jueves, 11 de junio de 2009

Estrépitos y Ángeles

Acontinuación va la segunda entrega de una serie de Cuatro cuentos con dedicatoria. El Primero fue Guantes de Latex. Estos son cuentos que más que cuentos quisieran ser testimonios, pero la ficción es el pequeño lastre que los separa. Son cuentos dedicados a amigas muy queridas y entrañables. Amen de los errores que puedieran tener, es más el ímpetu de los actos sexuales y el cómo reaccionarían. Un acto del todo esquizofrénico. Espero les guste.


Estrépitos y Ángeles.

Para Karla

Un vestido blanco

Unos labios rojos

Ahora escuchan una plegaria

Que entres sus dientes

se convierte en una sonrisa.



Decir que me la ligue desde la primera vez que la vi, es mostrar ego y pecar de casanova. Pero la verdad es que cogimos la primera vez que nos vimos. Y fui yo el que provocó ese acto tan animal.



Nos conocimos en la boda de una amiga en común. Ella estaba dos lugares delante de mí y no pude disimular ese fuego que ocasionó el choque de nuestras miradas. Yo nunca he sido un gran “ligador” como le decían los jóvenes de los 90´s. Más bien, ese fue mi gran ligue y de ahí en adelante comencé un furtivo romance con Karla, la de la iglesia. Y nos seguimos viendo para “revolver calzones” (como ella le dice a nuestros encuentros amoroso).



Nunca me han gustado las misas. Sólo acudí porque mi amiga se casaba y me suplicó que fuera. Desde la primera parte de la misa, le eché el ojo a Karla. ¡Cómo me impactó su sonrisa! Contenía esa malicia sexual que me volvió loco. Sus labios arqueados me decían que no me iba a arrepentir. Pero también me decían que uno no elige esos labios, son ellos los que petulantemente te eligen (parte uno de mi manual). No podía dejar de ver su rostro pícaro, lleno de esa sensualidad que me avisaban del daño que ocasionarían a mi cuerpo y mi pudor.



El padre dijo una frase que no pude captar. Se levantó esa mujer que ahora sé su nombre, y vi que todo el mundo la seguía. Me paré en honor a su encanto. ¡Oh, Dios! ya que te tengo cerca, porqué infundes de imaginación a esos creadores de ropa. Tenía un vestido, de una sola pieza, negro. Pero, en la parte superior, era de una tela clara, haciendo que se notara su sostén de color negro. ¡No tenía nada más! Eso me decía de lo aventada que era y de lo poco que podría aguantar. ¡Me retaba! Era como si me dijera la poca cosa que soy y que no merezco más que lo que la vista puede hacer. Me picaba el orgullo.



No negaré que tuve una erección cuando oramos por la feliz pareja. No negaré que en aquel recinto sagrado, ante decenas de amigos y desconocidos, y ante las figuras clericales, tuve pensamientos pecaminosos. Me fui imaginando lugares y posiciones sexuales con aquella mujer, bajita de estatura, exuberante, de pelo negro y tez no tan clara, café con leche digamos. ¡Carajo! Me vio viéndola. Me vio y no dudo en lanzarme una mirada pícara. Sí señor. Así fue. Me puse rojo. Me puse rojo ante el señor. Me ruboricé. No rió, pero se lograba notar un bosquejo de sonrisa.



No sé qué fue, pero tomé valor. Dije “Ya te llevó la chingada”. Sabía que no podía perder. Tenía que llegar a ella. Creí por un momento que éramos espías diabólicos que nos reuníamos en esa iglesia para hacer nuestras fechorías. Fue un momento que tuve el valor más grande del mundo. Ese feto de sonrisa me declaraba las propuestas más bajas de mis deseos. Y las sentía tan humanas que las creí posibles. Tenía que llegar a ella. Tenía que llegar con una frase. Pero esa frase debería ser corta y con tanta carga simbólica para que fuera una invitación que no pudiera rechazar. Ese fue el gran problema. Ese fue el gran dilema. Puedo jurar que me volvió a ver de reojo, sintiendo mi mirada lamer su contorno peligroso. Pensé un sinfín de frases al estilo Mauricio Garcés, pero las rechacé por ser poco congruentes. Qué podía decirle para saber si quería conocerme. Era lógico que me moría de ganas por estar a lado de esa gran mujer, con piernas carnosas, pies pequeños y perfectos, pechos bellamente pronunciados y saltones y labios que prometían besos encarcelados.



