Un elemento que siempre acompaña al mito que nos parece la niñez, son los dulces. Aquellas pequeñas muestras de alegría, son mimetismos de la etapa de un infante.
Un dulce, siempre será considerado inseparable para un niño. Y no sólo se trata de una golosina, de algo comestible que no repercute en lo más mínimo en el proceso integral de un ser humano; todo lo contrario. El dulce constituye un elemento más de esa etapa inocente. Y es que comerse un dulce es más un ritual que un capricho.
Su valor es más alto que el simple costo de dicho dulce. Es más una experiencia hedonista, que acercan al niño al primer sentimiento de cualquier arte, que es el disfrute.
Hoy podemos decir con un repaso de aquellos dulces de nuestra niñez, que los dulces de hoy no son comparados con los de antes. Quizá sea un acto egocéntrico. Yo me inclino más a que a medida que crecemos, perdemos ese ritual que nos era el saborear un caramelo.
Los dulces son más una pieza del museo de nuestra vida, que un simple y vago recuerdo. Son parte intrínseca de nuestra formación de hombres y mujeres.
Y es que es imprescindible añorar aquellos elementos que nos dieron tanta satisfacción, y que los adorábamos muy a pesar de los regaños de los adultos. Y ya que somos adultos, regañamos a nuestros sobrinos, primos e hijos al verlos comer esos dulces que nos parecen inferiores a los de nuestra niñez.
Los dulces significaron mucho más que una golosina. Y más, cuando sobrevivieron a los estragos y los obstáculos que las autoridades (nuestros familiares, nuestros padres) nos imponían.
Existen unos dulces que siempre fueron tachados, queriéndolos convertir (y lográndolo muchas veces) en pequeños tabúes, ya sea por lo que podía representar en un futuro, o por la peligrosidad que suponía en la imaginación de los mayores.
Aquellos dulces malditos llegaron a sufrir de lo prohibido, y que con ellos, sufrimos de la censura. Algunos de esos son los siguientes:
Selz Soda: Dicho dulce de limón, con centro efervescente que parecía ser Sal de Uvas. Este dulce, barato y delicioso, era de los más elementales, ya por su precio, ya por su extraño sabor. Sin embargo, sufrió de las desidias de los mayores. Dejaron de venderlos por un lapso de tiempo, porque las madres decían que podían envenenar fácilmente a los niños. Pero después, se repuso y aún sigue a la venta.
Los Baloncitos de Chocolate rellenos de Rompope: He de reconocer que fueron y son mi perdición. Dichos baloncitos fueron, cuando era un niño, todo un mito, ya que los venteros (en vías de extinción) me impedían comprarlos, ya que decían “son para mayores” por el simple hecho de que tenían rompope. Y los mismos venteros, desconocían que el rompope que contenía era libre de alcohol, a diferencia de las botellas con una holandesa, que de seguro, adornaban sus vitrinas. Dicha prohibición pesó en mi niñez. Tanto así, que cuando por fin contaba con 12 años, y una estatura por arriba del promedio, me hice acreedor de la posibilidad de comprar mi primer baloncito de rompope (verde, no iba a comprar otro que no fuera el de mi color favorito, y más en ese momento histórico), que después rectifiqué y compré tres más, reventándole con la furia de la venganza, mi billete de $2000 pesos (2 pesos hoy) al ventero que me lo prohibió por mucho tiempo.
Los panditas: Casi nadie lo recuerda, pero los panditas sufrieron los estragos de la censura. Fueron prohibidos porque los padres pedían que así fuera, gracias a una nota en donde un par de niños se ahogaron con dichas gomas. Y no los culpo, los primeros panditas eran tan duros que incluso fueron parte de bisutería para lo niños y jóvenes, que sólo necesitaban una lengüeteada para ponerlos en la camisa o pantalón y se quedaran ahí, como gárgolas tiernas. Pero después de dicha prohibición, volvieron más suaves y con mayor sabor.
