ellos, ya que el permiso que se cede a los comerciantes, les da derecho, no sólo a metros para su establecimiento, sino a vender lo que uno quiera.


No es difícil encontrar videojuegos que emulan al Nintendo, con nombres engañosos como “Polystation”. La nueva generación se ve honrada con las letras escritas como suenan y con numeros posteriores al nombre “Pleystation 3”, o el “Wi ni 2”.


Supermario 1 no está más de moda que en Campeche, convirtiéndose el paseo de reyes en una expo de piratas, ya que presentan el videojuego legendario con sus variantes. Se puede ver cómo los piratas están a la vanguardia al mostrar el mismo juego, sólo que con un personaje diferente, puede ser Wall-E, o hasta con la temática Naruto (me tocó ver un Supermario Ku Klux Klan, en donde Mario es un encapuchado blanquito, y los hongos malos unos negros).


Las películas chafas están a la orden del día. Ahí se pueden encontrar todos los hits que no han llegado al Hollywood, y hasta aquellas películas mexicanas de ficheras que son muy difíciles de encontrar en los videoclubs.

Las camisas de los equipos de futbol son una opción atractiva. Los papás que empiezan desde fuerzas básicas (es decir, desde que sus hijos son bebés) ha dejarle su legado. Los padres les compran camisas, balones, zapatos del equipo que el mismo padre venera, como intentando amarrar al hijo. “Mi hijo puede ser maricón, pero jamás americanista”. Los papás son los publicistas más acérrimos.


http://www.youtube.com/watch?v=EFs5xAU83sg

5


El día de reyes es un día más noble que el de navidad, ya que no sólo los niños son visitados por los reyes magos. Los jóvenes y mayores de 26 siguen teniendo obsequios bajo su “hamaca”.


Las canastitas de dulce son la opción que nunca puede faltar. Si son niños, van juguetes y canastitas; y para los que ya no son menores (porque niños siguen siendo para los padres), los juguetes son los únicos que faltan. Yo amanecí con la sorpresa de pisar una canastita forrada de celofán. Y no sólo yo, sino que todos mis amigos tuvieron la misma suerte. Es como si los padres no quisieran perder la ilusión de regalar a sus hijos. Más bien, como si se aferraran a mantener la magia. Ese es uno de los actos más nobles que ha desembocado el catolicismo.


Cuando yo tenga hijos (si es que los tengo), y ya sean mayores, seguiré fielmente dejándole canastas de dulces bajo su lecho, porque mi madre lo ha hecho, como si me inculcara tácitamente la cultura de defender la magia y la ilusión que envuelve la navidad.

Porque las canastitas de dulce son sorpresas constantes, que sigue llevando es acto inesperado.

Una noche de botellas y lujuria

Para las dos "Efes" más queridas: Flor y Fernanda


Ayer fue cinco de enero, y no sólo hubo reyes, sino reinas. Pues fue cumple años de Fernanda, amiga del trabajo, y Flor, amiga desde la Universidad.


Quién lo iba a saber, dos amigas cumplían años el mismo día y no lo supe sino hasta que ellas me lo dijeron (what Shame!). Las saludé como debe un caballero, con albures y propuestas indecorosas. Lamentablemente lo tomaron como una broma.


Fernanda, no tuvo fiesta, y si la tuvo no me invitó (se pasó). Mientras que Flor, como burócrata adinerada, tiró la casa por la ventana e hizo una fiesta, con ese ambiente bohemio que tienen las denominadas reuniones de amigos íntimos.

La fiestecita fue amena y muy buena. Flor nos acogió como excelente anfitrión que es. Su familia nos dio la bienvenida cálida, misma que me dio a entender la raíz de la cortesía de mi amiga La flawuer.




Llegamos y noté que un par de amigos, de los cuales no tenía registro en el año, estaban de invitados. Saludé como debe un caballero, y me senté junto a Rodrigo, Eduardo, JM, Gaby y Laurita.


Las bellezas no podían Faltar. Las Hermanitas veneno. No las pudimos emborrachar lo suficiente para llevárnoslas a la cama. Damn it!


