martes, 11 de diciembre de 2007

Nosotros los pobres, ustedes la navidad.


Ayer acompañé a mi amiga Flor De Anda al Instituto de Cultura, para que presentara un libro de poemas de un poeta campechano. El lugar estaba el doble de lleno como lo estaba el azteca cuando jugaba ahí el Necaxa. Pero no sólo mi amiga Flor iba a presentar el libro, también el poeta laureado pepe Landa. Como dijo Rodrigo, era todo un duelo de divas. Yo más bien diría que era una respuesta femenina a Il Divo.

La presentación fue muy buena, gracias a la presentación de Flor, que cada día me doy cuenta que la crítica es algo en lo que se debe enfocar más, pues sus precisiones son muy certeras y hacen que uno quiera leer el libro u obra que reseña. En fin, la presentación fue amena por Flor, y por supuesto, por el morbo de ver al poeta de la pasarela, pepe Landa. Su nombre incluso es muy pegajoso, como para que la hiciera una marca de ropa: Pepe´s Landa Fashion; Sería un éxito.

En fin, la presentación terminó y nos fuimos del Instituto de Cultura. El caricaturista-poeta (es como un mil usos pero del arte) Juan Manuel García Magaña había llegado, también para ver la presentación de Flor. Y al salir del Instituto, y mientras hablábamos de cualquier cosa, una musiquita que provenía de alguna serie de foquitos navideños de alguna casa o comercio del centro, hizo que me acordara de que estábamos en el mes de diciembre, y que pronto sería navidad. Una nostalgia me atacó de repente, mientras Juanito nos decía el tamaño y capacidad de la computadora que se quería comprar por Internet. En ese momento me di cuenta de que nos sabemos viejos mientras más se nos olvida la navidad.

Y es que recuerdo, que cuando era niño, yo esperaba con ansias desmedidas a que llegara diciembre para hacerme acreedor de los juguetes que todo el resto del año deseé. Y creo que a todos nos pasó eso. Ahora, si es que esperamos diciembre, es para el aguinaldo, el dinero que el resto del año deseamos. En mi caso en particular, un psicólogo diría que me aferro a mi niñez, explicando el porqué de mi adicción a los videojuegos.

Pero más allá del tema de la nostalgia navideña, que está muy abordado por escritores mejores que yo, están los adminículos navideños, que trabajan a favor del sufrimiento, para que nos ataque el sentimiento por todos los flancos posibles. Y no nos metamos con la fecha y el simbolismo, pues eso del nacimiento de Jesucristo el 25 de diciembre es una falacia monumental, pues se dice que el nacimiento del Mesías fue o en el mes de abril o de octubre, pero no en diciembre, y tradicionalmente la iglesia abordó el último mes del año como festejo del nacimiento de Jesús para evangelizar unas fiestas paganas que se hacían al dios Júpiter (Zeus en griego), así que hay de ustedes mujeres y hombres que adoran a un dios falso. Sin embargo, no me meteré en simbolismos intangibles como los nacimientos, la llegada del año nuevo, o mejor aún la venida de un negro, un caucásico y un pelirrojo. Sino que abordaré, como dije antes las objetos que nos hacen sentir más miserables, o mejor dicho con la esperanza de cambiar todo lo malo que hicimos el resto del año, y mejorarlo en una semana.

Empezaré con la música que desprenden algunas series de foquitos navideños. Esas notas que están incrustadas en la tecnología barata, pero incomprensible a la vez, de la cajita de dichas luces. Todas las canciones que se tocan son tonadas referentes a la navidad, pero incluso hay canciones, en el repertorio de los grandes hits de la serie de foquitos, que traen la canción de “Oh susana”, que no tiene nada que ver con la navidad. Pero que ya se incrustó en nuestra conciencia navideña que se hace indispensable. Y esas canciones tienen toda la carga, que quebrantan a cualquier búfalo iracundo al escuchar la melodía.

Son como una suerte de sirenas que encantan al que las escucha y el inevitable “¿Cuánto cuesta?” sale del orificio bucal para hacernos de una serie de foquitos en pleno marzo. Y la magia está en las canciones navideñas, pues no sería el mismo encanto escuchar una canción de Junior Klan mientras baila un Santa Claus eléctrico en el nacimiento de nuestras casas.