¡Fuera máscaras! “Yo quiero conocerte sólo porque quiero cogerte” hubiera sido lo más sincero, pero era evidente que no podía llegar así. Lo que me llamaba poderosamentela atención, eran sus nalgas, y ese decoro con que se revestían para albergar ese culito tan bellamente oculto. Y esos pechos, ¡por dios!, ¡mama mía!. Osana en el cieelo… Me cago. Qué debo estar diciendo en mi interior. Tenía que pensar en una frase. Vuelvo al mismo lugar, al mismo tiempo, como si fuera un tormento que anhelo recordar. Porque qué mejor de recordar esas dificultades que se necesitan resolver para conseguir lo que queremos. Osana, Osana, Osana en el cieelo… Cómo carajos entro, cómo mierda voy a llegar a ella sin parecer petulante. Ese fue mi gran problema. Mis pantalones se hacían agua. Mis piernas habrán de haberse enflacado por el sudor que ocasionaba esa tela maldita. Vaya calor. Por dios, por qué no hay aires acondicionados en las iglesias, no más en recordar esos momentos ya me entró el calor.



Paz os dejo, os paz os doy… ¡En el saludo, aguevo! Ahí tenía que entrar en acción. Ya estaba por darlo. Esa era la oportunidad divina que se me presentaba. Necesitaba sólo una frase que le robara una respuesta. ¡Y Karla me dio la paz! Mientras pensaba en lo que le diría, se volteó y me dio la mano. Yo, como una presa ante la feroz leona que caza por la sabana, tartamudeé. No supe qué decir. Tenía que decir algo. “mmm-ddd-aaa”, ¡Dilo ya! “Soy Wilberth, invitado de la novia” ¡qué carajos había sido eso! Me había presentado como si fuera a conseguir un trabajo. Que muy bien quería trabajar esos pechos entre mi cara, pero no era ese un buen inicio. Esperé respuesta. Fue de seriedad. Se dio la vuelta y regresó a su lugar. Pero en una fracción de segundo, pude ver de perfil que había una mueca de gracia. Me vio que la vi y todo se derrumbo. ¡Ahora sí, ya te llevó la chingada! Dije entre mí.



—Me acerqué hacia ella y le dije: Perdón el altercado anterior, pero mi cabecita empieza a fallar—y fingí una sonrisa, intentándola hacerla sexy—pero es que te me haces familiar ¿Es tu novio Hugo?—una pregunta aderezada de una trampa chapucera para saber en qué territorios estaba pisando.


—No, no tengo novio—me dijo con picardía.


Eso era un mensaje que no podía dejar escapar. Me dijo que no tenía novio, es decir que tenía toda la presteza de entablar algo con ese extraño que se le presentaba. Porque muy bien podría haber dicho “No” y terminar la plática. Pero al decir que no tenía novio era como una invitación a intentar. Era obvio.


—Mi nombre es Wilberth…


—y eres invitado de la novia, ya me dijiste—y lanzó una risita cortada en mil.


—Sí.


—Pues yo también soy amiga de la Tapia.


Y nos quedamos viéndonos por unos segundos. Algo pasaba. Supe que ambos queríamos lo mismo. Supe que sabía que yo quería coger con ella. Arqueó las cejas y en un ligero movimiento puso su cabeza hacia la izquierda. Yo, puse la cara de incógnita Estamos aquí reunidos para celebrar la unión de dos personas, dos almas…


—¿Salimos?—Le dije con una sonrisa pícara. Intentando no sé qué.


—¿Pues cuándo entramos?—me dijo y me quedé con la boca abierta. Era una respuesta que me dejaba sin salida. Me había aniquilado en el juego de las palabras. Tenía que decir algo, no podía estar siendo cazado. Era una batalla sin tregua.


—¿albures? Bueno. Te gustaría verme sin pena o con mi gran pena—se me había olvidado que no estaba en mi lugar, y que le tapaba la visión a uno que otro viejito que me escuchó decir senda leperada. Sus amigas también me escucharon y me apené. Creo que fue una estupidez lo que dije, carente de todo sentido. Era una estupidez sin gracia.


—Vamos—Y salimos de la iglesia con la mirada inquisidora de más de una señora. Y por supuesto, de sus amigas.



Apenas cruzamos la gran puerta de la iglesia, me agarró mi miembro como si fuera un saludo. Me sorprendió.


—¡Ándale!—dije—con que esas llevamos—y le apreté furtivamente el pecho izquierdo. Ella se quedó parada y me miró con ojos serios mientras mi sonrisa se desvanecía. Empecé a sentirme mal, como si hubiera hecho algo indebido.


—¿Y?—me dijo con cierta seriedad—¿eso es todo? ¿Un agarrón de pecho?¿Sólo eso querías?


—m..no—dije tartamudeando.


—Entonces qué quieres—me dijo con seriedad.