No detallaré más, ya que este escrito es más una égloga a la fiesta que una mera descripción. Nos la pasamos muy bien.


Comimos hamburguesas, rosca, botanas; tomamos refresco (su servidor) y cervezas.

"Chupando que es Gerundio". Vean a estos Bohemios literatos. Ya llevaban 5 punzadas en cada lado.



Cantamos las mañanitas, y como todos unos literatos, no rebasamos el “…y que sea feliz” (qué fastidio es tenr que chutarse todo el popurrí de las mañanitas).



La festejada con el incansable Don JM. Por cierto, el tanque se cayó tres veces de lo borracho que esta Fernando Manzanilla.



Sé que ya con una cámara en mi poder, cometeré varias invasiones a la intimidad de nuestras reuniones, pero esta sesión es más el gusto de compartir un momento grato, que un acto de morbosidad. Y esta vez, pues sólo lo hago para felicitar a las cumpleañeras, sin tener que recurrir al egocéntrico Face book. Ok, sólo tomaré algo de ego, y no me entrometeré en lo deleznable que me parecen esas páginas como Hi5 y Cara de libro.


Qué fiesta. Sobró comida y alcohol. Hay que alargarlo para el fin de semana ¿no?



viernes, 2 de enero de 2009

Un peso una Sonrisa. El Bloguetón 2009


Esperando terminar este año lo mejor posible, me vi en la necesidad de empezar a pensar el cómo cumplir mi noble meta del año 2009: ir al concierto de Radiohead.

La mitad del trabajo ya está, que es el comprar los boletos para dicho evento. Pero ahora falta terminar la hazaña: faltan los boletos de avión.

En pildorita de la felicidad, los Viajes de wilberth y Zombies eaters queremos hacer el esfuerzo para traerles los mejores eventos, con toda la alegría y el talento para que usted tenga las noticias fresquesitas y de la mejor manera posible. Por eso nos vemos en la honrosa necesidad de hacer este Bloggetón 2009: un peso una sonrisa.

La meta es juntar la cantidad para el boleto de avión para 5 personas: viaje redondo, y para eso hay que juntar una cantidad de 10000 pesos, porque no basta con la obra, sino que hay que planear los días en que se lleva a cabo (los necesarios viáticos). En este tramo les pondría unas fotos de los pobres que no tienen para viajar, pero nada mejor que la imaginación para hacer énfasis en ello.

Los cinco pobres viajantes se internarán a una ciudad desconocida, peligrosa e infinita, harán una cola eterna de casi 5 horas para tener los mejores lugares, se medirán al peligro de ser cachados por meter cámaras de manera ilegal al concierto y dormirán en la calle, y todo por ahorrar unos centavos que no tienen para gastar. No dejen que sus hermanos de Campeche sufran estas vejaciones del destino. Pongan su amor en pesos en la cuenta del Bloggetón 2009. Créanme, el gusto por ir al concierto es meramente por traerles a ustedes los por menores, a mí ni me gusta Radiohead.

Escúlquenle a su madre, de seguro tiene dinero que destinará a la iglesia, a un padre que de seguro se reventará a unos cuantos niños, mejor destínenlo a una causa justa.

Además, el destino se nos interpone, ya que el avión lo tenemos que abordar en Mérida, y tener que soportar a un puñado de Yucas en un viaje de hora y media es un tormento. Créanme. Pero si usted que dona es Yucateco, es de los a toda madre. Son una excepción. Dona.

Los asientos serán de primera clase, no porque seamos unos excéntricos; es sólo que hay que ser justos, si uno no viaja en turista, porqué demeritar al más pobre. Es lo mismo que en el juguetón que nos piden de favor que sean nuevos los juguetes, porque es injusto darles miserias a los pobres. Hasta ahora entendí al gran y santo Garralda.

Un peso una sonrisa de los talentosos blogueros. Que este año empiece con una buena acción de su parte. Rodrigo no entra en la terna, porque tiene el suficiente dinero como para pagar un toquín de Radiohead en privado. Ayúdenos a ayudarlos.