Otro objeto es el mentado arbolito de navidad. Quién no ha mentado madres cuando en el pacífico primer fin de semana de diciembre, después de una semana ardua de trabajo, tu madre te levanta a gritos para que saques el árbol que está arrumbado en el limbo de nuestro hogar. Y no se diga de las peripecias que se pasan al pegar los foquitos en las afueras de las casas. Pero, aunque sean molestas de poner, todo se reditúa cuando terminas la tarea, y llegas a tu casa por la noche, y ves alumbrado tu hogar, y dices “Qué chingón está” mientras enjugas una lágrima; y tu cuate que está cerca de ti dice “parece un minisuper de tan iluminado”, “no más bien parece un casino” dice otro.

Otra cosa que ayuda a que el sentimiento navideño se refuerce es el mentado amigo secreto, que aunque no lo inventó la iglesia, parece que fue todo lo contrario por ya ser toda una tradición. Es, talvez, la tradición más moderna que se ha hecho. Y es que, tanto en la escuela como en la oficina siempre lo que alimenta el dichoso juego es la esperanza de que nos toque la vieja más buena, ya sea de la oficina o del salón. Pero como la suerte está siempre en contra de estas fechas, siempre termina tocándonos la mujer, digámoslo de esta manera, menos agraciada. Y todo se resume al acto del sorteo, en otras palabras, el encanto del amigo secreto inicia y termina con el sorteo. Pues todas las ingeniosas cartas que pensabas hacerle a Chabelita-que-se-cae-de-buena se quedan reservadas para otra oportunidad, o para otra mujer, porque no sería buena idea gastar tu ingenio en la mujer que no lo merece. Y de ahí viene la dificultad del hacer las cartas, pues tienes que hacerlas sin utilizar la artillería pesada, pues el ataque no va dirigido al jefe, por azares del destino. Y te limitas al “hola, Adiós”, para continuar con el tormento del “qué carajos regalo”, y terminas regalando un conjunto de cosas que superan el monto acordado, y todo para que a ti te diera una más fea de la que te tocó darle, regalándote unos calcetines.

El amigo secreto imprime su sentimiento navideño, derivado del dolor. Sin embargo, nunca dejas de jugar. Con esto tenemos, la música, la luz, el objeto y la actividad. Es hora de la comida. Yo creo que es la mejor de todas las que se realizan en cualquier festejo. Es en sí, nuestra última cena del año. No sería difícil de imaginar, que la última cena fue una suerte de navidad, entre Jesús y sus discípulos.

Un elemento importante en la cena, es que es la única ocasión, amén de los quince años o bodas que hubiéramos acudido el resto del año, en que en México se toma el Champagne. Y esto se nota en las marcas que salen a la venta: que si Champagne Santa Claus, Champagne oro, el Barrilito costero, el gallo; también no hay que descartar las cervezas baratas que sobresalen, y notamos que diciembre es el mes en que los licores adulterados se legalizan. Recuerdo una vez, por ahí de un marzo, dos amigos y yo armamos una borrachera-fiesta, y como estábamos cortos de dinero, optamos por comprar “cerveza nochebuena”, que por su precio de oferta en el súper, nos aseguraba las grandes cantidades a las que estábamos habituados.

Y cerramos el círculo con la programación en la televisión. Que si un maratón de los diferentes especiales navideños de los muppets; la navidad con los simpson; la castrante historia del Sr. Scrooge; la navidad con los artistas, ocasión que aprovechan los artistas que no tienen oportunidad de salir el resto del año en la televisión, tal es el caso de Mijares, las pandoras, las flans, Emmanuel, entre otros.

Pero al final nos decimos, qué sería de la navidad sin la esperanza que nos venden los todos poderosos de la industria. Por lo menos hay que darles gracias de que no han intentado cambiar al gordito viejo de Santa Claus por un metro sexual ¿no lo creen?

1 comentario:

Rodrigo Solís dijo...

¿Mil usos del arte? Mil usos del arte, tu chingada madre.

P.D. No soy Rodrigo, soy Remorita, perdón, Juan Manuel Magaña.