jueves, 30 de abril de 2009

Te recomeindo un libro



Hoy es día del niño y me vale madre. No pondré diez libros como Eduardo, porque sé que les importa un carajo y sólo les fastidia. Ni les voy a recomendar películas que ni van a ver. Eso mejor se lo dejo a Cinemanía o a los trailers en el cine que son mejores que nosotros. Total, a ustedes les apetece las películas de acción al estilo Silvestre Stallone, no las películas con una historia compleja y con actuaciones sobrestimadas, ni mucho menos las películas europeas ¡Qué gueva! Yo les traigo calidad. Bien saben que cuando ven debajo “de la pluma de Wilberth Herrera”, es un post de calidad y entretenido.


Yo no les voy a poner un chingo de libros, pero sí les voy a poner uno que es entretenidísimo. Les juro, es a toda madre, ¡Y sólo es uno!


TE RECOMIENDO UN LIBRO, PRESENTA:


Uno de los mejores libros que he leído.


Siempre he dicho una cosa, si cuando lees un libro se te va como agua, es que, o la obra es una chingonada, o el escritor es un chingón; en este caso son ambas.


Todavía recuerdo cómo adquirí este ejemplar. Fui a la presentación del autor. La cita era a las 8 pm, y al llegar me di cuenta que se referían a la hora campechana, porque no había nadie.


Fui a la presentación porque me interesaban las obras del autor. Eran ensayos y pues con mayor razón, ya que el ensayo me ha parecido una obra literaria mal empleada por muchos, siendo una de las mejores ficciones de las letras.


Llegué puntual y ni siquiera el autor había llegado. Era en el Teatro “Juan de la Cabada” y no habían ni abierto la puerta. En eso, veo un carro y de él, salir al autor con varias cajas. Me acerqué y le dije:


—¿Te ayudo, Eduardo?

—Sí, por favor.


Y desde ahí, compré el libro, mismo que me autografió y, como una divina maldición, grabó “…Porque la literatura sea un pretexto para entrañar una amistad entrañable…”, misma que se cumplió después de 5 años de conocernos.


1


El libro es “¿Escribes o trabajas?”, y es su ópera prima, en libro propio, su primer eslabón de muchos venideros. Y no pudo empezar mejor, retacó ese libro con ensayos muy buenos, los mejores de él en ese entonces.






¿Qué mejor manera de empezar un libro de ensayos que con un ensayo sobre el ensayo? Yo estaba interesado en esa hermosa categoría de la literatura, ya que a mi entender, el ensayo no es la terrible y marcial academización a la que es sometida, no es hermana ni pariente siquiera, de la Tesina. El ensayo es una libre disociación tanto de imágenes, como de ficciones, y no deben ser regidas por aquellos que quieran convertirla en ciencia exacta. Eso pensaba, pero en jirones. Una frase me aclaró el panorama: “La poesía es una insinuación, el ensayo, una provocación…” (del Vouyerismo considerado una de las bellas artes), era una frase sacada de las primeras páginas, a manera de prólogo, a manera de farol que da la bienvenida al visitante.


¡Eso era! Eso es el ensayo. Por fin encontraba el cause. Tiempo después, en un ensayo pedido por una querida maestra que consideraba a esta categoría como una obra con una norma académica, utilicé el libro de Eduardo Huchín para sustentar mi ensayo (sí, lo sustenté como me lo pedían, aunque no creía que debiera sustentarse ) y dejé en claro lo que era en realidad: un género literario.


Después de ese pequeño, digamos epígrafe, el libro viene dividido en cuatro grandes capítulos, con ensayos que tienen circunscrito el tema del capítulo. El lector avispado, con cayo en el glande, lee de forma acomodada. Sabe que cada escrito está relacionado con el título y mientras sigue la lectura, está a la expectativa del tema siguiente. Pero para el lector hedónico y aventado a los placeres de la desdicha, poco le importa el orden, porque se deja llevar por la magia de la literatura. Se deja sorprender.








Los ensayos están llenos de un humor elegante, sin restricciones, como si viajaras en el cuello de un cisne. El autor maneja tanto la ironía como el sarcasmo. Siempre saca a relucir la observación aguda, tanto así, que la inteligencia se presenta como un invitado al “feliz no cumpleaños”.


Aquí no pasa nada, es una oda ejemplar a Campeche. Es una muestra perfecta de cómo se puede retratar un estado desde los cimientos más inverosímiles que lo constituyen, hasta los vestigios de los que se queja. Es un relato corto que encanta al lector, lo sumerge en un hechizo que sólo el humor puede conseguir, porque ni el drama, ni la épica, pueden plasmar con tanta inteligencia un lugar en donde cualquier cosa puede pasar. Es, a mi entender, las mejores tres páginas que resumen y engloban a “lo campechano” en general.