—Pues, este…la verdad…este… yo quería conocerte…este


—No te hagas pendejo y dilo—parecía más un regaño.


—pues…este…yo sólo…este…¿cómo?...


—¿Dilo. No eras tan hombrecito para agarrarme un chucho? ¿Dónde quedó el macho?


—Es que…no… ¿cómo?


—¿No tienes guevos?—y me agarró mi miembro otra vez, y los movió como si lo pesara con su mano, en plena calle—¡Ah!, aquí están. ¿Son de adorno nada más?


—Es que… no sé… yo sólo… ¿qué?


—Dímelo qué quieres. Si quieres, dímelo suavecito—se acercó a mi oído—Me quieres coger ¿verdad?

—ujum—dije y moví la cabeza en un “sí”.


—Dímelo


—Te quieero coger—dije suavecito, como un suspiro, y alargué la “e” porque me había apretado mi miembro ya erecto.


—Eso es, papito—me dijo. Volteó hacia la iglesia y me dijo— ¿Has cogido alguna vez en la iglesia?

—Mmm…no—dije penoso.


—Es un cliché muy recurrido, pero es riquísimo. ¿Quieres hacerlo en la iglesia?


—ujum


—¿Quieres hacerlo cerca de la campana?


—Mmm…no. Está muy alto, me da miedo las alturas.


—Mmm—me dijo suavecito al oído sin quitar su mano de mi pene—¿tienes miedito papito? Entonces sígueme. Rapidito.


Y me llevó a la parte posterior de la iglesia. Era una entrada. Parecía que conocía muy bien el camino.



Unos ángeles nos recibieron con miradas sorprendidas. Iban a decir algo. Sus alas parecían agitarse. Querían acercarse a nosotros y la puerta a nuestras espaldas estaba cerrada. Había un cielo sobre nosotros. Un cielo brillante. Seguro era el lugar de donde vinieron los ángeles. Era una especie de bodega en donde habían algunas figuras angelicales y cristos escondidos con mantas.


—Ven— me dijo sin soltarme del pene.


—Ok—obedecí mientras veía al Ángel San Miguel en su postura petrificada. Era muy bello—Conoces este lugar.


—Algo—y cortó la interrogación.


Llegamos a una ventana opaca. Aún se escuchaba lo que el padre decía. Ya estaban cerca de dar los anillos.

—Te quiero coger—le dije mientras Karla se esforzaba por escuchar lo que decía el padre.


Me volteó a ver con una sonrisa y me dijo:


—Te voy hacer cositas ricas.


Me bajó los pantalones, y me senté en la ventana opaca. Vio mi pene completamente erecto, en todo su esplendor:


—Vaya, por lo menos es un tamaño estándar considerable.


—Y eso que todavía no lo conoces bien, porque es tímido—y Karla se rió.


Se lo llevó a la boca y sentí el calor de su aliento, tibio. Succionaba de una forma no tan fuerte, la considerable para mantener el gozo. No lo había sentido tan rico como esa vez. Vi la espalda de San Miguel de Arcángel y me compadecí de él. Pero yo quería más. La paré después de unos minutos de sexo oral, y le quité ese vestido de una forma violenta. Le rompí el sostén.


—Uyyy, ya salió la bestia.


Me quedaron descubiertos sus enormes senos. Eran bellos. Sus pezones estaban aún sin estar parados. Los apretujé, los acaricié Puede besar a la novia… escuchamos al mismo tiempo que llevaba mi boca a uno de sus pezones. Se rió por la coincidencia.


—Vaya que besas a la novia—me dijo.


Succioné con cuidado.


—Fuerte, chupa fuerte—me dijo y lo hice. Un gemido apenas perceptible salió de su boca. Eso me prendió.


Succioné con mayor fuerza. Con mis dos manos agarré sus pechos. Sentí su mano en mi pene. Lo frotaba, me masturbaba. ¡Bravo…Que vivan los novios!


—Métemela ya—me dijo mirándome a los ojos. Me quitó de la ventana, se bajó su vestido y vi que no llevaba ropa interior. Se inclinó en la ventana y me volteó a ver—métemela antes de que salgan.


Tomé mi miembro lubricado aún por la saliva de ella, y lo introduje dentro. Pensé que no iba a estar lubricado su interior, y efectivamente no lo estaba. Se sentía rasposo. Y lo introduje poco a poco.


—Eso es lo que más me gusta, cuando aún está rasposo. Hazlo rápido—me dijo.


Entonces no tuve compasión y lo hice con fuerza. Era un vaivén trepidante. Las campanas se oían en la iglesia. Se escuchaban los aplausos.


—Más rápido, ¡oh..,!—y la complací. Sentí como se empezaba a humedecer su vagina.