Tatuajes: Era una cajita que tenía un niño, que se parecía al hijo del “No hay” (mítico personaje de Héctor Suárez). Pero el chiste de dicha golosina, no eran los dulces que contenía, que eran bolitas de sabores (¿alguien sabe qué dulce era?), sino que el éxito de dicha golosina eran los tatuajes que contenían dichas cajitas. Los tatuajes se ponían con agua, con tal cuidado, ya que un pequeño movimiento mal empleado significaba la deformación de dicho tatuaje. El dulce no era para comer, creo entender a mis 26 años, sino que eran parte del ritual que significaba el acto de ponerse el tatuaje, ya que al tener dicha figura en cualquier parte del cuerpo, venía el acto de mostrar nuestra rudeza con los tatuajes y aquellos proyectiles que se convertían los dulces. Fue muy popular, pero los padres no lo consideraban bondades ya que no era bien visto que sus retoños anduvieran por la calle como energúmenos en potencia. Lo prohibieron. De hecho, recuerdo que varios padres de familia rodearon el puestecito de dulces que se situaba enfrente de mi escuela primaria, donde los padres regañaban al pobre señor, porque para ellos, el ventero era el culpable de que sus hijos se inclinaran al vandalismo y las drogas. Lo prohibieron, pero la clandestinidad era la solución. Los niños lo compraban a escondidas. Los papás, no supieron qué hacer, hasta que alguien vio lo que antes le había dado resultado. Santa Claus, los Reyes Magos y el amor, eran la clave: La mentira. En ese momento, surgió una campaña de mentiras.
Nuestros padres nos decían que dichos tatuajes contenían droga, y que la droga nos mataba. Los niños cayeron en la mentira y dejaron de comprarlo por temor. Pero lo peor del caso es que las autoridades, más ingenuos que los niños, llegaron a creer dicha mentira y prohibieron legalmente, dicho dulce. Hace poco tiempo (como 7 años) volvió a la venta y aún se puede ver en algunos puestos y tiendas.
Los tehuanos: Estos dulces, llegaron a ser prohibidos, ya que se infiltró un chisme que decía que dicha golosina contenía droga. Pero el bajo costo, mezclado con la crisis que representó el 94, hicieron que este dulce saliera avante, y se convirtiera en el dulce de todas las fiestas. Pero hay que mencionar que de lado de los niños, dichos dulces nunca gozaron de la aceptación. De hecho, los niños que comían esos dulces eran tachados de raros.
Un dulce, siempre será considerado inseparable para un niño. Y no sólo se trata de una golosina, de algo comestible que no repercute en lo más mínimo en el proceso integral de un ser humano; todo lo contrario. El dulce constituye un elemento más de esa etapa inocente. Y es que comerse un dulce es más un ritual que un capricho.
Su valor es más alto que el simple costo de dicho dulce. Es más una experiencia hedonista, que acercan al niño al primer sentimiento de cualquier arte, que es el disfrute.
Hoy podemos decir con un repaso de aquellos dulces de nuestra niñez, que los dulces de hoy no son comparados con los de antes. Quizá sea un acto egocéntrico. Yo me inclino más a que a medida que crecemos, perdemos ese ritual que nos era el saborear un caramelo.
Los dulces son más una pieza del museo de nuestra vida, que un simple y vago recuerdo. Son parte intrínseca de nuestra formación de hombres y mujeres.
Y es que es imprescindible añorar aquellos elementos que nos dieron tanta satisfacción, y que los adorábamos muy a pesar de los regaños de los adultos. Y ya que somos adultos, regañamos a nuestros sobrinos, primos e hijos al verlos comer esos dulces que nos parecen inferiores a los de nuestra niñez.
Los dulces significaron mucho más que una golosina. Y más, cuando sobrevivieron a los estragos y los obstáculos que las autoridades (nuestros familiares, nuestros padres) nos imponían.
Existen unos dulces que siempre fueron tachados, queriéndolos convertir (y lográndolo muchas veces) en pequeños tabúes, ya sea por lo que podía representar en un futuro, o por la peligrosidad que suponía en la imaginación de los mayores.
Aquellos dulces malditos llegaron a sufrir de lo prohibido, y que con ellos, sufrimos de la censura. Algunos de esos son los siguientes:
Selz Soda: Dicho dulce de limón, con centro efervescente que parecía ser Sal de Uvas. Este dulce, barato y delicioso, era de los más elementales, ya por su precio, ya por su extraño sabor. Sin embargo, sufrió de las desidias de los mayores. Dejaron de venderlos por un lapso de tiempo, porque las madres decían que podían envenenar fácilmente a los niños. Pero después, se repuso y aún sigue a la venta.