Maitros inc. Si se puede decir, es uno de mis favoritos. Es un ensayo que define a ese ente, esa categoría que sólo en Campeche se da a aquellos hombres que no se sabe muy bien qué oficio ejecuta, pero que en sí, es chofer de camiones o taxis, electricista, plomero, mecánico…etc. Es el mejor recomendado: “Cuando decimos “Maistro” existe una disminución intencional al sustantivo “Maestro”, pero cuando calificamos a alguien de “Maitro” posiblemente haya un guiño de simpatía hacia el referido…”.


Lleno de sarcasmo, Huchín, en 12 puntos nos resuelve el problema definitorio de un Maitro. “…Reviviendo las viejas formas juglares, el maitro se convierte en propagandista de sus propias hazañas. Le apodan nada menos que “El rey de los vergazos”: argumenta que aún viene gente de Estados Unidos a pedirle pelea como si viajaran al Tepeyac a esperar una aparición…”.


“Uno se da cuenta que envejece cuando escucha sus propias conversaciones en las fiestas de reencuentro…” y es una gran verdad. Asentimos como si estuviéramos delante de un cura que nos comenta el pecado que cometimos. El autor ejecuta con maestría los resultados de su aguda observación. Se encuentra en un campo despejado, donde puede explayar su particular visión y nos regala un momento. Es como un pequeño Aleph que te muestra lo que quieres ver, sin pretensión.


Gracias por tramitar, Fuera del área de servicio, Cuerpos perfectos y Sin pecados concebidas, muestran un submundo al que, de alguna manera, siempre hemos estado: el infierno en sus distintos escenarios. Remitiéndonos muchas veces a un Kafka en “El proceso”, Eduardo retrata con beligerante y eminente fiasco, las bejaniones a la que somos sometidos como ciudadanos, como amigos, compradores y alumnos. Son historias cargadas de un humor, que nos ensaña a intentar escribir nuestras anécdotas. Porque al final de cuentas, los cuentos parecen sacados de la vida misma del autor, y es muy probable que lo sean. Pero el lector no debe confundir y decir ¡hey! ¿No que era un libro de ensayos? Lo es, pero estos cuentos están cargados de ironía y humor que sirven de matizador para el libro. Al final de cuentas, la obra nunca pierde, mucho menos el lector.


Para finalizar esta humilde reseña encandilada por el dolor, terminamos con el epílogo, el brillante epílogo titulado ¿Sirve de algo escribir?, en donde, queriendo justificar su libro, nos termina dando una respuesta, tanto a los escritores, como a los lectores (principalmente a los amigos) del fin de la escritura, y por consecuente, de la lectura. Esa baraja de Rey, con un cuerpo y dos caras, una arriba y una abajo, como si fuera un reflejo de agua, y nos responde brillantemente, esa pregunta que nos hacemos, principalmente, los escritores: ¿para qué me sirve escribir? Es una respuesta, dirigida, no sólo a cualquiera que lo lea, sino a aquellos campechanos que tienen cierta incertidumbre de avocarse a una de las mejores artes inventada por el hombre: “…Escribir y leer nos rescatan de la frivolidad del mundo, de la masa consumidora de lo instantáneo, de la estupidez que rige nuestra realidad…”







2


Recuerdo que la presentación fue genial. No fue una de esas presentaciones llenas de solemnidad que refieren los viejos escritores académicos. Fue llena de risas, de anécdotas, de libros, de situaciones embarazosas: de LITERATURA. Sin dejar de enjugar mis ojos (“Enjugar” como dice José José) me despido así de uno de las mejores personas que conozco. De un caballero en toda la extensión de la palabra. Un hombre que siempre tiene una recomendación para todo momento. De un amigo que siempre está ahí, en los libros.


Ya son 5 años poeta, y ahora te toca ir a lo grande. A hacer tu maestría para ser un Maistro, y dejar de ser maitro. Es evidente que como escritor te va a ayudar a madurar, y de la mano, a madurar como persona, y no al revés (algo peculiar). La solemnidad se abre paso para que, detrás de ella vaya la cursilería cargada de momentos lacrimógenos.


Sí, el café no será lo mismo, como dijo Juanito, pero ¿qué será lo mismo? nada. Ya faltan dos días y se van esas risas, esos momentos alegres de compañero de vida. Ese escritor que siempre se sabe algo de lo que desconocemos, o que por lo menos, lo ha escuchado. Mismo que te hace sentir único cuando uno le enseña, o un libro o un disco o una película que Eduardo no tenía siquiera conocimiento.


