viernes, 23 de abril de 2010

Per sé


III

—Las cosas sí son como se ven. Eso es una verdad evidente, y aquel que no lo cree es que no quiere ver. Te diré una cosa, cabroncito, pero así como me ves estoy más curtido que cualquier pendejo que conozcas. A mí no me pueden hacer pendejo, nadie me ve la cara. He visto miles de caras en mucho tiempo y conozco cuando un caguengue se quiere pasar de listo. Sólo enfundo esta madre — agarra su pistola—y le meto uno en la frente y chingar a su madre la pendejada, ¿entiendes? Y te voy a decir algo que te va a servir en la vida, nunca perdones las cosas, las puedes dejar pasar pero no las perdones porque tú no eres basurero de nadie ¿me entiendes? Y el cabrón que se que cometa un error o se agandalle de ti, nunca le olvides la cara, siempre llévatelo a tu nariz porque ese buey seguro te puede robar la carne. Y te voy a decir una cosa más, siempre ten la boca fresca, nunca dejes que se seque porque cuando está sin agua o alcohol, las cosas salen de la chingada. Siempre debes tener para escupir.


El joven escuchó y asintió con miedo mientras veía todos los gestos del “Pusilánime”. No podía mirar a otro lado que no fuera a la mano derecha de su interlocutor, porque pensaba que en cualquier momento le podría disparar en la frente. Ya se imaginaba su cabeza en alguna esquina de la alcaldía de la ciudad.


—Mira papá, es bueno que me tengas miedo, eso me hace confiar en ti. No te voy a hacer nada. En palabras más bonitas, ninguna bala mía quiere tu sangre. Yo sé que crees que cometo errores y no te culpo; sí los cometí, pero ahora mira—y se aporreó el pecho con la derecha—pura perfección cabrón. ¿Y sabes por qué? Porque el tiempo me ha enseñado—le dio un sorbo a su bebida—¡ahhh, cabrón! Sí, pendejo, los años. ¿Cuántos años crees que tengo?


El joven se quedó callado, no supo qué decir. Lo miro bien y contestó.


—40.


—¡40! ¡Ja!¡ No chingues! ¡Este cuerpo tiene 36!—y mostró sus pocos músculos—pura galleta.¡ Por esa pendejada te debería meter un plomazo en el culo! Pero bueno, tengo 36—le dio otro sorbo a su bebida—pero ven, te voy a decir un secreto—se acercó a su oído y el joven paró oreja—en realidad tengo 96 años.


El joven se alejó un tanto y sonrió pero vio que “pusilánime” no reía.


—Tengo 96, por eso me las sé de todas todas. ¿Y sabes qué es lo mejor? Que sé que no me voy a morir, pana. La gente cree que tengo 36 años porque tengo este cuerpo pero la verdad es que tengo más años. ¿No me crees verdad? Pues me vale verga. Te estoy diciendo la verdad—y le dio el último trago a su bebida.


El joven no sabía qué hacer, era un momento de silencio, un momento incómodo, porque no sabía si reírse o quedarse serio, porque si su risa era una señal incorrecta era probable que fuera la última. La silla se le hacía incómoda y ya no escuchaba ruido afuera, los ayudantes de “pusilánime” parecían escuchar lo que sucedía con él. El joven creía que los gatos esperaban el balazo en su frente.


—Así que, güerito, acuérdate bien. Porque sé que eres una buena gente y me estimas por ser a toda madre contigo ¿no he sido a toda madre contigo?


—Sí, señor.


—Entonces quiero que me ayudes, dime, dónde fueron la vieja buenota y el pendejo de camisa rayadas. Necesito saber dónde fueron estos pendejos porque ellos tienen algo mío. Me robaron. Dónde se fueron después de comer sus garnachas.


El joven no hablaba. Parecía que quería desmayarse, y un zumbido empezó a ser más penetrante para él. Sentía el corazón en la garganta. Su cuerpo sabía que era un interrogatorio que le podía costar la vida.