Los Baloncitos de Chocolate rellenos de Rompope: He de reconocer que fueron y son mi perdición. Dichos baloncitos fueron, cuando era un niño, todo un mito, ya que los venteros (en vías de extinción) me impedían comprarlos, ya que decían “son para mayores” por el simple hecho de que tenían rompope. Y los mismos venteros, desconocían que el rompope que contenía era libre de alcohol, a diferencia de las botellas con una holandesa, que de seguro, adornaban sus vitrinas. Dicha prohibición pesó en mi niñez. Tanto así, que cuando por fin contaba con 12 años, y una estatura por arriba del promedio, me hice acreedor de la posibilidad de comprar mi primer baloncito de rompope (verde, no iba a comprar otro que no fuera el de mi color favorito, y más en ese momento histórico), que después rectifiqué y compré tres más, reventándole con la furia de la venganza, mi billete de $2000 pesos (2 pesos hoy) al ventero que me lo prohibió por mucho tiempo.
Los panditas: Casi nadie lo recuerda, pero los panditas sufrieron los estragos de la censura. Fueron prohibidos porque los padres pedían que así fuera, gracias a una nota en donde un par de niños se ahogaron con dichas gomas. Y no los culpo, los primeros panditas eran tan duros que incluso fueron parte de bisutería para lo niños y jóvenes, que sólo necesitaban una lengüeteada para ponerlos en la camisa o pantalón y se quedaran ahí, como gárgolas tiernas. Pero después de dicha prohibición, volvieron más suaves y con mayor sabor.
Tatuajes: Era una cajita que tenía un niño, que se parecía al hijo del “No hay” (mítico personaje de Héctor Suárez). Pero el chiste de dicha golosina, no eran los dulces que contenía, que eran bolitas de sabores (¿alguien sabe qué dulce era?), sino que el éxito de dicha golosina eran los tatuajes que contenían dichas cajitas. Los tatuajes se ponían con agua, con tal cuidado, ya que un pequeño movimiento mal empleado significaba la deformación de dicho tatuaje. El dulce no era para comer, creo entender a mis 26 años, sino que eran parte del ritual que significaba el acto de ponerse el tatuaje, ya que al tener dicha figura en cualquier parte del cuerpo, venía el acto de mostrar nuestra rudeza con los tatuajes y aquellos proyectiles que se convertían los dulces. Fue muy popular, pero los padres no lo consideraban bondades ya que no era bien visto que sus retoños anduvieran por la calle como energúmenos en potencia. Lo prohibieron. De hecho, recuerdo que varios padres de familia rodearon el puestecito de dulces que se situaba enfrente de mi escuela primaria, donde los padres regañaban al pobre señor, porque para ellos, el ventero era el culpable de que sus hijos se inclinaran al vandalismo y las drogas. Lo prohibieron, pero la clandestinidad era la solución. Los niños lo compraban a escondidas. Los papás, no supieron qué hacer, hasta que alguien vio lo que antes le había dado resultado. Santa Claus, los Reyes Magos y el amor, eran la clave: La mentira. En ese momento, surgió una campaña de mentiras.
Nuestros padres nos decían que dichos tatuajes contenían droga, y que la droga nos mataba. Los niños cayeron en la mentira y dejaron de comprarlo por temor. Pero lo peor del caso es que las autoridades, más ingenuos que los niños, llegaron a creer dicha mentira y prohibieron legalmente, dicho dulce. Hace poco tiempo (como 7 años) volvió a la venta y aún se puede ver en algunos puestos y tiendas.
Los tehuanos: Estos dulces, llegaron a ser prohibidos, ya que se infiltró un chisme que decía que dicha golosina contenía droga. Pero el bajo costo, mezclado con la crisis que representó el 94, hicieron que este dulce saliera avante, y se convirtiera en el dulce de todas las fiestas. Pero hay que mencionar que de lado de los niños, dichos dulces nunca gozaron de la aceptación. De hecho, los niños que comían esos dulces eran tachados de raros.
2 comentarios:
lol creo que soy rara, aun compro tehuanos en una dulceria en san rafael bueno los conoci hace pocos años cuando me mude al DF, creci en los 80's en tijuana y no habia nada de esos dulces todo era m&m, skittles y cosas gringas.
muy peculiar tu caso. Tijuana ha de ser otro lugar distinto a México. Los dulces gringos han de significar otra infancia ¿no es así?
Conozco amigos que aún compran tehuanos y cuando les pregunto, no es porque les guste de sobremanera, sino que sienten ciertoa atracción al hacerlo. Como si intentaran preservar cierto patrón. Mis años de estudio (rascarme la panza tirado en mi hamaca) me ha llevado a sugerir es que son personas que no tuvieron su infancia con dulces tan apegados a los mexicanos. Esos amigos, de alguna manera fueron privados de esos dulces, como en tu caso, querida amiga.
Un saludo
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