Froté sus pechos con mis manos. Me tomó una y me la puso en su vientre. Sentí una alfombra fina. Era su vello. Froté su clítoris mientras le daba con más furia. Beso, beso, Beso… Se volteó y la besé. Bajé un poco el ritmo para besarla con más atención. La verdad es que me robó todo. Me succionó todo lo que tenía dentro. Fue un beso ladrón.


Seguí el ritmo después de alejarnos del beso. Le di una nalgada pasiva.


—Papi, eso se da con fuerza—y le di una nalgada que le dejó una mano roja.


Entonces estaba poseído. Estaba maniatado por el ritmo hermoso de nuestro sexo. Me separé, la alejé de la ventana y me senté en el borde. Le dije que se sentara sobre mí, pero era obvio que no se podía, sus piernas no tendrían espacio por la pared.


Me senté en el suelo y le pedí que se sentara. Entonces quedamos de frente. Ella se introdujo mi pene. Sentí sus suaves manos tocando mi miembro, y sentí cómo el calor de su coño me succionaba. Entonces empezó a saltar sobre mí. Primero suavemente. La gente ya estaba saliendo de la iglesia. Empezó a saltar más fuerte. Nos mirábamos mientras saltaba. Nos besamos. Yo le lamí los pechos, se los besé, se los succioné, se los mordí. Lanzó un gemido sin quitar sus ojos de mí. Se acercaba el tiempo de peligro. Cualquier monaguillo o el mismo padre podrían entrar a la bodeguita y cacharnos en la maroma. Poco nos importaba.


Estuvo cabalgándome. Era el mejor sexo de mi vida. Me apretaba contra ella. Sus pechos los sentía sobre los míos. Gemía con más frecuencia y con más fuerza. Yo hacía lo mismo. No podía estar atento a lo que ella hacía. Tenía los ojos cerrados. Los abrí y vi hacia la puerta cerrada. Vi las alas de San Miguel, vi su pelo, vi su perfil, pude ver su gesto de asombro. Sentí venirme. Iba a venirme y ella lo supo.


—No, no, no. Tú no te me escapas—y dejó de cabalgarme. Se paró e impidió que expectorara semen.


Me besó y me agarró la cara.


—¿Has tenido sexo anal?—me dijo.


—No, no estoy acostumbrado a que me la metan.

Se rió y me dijo:


—¿Lo has hecho por el culo?


—No, la verdad no.


—Pues hoy te toca—me dijo y se puso como la primera vez, de espaldas y sosteniéndose de la ventana—échale un poquito de salivita ¿ok? Y hazlo lento. Despacito.


—Ok—le dije y por un momento tuve miedo.


Escupí mi mano y mi saliva estaba pastosa. La unté en mi miembro. Agarré sus nalgas y las separé.


—Despacio.


—ok.


Entonces metí mi pene. Despacito como me dijo.


—Eso, así.


—Ok.


Entonces intenté meterla toda y lo logré. Se sentía más rasposo y angosto. Lo hice otra vez, afuera adentro.


—Así, le puedes subir velocidad.


—Ok.


Y lo hice con más velocidad. Cuando agarré velocidad, sentí que me venía rápido y así fue.


—Que ¿ya?


—Sí, lo siento. Lo siento—le dije apenado.


—mmm, qué terminada más de golpe. No te preocupes. Lo intentaremos de nuevo. Vámonos de aquí que están por venir.


—Lo siento—le dije muy apenado.


—No, no te preocupes. No te apenes estuvo muy bien. Coges rico, en serio— y sacó unos kleenex y se limpió atrás—pero vámonos de aquí que se nos hará tarde. En mi casa le seguimos.


—Ok— le dije y nos vestimos.


Al salir, vi a San Miguel de Arcángel. Lo vi a los ojos y le hice una seña con el dedo.


Salimos y el padre se cruzó entre nosotros:


—Hola Karlita.


—Hola padre.


Y nos fuimos.


5 comentarios:

Lalys dijo...

JEJJEJE
DEFINITIVAMENTE:
ERES MI MACHO!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Laura Baeza dijo...

"Revolver calzones" jajaja eso está genial

Rodrigo Solís dijo...

Espero el protagonista de la historia se haya lavado rápidamente con el agua bendita su pajarraco, de lo contrario, le van a salir hongos.

wilberth herrera dijo...

jejejeje, no mi querido rodro, eso es lo más delicioso después, a uno se lo lavan.

Anónimo dijo...

jajjajajajjaja foooooo con agua bendita nooooooo mejor con una lluviecita dorada...de las cosas buenas ke se pierden jajajaja (de nuevo fooo) (ke tantas porkerias salen demi???)