—Mira, güerito… ¿cómo te llamas?


—Abraham.


—Abraham, mira, sólo necesito que me digas qué dirección tomaron y lo demás corre por mi cuenta. Sólo me tienes qué indicar hacia dónde jalaron. El resto se lo dejo a mi nariz. Porque ¿sabes? Yo puedo olerlos. Sólo que aún no puedo adaptarme a esta pinche ciudad. Sólo dime para dónde, y créeme, te va a ir a toda madre. Sólo necesito que me digas para dónde.


—La verdad no sé, señor. No recuerdo.


—vamos, Abraham, yo sé que puedes acordarte. Sólo dime.


—en serio señor, no sé a dónde jalaron.


—¡Mira pendejo! ¡Agarra tu pinche dedo de mierda y sólo dime hacia dónde jalaron! O te juro que te va a ir…—se calló por un momento y quiso beber otro trago pero vio que ya no quedaba nada en su vaso de vidrio. Respiró hondo y vio hacia el techo, para después volver su mirada hacia el joven—… ok, mira Abraham, no tengas miedo, sólo dime hacia donde se fueron, sólo tienes qué decirme hacia qué lado de tu puesto se fueron, hacia la derecha o hacia la izquierda, y en qué calle se metieron. No te voy a hacer nada si no me dices nada, te lo juro, sólo quiero que no me mientan, y te juro que a ellos no les voy a hacer nada, si es que no quieres cargar con una culpa.


El joven quería llorar. Sabía que podía ya no ver a su madre, a sus hermanos. Lloró porque no sabía para dónde “jalaron”. Se culpó por no haber prestado atención. Él estaba fastidiado del trabajo, ay no quería estar trabajando en el puesto de su madre. Ahora que tenía a una víbora frente a él, se sintió arrepentido. Todo lo que quería era irse a su casa y abrazar a su madre. No quería dejarla sola. No quería morir. Lloró como el niño que aún era. Y si sólo le mentía, pensaba que con los del narco no habían pendejadas. Podrían irlo a ver a su casa y masacrar a toda su familia.


—Le juro señor que no me di cuenta, yo estaba trabajando y no me di cuenta hacia donde se fueron. Sólo trabajaba de mala gana—y atropellaba las palabras porque no podía hablar mientras soltaba su llanto de miedo.


—Ok, Abraham, te creo, no llores. Te creo. Sólo te pido que te esfuerces un poco, eso es todo. Sólo te pido ayuda y nada más. No te voy a hacer nada, en serio. Créeme. ¿No te dije que todo lo que ves es la verdad?


El joven se calmó. Creyó en que no quería hacerle daño. Parecía que podía salir de esta. Que sólo tenía qué esforzarse, y quien sabe, quizás recuerde hacia donde jalaron. Respiró un poco. Cerró por un momento los ojos y se esforzó en recordar. Recordó fragmentos: 4 garnachas el joven…3 la chava… risas … El futbol que no entendía… El calor… El señor que se limpiaba la boca… Las servilletas que se acabaron… 2 coca colas para la pareja… las nalgas de la muchacha… Sus botas… “¿tienes chile?”… el albur que pensó como respuesta… limpiar la mesa… pagaron los jóvenes a Olga… sintió que corrieron los jóvenes a su espalda.


—¡Ya!¡ A la derecha de mi puesto, señor! Corrieron en dirección a la Luis Donaldo Colosio. Pero no sé hacia qué calle doblaron, podría ser o a una esquina de mi puesto o dos, porque después ya no los vi, no creo que hayan corrido tan rápido.


—Muy bien, eso puede ayudar un poco. ¿Lo ves? No era tan difícil. Ahora sólo te acompaño a tu puestecito ¿ok? Vamos, párate.


Y cuando se estaba parando recordó “Lo que ves es verdad”… “Tengo 96 pero tengo cuerpo de 36”.


—¡Ah! La bendita contradicción.


Y sus ojos se abrieron más de lo debido.

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