Peroratas de un perdido

Tuve un sueño de lo más placentero.
Fue uno de esos que se bifurca en otro.
De aquellos que no puedes explicar por qué razón derivó en otro distinto.
Pero la realidad ya me parece un juego chapucero y corriente.

Prefiero el sueño. Ese mismo que tuve hoy, ese en donde un amigo se transformaba
Por el alcohol. Ese en donde a la deriva de la noche todos comenzamos una interminable y milenaria plática.

Ese que trajo a un confiable e insustituible amigo para esa noche.
Aquella nocturnata invocada, en donde la amistad se ensanchó hasta convertirse en una purulenta anécdota, y en donde la llegada se transformó todo haciéndola imborrable.

Llegó aquel amigo con su borrachera a la guarda, y al que todos conocíamos por su nobleza aviar.
Llegó y parecía que lo esperábamos desde siempre.

Le convidamos bocadillos y bebidas de considerable sabor, “Y que dure lo que dure” dijo a mi lado una voz con cara borrosa.
Pero el recién llegado no esperó a fanfarrias ni próceres y empezó a elevar los niveles de la impertinencia etílica.
Empezó a mostrar desaires de gran señor.

Un a amiga entrañable que pasaba por ahí, por aquel sueño procaz, fue víctima de sus comensales ahogados.

La contingencia y el apuro de la amiga, hizo que levantara la mano ante la mejilla inflamada de mi amigo. Yo corrí en ayuda de mi dama de amistad. La alejé y la presté acompaño. Más con gusto que con un gesto de caballerosidad.

Mi saludo fue hacia su atuendo provocativo y que deleitaba mi mirar. Ella saludó como siempre, mi informal y continua imprudencia con una sonrisa y buen humor.

Nos dirigimos hacia una fiesta imaginable. Como todas las cosas dentro de mi cabeza inconciente, la fiesta fue de lo más caótica, pero a la vez, fue de lo más romántica (Así lo quise, al parecer).

Fue el momento oportuno para admirar su belleza, fue el momento idóneo para enamorarme otra vez (Como en otros sueños) en la conmiseración de su personalidad. La besé (y la educación de mi sueño) permitió que ella me besara. Fue un sueño caballeroso, me dio lo que he querido. Fue un beso eterno (si se permite esta premisa de infinites en el caos de mi delirio). Me miraste a los ojos y me pediste tácitamente que te dijera lo que sentía.

Es evidente que los escenarios en mi cabeza me remiten a actuar bajo influjo,
Y no estribo en sacar sin pena ni misericordia, el pedazo de papel que soy.
“Te amo” te dije mirándote a los ojos, y un morado pálido tiñó el ambiente de aquella fiesta a la que ya no pertenecíamos. Quiso Morfeo que estuviéramos en una hamaca, acostados y vestidos con elegancia (como quisiera que fuera premonitorio).
“Dime mejor…” me dijo y suspiró bajito “que me quieres mucho”. Yo lo repetí, pero con voz firme, como si quisiera aderezarla con concreto ante tus ojos.
Tu feliz, yo feliz. Nos besamos y se barrió la imagen en mi cabeza. Era momento de regresar a la realidad.
Me levanté con dos lágrimas en los ojos, quisiera creer que fue de sentimiento y no de sueño. Y mi molestia consignó las cosas y me dio claridad. En verdad quiero dormirme. En verdad quiero terminar en un sueño que se bifurque hasta la eternidad en otros sueños y perderme, Feliz.