Recuerdo que la primera vez que lo conocí fue en Las Puertas, cuando estaban en el centro. Antes de llegar a la cita de los Posmodernos, Juan Manuel me dijo que conocería a uno de las personas que más admiraba, y que criticaría con fiereza y objetividad mi cuento. Que no lo tomara a mal, porque lo hacía con una buena intención. Así llegué y me topé con un joven tres años mayor que yo, a lado de su novia (Gaby) una chica de pelo largo, lacio y con lentes. En contra parte, Eduardo tenía el pelo mulix (rizado como borrego) y también llevaba lentes. Ahí, en la reunión, se hablaba de libros, de obras, de todo lo referente a la literatura. Aún contenía cierta solemnidad. Un estilo tertulia de siglo XIX. Pero el ambiente se iba despejando con las anécdotas y las ocurrencias de Juan y de Héctor.




Ese día, JM le tocó llevar un cuento de otro autor que él conociese. Lo leímos, lo comentamos y lo discutimos. Las horas pasaron, yo era un extraño que se sentía acogido. Antes de despedirnos, Eduardo nos entregó un cuento suyo para que lo checáramos y lo comentáramos en la próxima reunión. A él le tocaba ese día. Recuerdo que lo leí y me pareció un muy buen cuento: “este cabrón es un profesional” me dije. Y me sentí defraudado de mí mismo. Recuerdo que el cuento era como una epopeya. Una persona que se enamoró de una chica loca que lo hizo hace runa serie de actos humillantes, pero con un humor sutil. Era muy bueno. No quise regresar por pena, pero me era imposible. Fui y quedé atrapado al comprometerme a llevar un cuento de algún escritor.


Desde ese momento, no dejé de saber de la calidad de Eduardo. Me decía a mi mismo, “si a él le cuesta mucho trabajo publicar un libro, qué carajos hago tocando una puerta atascada” Pero dejando correr el tiempo, me di cuenta de que no necesariamente se tiene que aferrarse a un sueño, por la simple razón de que llega a perder su encanto. Hay que buscarlo, pero con el mismo gusto y amor con que se escribe o se lee un buen libro.


Los martes serán discapacitados, Eduardo, y es tu culpa. Había encontrado un fin para esperar los inicio de semana y ahora serán sólo martes. Si algo de definición tiene “la Mafia de Huchín” es que tú conoces mejor que nadie, a todos los que compartimos tu amistad. Puedes decir cómo es cada uno de nosotros.


Las idas del trabajo al café, últimamente, me eran excepcionales. El saber que faltaba poco para que te fueras, me hacía ser ingenioso y comentar una sarta de ideas tontas y risibles. Quería que los momentos fueran los más placenteros posibles. Yo soy muy abierto, y no me cuesta decir que lo más importante para mí son mis amigos, porque mi familia, son mis amigos también. Y en cierto sentido, amigos y hermanos se me confunden y los términos salen sobrando. Porque me duele cuando un hermano se va, porque me duele la distancia que se hará. Vuelvo a lo mismo del otro post, en donde decía que sueno “muy” egoísta de mi parte el decir lo que siento. Pero todos los que me conocen saben que les deseo lo mejor a mis hermanos.


“Señor” (te digo como tú le dices a un amigo, como queriendo con esa palabra y ese tono que le das, resaltar el respeto y el amor que le tienes) vas a ser llorado aquí, y serás extrañado mucho. Porque lo único bueno que teníamos en Campeche se va para seguir su vocación, y aunque te vas un par de años, uno no puede valerse de la futura carrera brillante de un escritor brillante como lo eres tú, poeta. Tal vez después te vayas a Inglaterra, a ese mágico y hermoso país que adoramos ambos. O quizás, más modestamente, te quedes en Puebla, a asentar cabeza. Uno nunca puede saber.


Que te vaya bien, y cuídate mucho, Eduardo y no te olvides de nosotros, porque tú eres la cabeza de “la mafia”y es tu obligación el velar por nosotros. Sé que nos veremos en el Chat y nos contaremos las cosas que nos toca por separado. Quizá nos veamos en navidad, o en alguna escapada que te des para Campeche, o quien sabe, en una escapada de nosotros. Sigue escribiendo, y sigue siendo el mismo, porque sólo vas por anécdotas, para contárnoslas en el café. Estaremos esperando ansiosamente.







1 comentario:

Eduardo Huchin dijo...

Hay que aguantarnos como los machos, mi estimado...